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Las Mentiras de Oliver Bloom
Las Mentiras de Oliver Bloom
Por: kesii87
Capítulo 1 – La enfermedad del abuelo.

Todo era un caos en la mansión Bloom, las criadas entraban y salían de la habitación del patriarca, del miembro más anciano de aquella extraña familia, a la que en aquel entonces también pertenecíamos, mi hermano y yo.

Voces e insultos provenían de aquella estancia, mientras iban y venían el resto de miembros de la mansión: la señora Martina entró la primera, y también fue la primera en salir, era obvio que la relación con su padre nunca fue buena, y en aquel estado en el que se encontraba el hombre, con aquella demencia senil ganándole la batalla, era imposible hacerle entrar en razón sobre cualquier cosa. Los únicos que parecían tener un don especial con aquel hombre, eran sus nietos, Carolina y Oliver, que entraron justo después de su madre, y ellos sí que se llevaron bastante tiempo en el interior, charlando con él.

El resto de la familia, en donde me incluyo, permanecimos a la espera, sentados en la sala, en aquellos hermosos sillones de diseño, intentando mantener la compostura, lo cual era un poco inútil pues los que vivíamos en aquella casa sabíamos, a ciencia cierta, a qué habían venido el resto: tan sólo estaban detrás de la fortuna del viejo Martín.

Tan sólo nosotros, mi hermano y yo, éramos los únicos que no encajábamos demasiado en aquella estampa, dos intrusos, que habíamos llegado de la nada, y pretendíamos aprovecharnos de la situación y sacar tajada, o al menos, así lo veían ellos. Lo sabíamos bien, pero en ningún momento dejamos que aquello nos afectase demasiado.

Apreté la mano de Juan, mi hermano, y observé como me sonreía, luciendo mucho más calmado de lo que había creído, incluso más que yo.

Juan tenía el cabello castaño tirando a rubio, justo como el de nuestra madre, y unos bonitos ojos verdes. Yo, por el contrario, había salido más a nuestro padre, y mi cabello tiraba más al castaño medio, al igual que mis ojos, que eran de un marrón intenso.

  • Todo saldrá bien – me susurró tranquilo, para luego volver la vista hacia la puerta que se acababa de abrir, la habitación del señor de la casa. Oliver y Carolina salieron con una amplia sonrisa en su rostro, parecía que su charla había ido bien.

Mi hermano se levantó de un salto, soltando mi mano, dejándome desamparada, para luego abrazar a su esposa, y sentir como esta le devolvía el gesto.

Hacían una linda pareja, siempre lo había pensado, desde el día en el que mi hermano me confesó que estaba enamorado de ella, de Carolina Bloom y que cuando le fuese posible le pediría matrimonio. Habían pasado veinte años desde aquello, y siempre pensé que serían cosas de niños, que cuando fuese mayor lo olvidaría, pero nunca lo hizo, a pesar de tener tan sólo diez años cuando me hizo esa promesa, al cumplir los veinte la cumplió, y pareció que ella siempre había sentido lo mismo por él, pues no tardó en darle el “sí, quiero”.

Carolina era preciosa, tanto por dentro como por fuera, y siempre fue una persona dispuesta a darlo todo si con ello podía hacer feliz a las personas de su alrededor. Y eso la hizo digna de mi confianza, ello conllevó a que para mí siempre fuese como un ángel salvador, un ángel que nos salvó de la ruina cuando mis padres fallecieron y las deudas nos llegaban al cuello.

Tenía mucho que agradecer a aquella familia, pero sobre todo a ella, a mi cuñada, a la que adoraba.

Se separó un poco de su esposo y miró hacia mí, con una amplia sonrisa en el rostro.

  • El abuelo quiere verte – aseguró, haciendo que me sorprendiese bastante al escucharla, pues, aunque mi relación con el patriarca no era mala, no me consideraba lo suficiente importante para él como para visitarle en su pérdida de cordura.

Le sonreí, intentando parecer calmada, mientras sentía una mano entrelazándose a la mía. Volví la vista, preocupada, y casi me caigo del susto cuando lo encontré a él, a Oliver Bloom, allí, tirando de mí hacia la habitación de su abuelo.

