El vestido de novia

El señor Duncan se levantó con ella rodeándole la cintura con sus piernas. Entraron al cuarto y la puso en la cama, donde Rosalin no recuerda mucho, sólo que sentía su boca y sus manos. ¡Oh sus manos! Por todas partes. Cada movimiento que hacía le lanzaba una ola de placer. Llegó el momento de él colocarse sobre ella y en ese mismo instante, se congeló y no sabía cómo decírselo, pero él lo supo y se detuvo para mirarla con la respiración agitada y sus ojos marrones, vidriosos bañados de deseo.

Se quedaron mirando por unos segundos y el señor Duncan, tomando una bocanada de aire, hundió su cara en el cuello de Rosalin y permaneció así por varios minutos.

-Lo siento – Dijo después de un momento con el tono de voz más relajado –

-No, yo soy quien lo siente – Dijo Rosalin –

- Me prometí a mí mismo que respetaría la promesa de respetarte hasta el día de la boda –

-De verdad, te lo agradezco, porque fue una promesa que le hice a mi madre en vida y quiero cumplirla y tengo tanto miedo de que
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