Estábamos en el estudio, todos reunidos, la familia, esperando a que el abogado del señor Bloom leyese el testamento, justo como él lo había predispuesto, dos semanas después de su extraña petición, aquella que nunca llegó a contarme del todo.
Carolina agarraba a mi hermano de la cintura, dejando caer la cabeza sobre su hombro izquierdo, afligida por la pérdida de un ser querido, pues a pesar de que no estaba muerto, el abuelo había perdido totalmente la cordura, y ya no podía recordar a ninguno de los allí presentes.
Junto a ella, sentado en su silla, con una mirada indescriptible, estaba él Oliver Bloom, mirando hacia la nada, con los dientes apretados, como si hubiese algo que le estuviese molestando.
Le observé durante unos minutos más, fijándome en cada detalle de su rostro. Su cabello alborotado despejaba su frente, dejando ver las arrugas de esta, nítidas y bien marcadas, demostrando que la edad estaba pasándole factura. Sus cejas bien pobladas y rojizas, pues, aunque su cabello en aquel momento era castaño, no siempre había sido así, aún podía recordarle de niño, un hermoso niño de cabellos pelirrojos y ojos de color agua marina. Sus ojos, parecían mantener aquel hermoso color que me cautivaron la primera vez que le vi, y bajo ellos, también se apreciaban arrugas de la edad. Su nariz era grande y tosca, se podría decir que era lo único feo en su rostro, pero, aun así, no le quedaba mal. Sus labios eran rosados y carnosos, rodeados por una escasa barba y bigote, que aún mantenían el tono rojizo, que había tenido su pelo alguna vez.
Era hermoso, era la cosa más hermosa que había visto nunca, y no entendía cómo no podía haberme dado cuenta antes de lo increíblemente atractivo que él me parecía.
Me removí en mi asiento, y quité la mirada de aquel sujeto tan pronto como nuestras miradas se cruzaron y pude sentir en aquellos ojos la sorpresa.
Era extraño, la rara sensación que se me había creado en el estómago, como si la mirada de Oliver pudiese hacerme daño, como si su mirada tuviese un significado horrible para mí. Pero no lo entendía.
Aún me estaba observando, podía sentirlo, pero no hice nada para impedirlo, ni siquiera volví a mirarle, tan sólo mantuve mi atención en el abogado, que, en ese momento, tras sentarse en la silla del escritorio del despacho, sacaba unos documentos de su maletín.
Unos cuchicheos me sacaron de mis pensamientos, haciéndome levantar la mirada, para mirar hacia Carolina y Oliver, discutiendo en voz baja, intentando no ser notados entre la multitud, mientras el abogado ordenaba los papeles en la mesa, intentando encontrar qué era lo primero que tenía que leer.
Oliver se retorció en su asiento, apretando los nudillos al pensar en la sola idea de que yo hubiese podido escuchar algo sospechoso, y lo cierto es que era verdad, pero mi única curiosidad, en aquel momento, era … ¿De quién estaban hablando? ¿Quién era la mujer a la que se referían? ¿Por qué lucía tan afligido y preocupado por ella?
El abogado comenzó a leer los documentos, haciéndome salir de mis pensamientos, poniendo toda mi atención en su lectura.
Al parecer, el señor Bloom le había dejado la casa a su hija Martina, pero sus propiedades de las afueras, eran para uso y disfrute del resto de sus hijos y nietos, aquellos que iban detrás de su fortuna, así que seguramente no disfrutarían las propiedades, tan sólo las venderían. Pero tan pronto como el abogado aseguró que había una cláusula en la que decía que los herederos no podían vender sus propiedades hasta diez años después de la lectura del testamento, por poco no se caen de las sillas, y por supuesto, empezaron a quejarse sobre ello.
Prosiguió hablando, el abogado, sobre el resto de bienes del anciano, hasta llegar casi al final, que fue cuando aquello llamó mi atención.
La familia al completo sonrió con malicia, al darse cuenta de que aún tenían ocasión de ganar la batalla, pues sabían que Oliver nunca encontraría a una esposa con su carácter tosco y difícil.