Oliver Bloom era la persona más arisca del universo, el único al que odiaba de aquella familia, el que siempre había sido como un dolor de muelas desde que tenía uso de razón, en mi vida.

Le conocí en parvulario, y tengo que admitir que en aquella época era un verdadero encanto, en aquella época no me trataba mal, en aquel entonces, casi éramos amigos. Siempre tenía una sonrisa para mí, y cuando otros intentaban meterse conmigo, me defendía.

Cuando tan sólo era una cría vi en Oliver a un hermano, un hermano que aún no tenía, pero cuando mi hermano Juan llegó todo cambió. Y él se alejó de repente, sin darme si quiera una explicación.

Lo podría haber soportado, incluso podría haber vivido con ello de no ser por lo que ocurrió en primaria, donde mi hermano Juan y Carolina se hicieron inseparables, Oliver empezó a tratarme mal, como si siempre me hubiese odiado, o al menos así podía sentirlo en sus miradas, en sus desprecios, en sus risas de burla junto al resto de su séquito.

Las cosas no mejoraron en el instituto, donde Oliver Bloom era el líder, aquel al que todos seguían, aquel por el que todas mis compañeras se morían por intercambiar al menos una palabra con él. Era el chico más admirado, y yo no entendía porqué, a mí sólo me parecía un palurdo, un idiota, un gilipollas. Y para él, yo seguía siendo la misma, alguien a quien molestar, con la que meterse, de la que reírse junto a sus amigos.

Él y yo éramos como el agua y el aceite, incluso en aquel momento era así, incluso en la mansión que compartíamos me trataba con desprecio y se alejaba de mí tan pronto como tenía oportunidad.

Oliver era un hombre frío, calculador, egoísta, egocéntrico, … un estúpido. Pero eso no quería decir que no fuese igual de guapo que su hermana, dos bellezas, uno castaño y otra rubia, ambos de ojos y piel clara, con buen porte, que despertaban pasiones allá donde iban. No era de extrañar que mi hermano se hubiese enamorado de Carolina, ¿quién no lo habría hecho? Pero lo verdaderamente sorprendente del asunto, es que ella lo eligió a él para ser su esposo.

Tenía entendido que la vida de aquellos dos había sido difícil, al igual que la nuestra, ellos habían perdido a su padre cuando Oliver estaba en el jardín de infancia, nunca supe muy bien en qué momento sucedió, pues él siempre fue un chico muy tímido en aquella época. Su madre, Martina, no tenía ni idea de cómo cuidar a aquellos dos niños, así que tan sólo les compraba todo lo que querían, para intentar mantenerlos contentos, por lo que, el único que los había cuidado como un padre, fue su abuelo, de ahí que estuviesen tan unidos.

Para nosotros no fue así, nosotros siempre tuvimos a nuestros padres, dándonos cariño y amor, enseñándonos principios para que el día de mañana fuésemos personas ejemplares, ayudándonos en todo lo que podían, aunque económicamente siempre habíamos sido algo pobres, pues, aunque mis padres trabajaban, siempre habían tenido muy mala suerte en la vida con respecto al dinero.

Y así fue, como, justo después del accidente que acabó con la vida de mis padres, las deudas nos habían asfixiado. Hasta tal punto que tuve que dejar los estudios y ponerme a trabajar limpiando casas, para salir a flote, para que mi hermano pudiese seguir estudiando lo que le gustaba, me sacrifiqué durante años, hasta que Carolina apareció en nuestras vidas, y se prometieron en matrimonio.

Fui casi obligada a dejarlo todo, mi casa, mi trabajo, mi barrio, mis amigos, … para venir a vivir a la mansión, tras las claras y constantes insistencias de mi hermano y la que entonces era, mi futura cuñada.

Oliver abrió la puerta de la habitación del abuelo y me condujo dentro, cerrando la puerta, dejándonos en el interior.