Y tenían razón, Oliver Bloom se había convertido en otra persona tras empezar la universidad, era un hombre solitario, tosco y con un humor de perros, aunque, a veces, con su abuelo y su hermana, era todo un encanto. Pero eso nunca ocurría conmigo, siempre me trataba con desprecio, y nunca se quedaba mucho tiempo cerca de mí, pues detestaba mi presencia, o así me lo había transmitido en innumerables ocasiones.
Pero, dejemos de hablar de él, y centrémonos en el último punto del testamento, que hacía referencia a un par de bienes materiales que el anciano tenía en la mansión, y que por supuesto les dejaba a sus hijos.
Todos nos levantamos, tan pronto como el abogado admitió que había terminado, y una vez que los familiares firmaron que habían recibido aquel escrito.
Oliver agarró a su hermana de la mano, de malos modos, y tiró de ella hacia el pasillo, mientras el resto de la familia hablaban entre ellos, opinando sobre lo que les parecía aquel extraño testamento que el abogado había pronunciado. Por otra parte, mi hermano, y yo, caminábamos lentamente a pasos calmados, por el pasillo.
Estaba claro que estaban hablando de mí, pero por culpa de mi hermano, no pude escuchar nada más. Y estaba realmente intrigada por aquello, sobre la razón por la que él hablaba de mí, por la razón en la que él…
Pero ni siquiera pude insistir sobre ello, porque en ese momento, los hijos y sobrinos, junto a sus esposos y esposas, que se dirigían hacia la sala, nos arrollaron por completo. Y entonces, los vi, a Oliver y a su hermana, un poco más separados del grupo, pero dirigiéndose hacia ese mismo lugar.
Pasó por mi lado sin tan siquiera reparar en mí, y siguió su camino como si nada, mientras yo me quedaba allí mirando cómo se alejaba de mí, más y más.
Quizás mi hermano tenía razón – pensé – quizás sólo lo había malinterpretado, quizás todo siguiese igual. Oliver Bloom y yo, seguíamos siendo como el agua y el aceite.
Siempre había pensado que en aquella familia todos estaban locos, la única que se salvaba era Carolina, mi cuñada, pero en aquel momento me quedaba claro que ella también estaba como un cencerro.Nos pasamos semanas organizando la subasta, que, por supuesto se haría de forma anónima, por internet, y sólo el ganador tendría nombre y apellidos, según me había asegurado mi cuñada. Pero yo no lograba entender, quién, en su sano juicio querría casarse con Oliver Bloom.La primera vez que salí con él, tan sólo caminamos por los alrededores, cerca del bosque que había en la parte trasera de la mansión, y yo mantenía agarrado entre mis manos, fuertemente, un libro, aterrada por quedarme en blanco delante de él.El paseo fue mucho más agradable de lo que pensé, y cuando llegamos al final del
Me pasé casi dos días tranquila, en casa, sin entablar conversación con el estúpido de Oliver, metida en mi nube particular, leyendo Emma de Jane Austen, uno de mis libros favoritos. Todo habría sido perfecto, de no ser por mi hermano que no dejaba de insistir con la idea de que me fuese a estudiar lejos, decía que era una buena oportunidad, que debía aceptar el favor de Oliver, aceptar su dinero y marcharme a la universidad de la ciudad, donde podría continuar mis estudios. Pero yo lo tenía claro, no quería nada que viniese de él, aunque la idea de retomar mis estudios me pareciese atractiva, jamás aceptaría su dinero.Aquella mañana salí a la playa, temprano, quería caminar, y para nada quería que mi hermano volviese a atosigarme con sus constantes ruegos sobre la universidad, así que, antes de que hubiese salido el sol, e
No volví a ir a ninguna cita con él después de ese día, no quería volver a sentirme engañada, y cada vez que me cruzaba con él o con su hermana por los pasillos, fingía tener que ir a mi habitación porque había olvidado algo, y luego no volvía a salir de ella en todo el día.La situación me estaba haciendo más solitaria de lo que ya era, y el no poder relacionarme o hablar con nadie de la mansión me estaba volviendo loca.Es cierto que me gustaba la soledad y el silencio, adoraba tener tiempo para evadirme de la realidad y sumergirme en los mundos de los libros que leía. Jane Austen, Daniel Defoe, Edgar Allan Poe y Emily Bronte, eran algunos de mis escritores favoritos. Solía pasarme horas y horas enfrascada en la lectura de uno de sus libros, y hasta que no terminaba de leerlo no podía volver a centrarme en mi vida,
A la mañana siguiente, estaba demasiado afligida, demasiado arrepentida de haber entregado mi cuerpo a un hombre como Oliver Bloom. ¿Qué demonios se me había pasado por la cabeza para desear estar con él? ¡Por el amor de dios, era Oliver Bloom!No podía dejar de pensar en esa chica que él amaba, ¿sería la dueña de uno de esos anillos? ¿dónde estaba ella? ¿por qué no se casaba con ella? ¿habría ella muerto?Me estaba volviendo loca, mientras pensaba en todo aquello, sentada en la misma fuente en la que me había hundido la tarde anterior.¿Cómo había podido acostarme con Oliver Bloom? Era lo que mi cabeza me gritaba, mientras mis lágrimas salían.Olivia – me llamó una voz detrás de mí, sacándome de mis pensamientos, pro
No había vuelto a hablar con él después de ese día, le evitaba todo el tiempo, no por lo que había pasado entre nosotros, no, era por aquella extraña visión que había tenido sobre él, por haberle escuchado admitir que me quería.No entendía nada, no entendía que era lo que todo aquello significaba, y él no entendía que me ocurría, quizás pensaba que me había arrepentido de entregarme a él, quizás…Aquella tarde estaba en el jardín, sentada en la hierba con el cabello semi-recogido mientras mi hermano me hablaba sobre la subasta, haciéndome comprender algo en lo que no había caído: quedaban tres días para la subasta, el tiempo había pasado más rápido de lo que me hubiese gustado, y pronto tendría que aceptar que Oliver Bloom se casase, aquello
Me encontraba en la habitación del señor Martín, leyéndole uno de mis libros, como solía hacer una vez a la semana, cuando todos descansaban la comida después del almuerzo, mientras el anciano me miraba con atención.Y entonces apareció el señor Darcy, con su impoluto traje y … - continuaba, pero no pude hacerlo por mucho más tiempo, porque en ese justo instante apareció por la puerta la señora Martina, descubriéndome de lleno.Olivia – me llamó, aunque parecía sorprendida de encontrarme allí, intentó hacer como si no lo estuviera - ¿estás aquí? Te he estado buscando – afirmó, haciendo que la sorprendida fuese yo en aquel momento.¿Me buscaba? – Pregunté, sin entender lo que decía, pues
No había vuelto a hablar con mi hermano sobre su idea loca de alejarme de él, de aquella casa, y yo no dejaba de pensar en la conversación que había tenido con la señora Martina, en su extraña petición. Quizás debería hacerle caso, debería olvidar a Oliver Bloom, debería hacer lo imposible para que él no se marchase de la casa, y debía hacerlo pronto, pues él parecía dispuesto a marcharse de un momento a otro. Una noche, justo después de lavarme los dientes, volví a la cama, y me acosté, tomando la determinación de que lo haría, fingiría que le había olvidado, fingiría que mi enfermedad se había manifestado de nuevo, pero no tuve tiempo de pensar en cómo lo haría, pues en ese justo instante, un alarido me heló la sangre, haciéndome levantar, asustada, preguntándome que sucedía, ¿de dónde venía aquel sonido? Salí al pasillo, encontrándome de frente con mi cuñada, que parecía correr hacia algún punto de la casa.
Aquella mañana me levanté temprano, aunque lo cierto era que no había podido dormir en absoluto, ni siquiera había amanecido cuando salí a caminar por la playa, recordando aquella canción de cuna en mi mente, comenzando a tararearla sin apenas darme cuenta, sin apartar la vista del mar, pensando en él, en su lamentable estado, en lo que había prometido, en que debía de olvidarle. Mis lágrimas comenzaron a salir en ese instante, pero eso no me impidió que siguiese cantando. No deberías cantar una canción tan triste – comenzó una voz junto a mí, haciéndome que me percatase de que él estaba a mi lado. Levantó su mano izquierda y acarició mi mejilla, limpiando mis lágrimas con ella – Así está mejor. ¿Qué haces aquí tan temprano? – pregunté, observando de nuevo al mar, provocando que él lo hiciese también. No podía dormir – reconoció, para luego