  • Olivia – me llamó el anciano, en aquel momento de lucidez, con una tenue sonrisa, alargando su mano para que me acercase. Tan pronto como la apreté entre las mías su sonrisa se ensanchó – eres tan buena, Olivia – aseguró, con lágrimas en los ojos – me gustaría tener más tiempo para disfrutar de tu compañía, pero la locura de mi cabeza casi me consume, y cada vez es más difícil recordarlos a ustedes, a mi familia – mi corazón se encogió al escucharle decir aquello, al darme cuenta de que él me consideraba como parte de su familia – necesito que me hagas una promesa, Olivia. – asentí, despacio, en señal de que lo haría – Necesito que cuando llegue el momento hagas algo por mí – volví a mover la cabeza, en señal de que lo haría, esperando a que me dijese que era lo que quería que hiciese por él, pero no lo hizo – Bien, me alegra saber que puedo contar contigo – agradeció, para luego mirar a su nieto y sonreír – Ahora necesito que os marchéis, estoy cansado, y sé que mañana no recordaré nada de esto, sé que mañana tan sólo seréis desconocidos para mí.

  • Vamos – me llamó Oliver, haciéndome soltar la mano del anciano, para mirar hacia él – Olivia – insistió, mientras volvía a entrelazar nuestras manos, y tiraba de mí hacia el pasillo de la casa, ese que daba a la sala dónde estaban todos.

  • ¿Qué es eso que tu abuelo quiere que haga por él? – pregunté, cuando caminábamos hacia la sala, notando como su mano soltaba la mía y me embriagaba una sensación de abandono.

  • Lo sabrás cuando llegue el momento – aseguró él, con esa mirada oscura que tanto odiaba. De nuevo volvía a ser él, el odioso Oliver que tanto detestaba – Pero entonces – comenzó, agarrándome fuerte del brazo – deberás hacerlo, pues se lo has prometido al abuelo.

  • Lo haré – aseguré, decidida, soltándome de él, para luego caminar hacia Carolina y mi hermano.

Capítulo 2 – Las locas ideas de Carolina.

Estábamos en el estudio, todos reunidos, la familia, esperando a que el abogado del señor Bloom leyese el testamento, justo como él lo había predispuesto, dos semanas después de su extraña petición, aquella que nunca llegó a contarme del todo.

Carolina agarraba a mi hermano de la cintura, dejando caer la cabeza sobre su hombro izquierdo, afligida por la pérdida de un ser querido, pues a pesar de que no estaba muerto, el abuelo había perdido totalmente la cordura, y ya no podía recordar a ninguno de los allí presentes.

Junto a ella, sentado en su silla, con una mirada indescriptible, estaba él Oliver Bloom, mirando hacia la nada, con los dientes apretados, como si hubiese algo que le estuviese molestando.

Le observé durante unos minutos más, fijándome en cada detalle de su rostro. Su cabello alborotado despejaba su frente, dejando ver las arrugas de esta, nítidas y bien marcadas, demostrando que la edad estaba pasándole factura. Sus cejas bien pobladas y rojizas, pues, aunque su cabello en aquel momento era castaño, no siempre había sido así, aún podía recordarle de niño, un hermoso niño de cabellos pelirrojos y ojos de color agua marina. Sus ojos, parecían mantener aquel hermoso color que me cautivaron la primera vez que le vi, y bajo ellos, también se apreciaban arrugas de la edad. Su nariz era grande y tosca, se podría decir que era lo único feo en su rostro, pero, aun así, no le quedaba mal. Sus labios eran rosados y carnosos, rodeados por una escasa barba y bigote, que aún mantenían el tono rojizo, que había tenido su pelo alguna vez.

Era hermoso, era la cosa más hermosa que había visto nunca, y no entendía cómo no podía haberme dado cuenta antes de lo increíblemente atractivo que él me parecía.

Me removí en mi asiento, y quité la mirada de aquel sujeto tan pronto como nuestras miradas se cruzaron y pude sentir en aquellos ojos la sorpresa.

Era extraño, la rara sensación que se me había creado en el estómago, como si la mirada de Oliver pudiese hacerme daño, como si su mirada tuviese un significado horrible para mí. Pero no lo entendía.

Aún me estaba observando, podía sentirlo, pero no hice nada para impedirlo, ni siquiera volví a mirarle, tan sólo mantuve mi atención en el abogado, que, en ese momento, tras sentarse en la silla del escritorio del despacho, sacaba unos documentos de su maletín.

Unos cuchicheos me sacaron de mis pensamientos, haciéndome levantar la mirada, para mirar hacia Carolina y Oliver, discutiendo en voz baja, intentando no ser notados entre la multitud, mientras el abogado ordenaba los papeles en la mesa, intentando encontrar qué era lo primero que tenía que leer.

  • No creo que sea buena idea – aseguraba Oliver, captando mi atención, por la forma tan desesperada en la que decía aquellas palabras – ya no estoy seguro de querer seguir con esto.

  • Oliver… - comenzó ella, intentando hacer entrar en razón a su hermano, que de nuevo estaba echándose atrás.

  • No quiero que ella vuelva a pasar por lo mismo – se quejaba. Lucía afligido, como si aquello a lo que se refería pudiese traerle dolor. Torció la cabeza, intentando apartar su mirada de la de su hermana, pues sentía en la de ella aquella lástima que tanto odiaba, y entonces, se percató de mi atención – Tenemos público – se quejó, volviendo a mirar hacia su hermana, y de nuevo hacia mí, haciendo que la muchacha se volviese para mirar hacia mí, y comprendiese las palabras de su hermano.

  • Hablaremos más tarde – dijo la joven – pero ya es tarde para echarse atrás.

Oliver se retorció en su asiento, apretando los nudillos al pensar en la sola idea de que yo hubiese podido escuchar algo sospechoso, y lo cierto es que era verdad, pero mi única curiosidad, en aquel momento, era … ¿De quién estaban hablando? ¿Quién era la mujer a la que se referían? ¿Por qué lucía tan afligido y preocupado por ella?

El abogado comenzó a leer los documentos, haciéndome salir de mis pensamientos, poniendo toda mi atención en su lectura.

Al parecer, el señor Bloom le había dejado la casa a su hija Martina, pero sus propiedades de las afueras, eran para uso y disfrute del resto de sus hijos y nietos, aquellos que iban detrás de su fortuna, así que seguramente no disfrutarían las propiedades, tan sólo las venderían. Pero tan pronto como el abogado aseguró que había una cláusula en la que decía que los herederos no podían vender sus propiedades hasta diez años después de la lectura del testamento, por poco no se caen de las sillas, y por supuesto, empezaron a quejarse sobre ello.

Prosiguió hablando, el abogado, sobre el resto de bienes del anciano, hasta llegar casi al final, que fue cuando aquello llamó mi atención.

  • “… y dejo toda mi fortuna a repartir en partes iguales a los que han sido como hijos para mí, verdaderos hijos que no perseguían mi fortuna, si no mi amor y mi cariño, Carolina y Oliver – leía el hombre, haciendo que el resto de la familia pusiese el grito en el cielo al escuchar aquello.

  • Por favor – se hacía oír Martina – dejemos hablar al señor Méndez - (el abogado). El barullo se calmó y volvieron a guardar silencio.

  • Dicha fortuna sólo podrá ser disfrutada una vez que ambos estén casados, de no haber encontrado a alguien con quien compartir sus vidas, ninguno de los dos recibirá ni un solo céntimo. Y, pasado, los diez años que estima el contrato, la fortuna pasará a mis hijos por ley.

La familia al completo sonrió con malicia, al darse cuenta de que aún tenían ocasión de ganar la batalla, pues sabían que Oliver nunca encontraría a una esposa con su carácter tosco y difícil.

Y tenían razón, Oliver Bloom se había convertido en otra persona tras empezar la universidad, era un hombre solitario, tosco y con un humor de perros, aunque, a veces, con su abuelo y su hermana, era todo un encanto. Pero eso nunca ocurría conmigo, siempre me trataba con desprecio, y nunca se quedaba mucho tiempo cerca de mí, pues detestaba mi presencia, o así me lo había transmitido en innumerables ocasiones.

Pero, dejemos de hablar de él, y centrémonos en el último punto del testamento, que hacía referencia a un par de bienes materiales que el anciano tenía en la mansión, y que por supuesto les dejaba a sus hijos.

Todos nos levantamos, tan pronto como el abogado admitió que había terminado, y una vez que los familiares firmaron que habían recibido aquel escrito.

Oliver agarró a su hermana de la mano, de malos modos, y tiró de ella hacia el pasillo, mientras el resto de la familia hablaban entre ellos, opinando sobre lo que les parecía aquel extraño testamento que el abogado había pronunciado. Por otra parte, mi hermano, y yo, caminábamos lentamente a pasos calmados, por el pasillo.

  • Oliver, te recuerdo que fue idea tuya – aseguró Carolina, enfadada con su hermano, porque estuviese cambiando de idea una vez que ya lo tenían todo preparado, al mismo tiempo que mi hermano y yo salíamos al pasillo, pero parecía que ellos no se habían dado cuenta – incluso le pediste al abuelo…

  • Ya sabes por qué lo hice – se quejó, molesto, mientras mi hermano me cogía del brazo y tiraba de mí hacia el salón, para que no pudiese escuchar aquella conversación – Juan te tiene a ti, pero ella…

Estaba claro que estaban hablando de mí, pero por culpa de mi hermano, no pude escuchar nada más. Y estaba realmente intrigada por aquello, sobre la razón por la que él hablaba de mí, por la razón en la que él…

  • Estaban hablando de mí – me quejé a mi hermano, dándome la vuelta, con la intención de volver al pasillo del estudio, con la intención de saber más sobre aquel asunto, pero antes de que lo hubiese hecho, Juan me detuvo.

  • Claro que no están hablando de ti – mintió, pero yo sabía perfectamente que no era cierto, pues él no me miraba a la cara, es más, evitaba mis ojos todo el tiempo.

Pero ni siquiera pude insistir sobre ello, porque en ese momento, los hijos y sobrinos, junto a sus esposos y esposas, que se dirigían hacia la sala, nos arrollaron por completo. Y entonces, los vi, a Oliver y a su hermana, un poco más separados del grupo, pero dirigiéndose hacia ese mismo lugar.

Pasó por mi lado sin tan siquiera reparar en mí, y siguió su camino como si nada, mientras yo me quedaba allí mirando cómo se alejaba de mí, más y más.

Quizás mi hermano tenía razón – pensé – quizás sólo lo había malinterpretado, quizás todo siguiese igual. Oliver Bloom y yo, seguíamos siendo como el agua y el aceite.

  • Olivia – me llamó mi cuñada, haciéndome salir de mis pensamientos – necesito que me hagas un favor – rogó, con impaciencia. Le sonreí, mientras asentía, dejándole claro que haría cualquier cosa que me pidiera, aunque luego me arrepentí de haberlo hecho – necesito que distraigas a Oliver.

  • ¿Cómo? – pregunté, sin comprender a lo que se refería, mientras ella sonreía con malicia.

  • Se me ha ocurrido una idea para que Oliver pueda casarse – explicaba – para que de esa forma mis tíos no se lleven la herencia que tanto desean.

  • Nadie aceptará casarse con él – aseguré, sorprendiéndome a mí misma con aquellas palabras, incluso Carolina se asombró por mi atrevimiento – él es demasiado tímido, le es difícil hacer amigos, y por eso … - pero me detuve, pues la cara de mi cuñada era un poema y la mía también. Incluso me enfadé conmigo misma por estar siendo tan amable con un hombre tan cruel como Oliver.

  • Sé que para él será difícil encontrar a una esposa – aseguró ella, dejando claro con eso que estaba de acuerdo conmigo – por eso creo que lo mejor es sacar el matrimonio a subasta.

  • ¿perdón? – inquirí, totalmente horrorizada con la idea, pues sabía que Oliver era demasiado reservado como para aceptar aquella idea.

  • Lanzaremos a mi hermano al mercado por todo lo alto, y la puja más alta será la ganadora. Por supuesto el premio será ser su esposa – aclaró mi cuñada, mientras yo era consciente de que le miraba con la boca abierta, al igual que mi hermano, aunque lo suyo era demasiado exagerado para ser cierto, lo que me hizo suponer, que quizás él ya estaba al tanto de aquella descabellada idea que proponía su esposa – Así que necesito tu ayuda, para mantenerlo alejado y que no descubra el plan.

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