El fuego en la chimenea crepitaba suavemente, llenando la habitación con una luz cálida. Rhidian estaba sentado en uno de los sillones de la biblioteca, su mirada perdida en las sombras danzantes. Tara lo observaba desde el umbral, notando la tensión en su postura. Había algo en él esa noche, algo que no había visto antes: vulnerabilidad.Decidida a descubrir más sobre el hombre que había cambiado su vida, Tara entró en silencio y se sentó frente a él. Rhidian no levantó la vista de inmediato, pero cuando lo hizo, sus ojos estaban cargados de emociones que rara vez mostraba.—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Tara suavemente.Rhidian soltó un suspiro y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas.—Mi pasado no es algo que suelo compartir —admitió—. Pero tal vez ya sea hora de que lo sepas.Tara no dijo nada, solo lo miró con atención, dándole el espacio para continuar.---—Nací en una época donde el caos reinaba —comenzó Rhidian, su voz baja y reflexiva—. Mi padre
El amanecer pintaba el horizonte con tonos anaranjados mientras Tara practicaba con su espada en el jardín trasero de la mansión. Las gotas de sudor resbalaban por su frente, pero no se detenía. Sabía que debía mejorar. Su habilidad estaba creciendo, pero todavía sentía el peso de la responsabilidad que implicaba ser la Última Chispa.Rhidian la observaba desde una sombra cercana, sus brazos cruzados sobre el pecho. Había algo en la manera en que Tara se movía, en la feroz determinación de sus ojos, que lo fascinaba. Sin embargo, también estaba preocupado. Conocer su verdadero poder no solo la había fortalecido, sino que también había atraído una atención no deseada.—Estás perdiendo el equilibrio en el giro final —comentó, rompiendo el silencio.Tara se detuvo, girando hacia él con una ceja levantada.—¿Quieres venir a mostrarme cómo se hace, maestro?Rhidian sonrió, ese tipo de sonrisa que era a la vez desafiante y cautivadora.—Con gusto.Se acercó a ella, quitándose la capa y dese
La noche estaba cargada de oscuridad, una que parecía más espesa y viva de lo que debería ser. Los árboles susurraban con un viento inexistente, y las estrellas, habitualmente brillantes, estaban veladas por una sombra inquietante.En el corazón de un bosque olvidado por el tiempo, una figura encapuchada avanzaba con pasos rápidos, sosteniendo algo envuelto en tela entre sus brazos. La respiración del hombre era pesada, cada inhalación un recordatorio de que el peligro acechaba cerca.—Debemos llegar antes de que ellos lo hagan —murmuró, más para sí mismo que para el pequeño grupo que lo seguía.—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó una mujer detrás de él, su voz tensa pero controlada.—No hay otra opción. Si no lo escondemos ahora, todo estará perdido.El grupo llegó a un claro donde un círculo de piedras antiguas se alzaba como guardianes olvidados. Las runas que adornaban las piedras brillaban débilmente, como si respondieran a la presencia del hombre.Él se detuvo en el c
El bosque Esmeralda siempre había sido un refugio para Tara. Con sus altos árboles que susurraban secretos al viento y el canto de los riachuelos que cruzaban su hogar, era un lugar que prometía paz. Pero esa noche, el bosque parecía diferente. La tranquilidad habitual se sentía como una ilusión, rota por un temblor invisible que crecía en el aire.Tara estaba sola en su cabaña, mirando sus manos con una mezcla de asombro y terror. Desde la extraña luz que había salido de ellas horas atrás, no había podido dejar de pensar en lo que eso significaba. Todo comenzó cuando el hijo de la panadera llegó con fiebre alta, al borde de la muerte. Tara había intentado todos sus remedios habituales, pero nada funcionó. Fue entonces, en un acto desesperado, cuando sintió que algo ardía dentro de ella, una fuerza que no controlaba pero que la obedecía.El niño había sanado al instante. Pero no fue el alivio lo que la consumió después, sino el miedo. Aquella luz, aquel calor, no era natural. Algo e
Tara nunca había sentido el tiempo tan lento como en esos momentos. La mirada intensa de Rhidian era una prisión, pero también una invitación. Una parte de ella quería desafiarlo, pero otra, más oscura y desconocida, quería ceder a esa sensación de vértigo que él provocaba.—Si realmente tienes respuestas, será mejor que hables —dijo finalmente, esforzándose por mantener la voz firme, aunque el temblor en sus manos la traicionó.Rhidian ladeó la cabeza, evaluándola. La forma en que la estudiaba era casi hipnótica, como si estuviera desentrañando cada parte de ella con sus ojos.—Las respuestas no siempre son amables, Tara. Y las tuyas... podrían ser una carga que no estás lista para llevar.Ella apretó los dientes, odiando el tono condescendiente en su voz, pero también sabiendo que él tenía razón. Había algo en ella que no entendía, algo que la aterrorizaba. Pero eso no significaba que se rendiría sin luchar.—Prueba conmigo —replicó, cruzando los brazos sobre el pecho, más para
Rhidian observaba a Tara mientras ella luchaba con las emociones que se agitaban en su interior. Sus manos aún temblaban después de haber liberado aquella explosión de luz que, sin entrenamiento, había sido pura fuerza cruda. Había algo en ella que no esperaba encontrar: una chispa que se negaba a apagarse, incluso en medio del miedo.“Así que esta es la última portadora de luz”, pensó, mientras pasaba una mano por el mango de su espada, más por costumbre que por necesidad. Durante años había esperado este momento, preparado para lo que implicaría. Pero verla frente a él, pequeña pero llena de una intensidad que no podía ignorar, era más de lo que había anticipado.No era la primera vez que escuchaba su nombre. Los Tejedores de Sombras, esa orden corrupta que juró erradicar todo rastro de magia luminosa, llevaban años susurrándolo en sus reuniones clandestinas. Tara. El nombre había surgido una y otra vez, acompañado de profecías y advertencias. “La última luz renacerá en las sombra
El sol apenas asomaba entre las montañas cuando Tara salió al claro donde Rhidian le había indicado que comenzaría su entrenamiento. Habían pasado solo dos días desde que su vida había cambiado por completo, pero ya sentía que todo lo que había conocido antes era un recuerdo lejano.Rhidian la esperaba, con los brazos cruzados y una expresión seria que no dejaba lugar a protestas. Llevaba una espada en la mano, no una de esas armas ceremoniales relucientes que había visto en historias, sino una que parecía forjada para la batalla. Oscura, pesada, y con un filo que reflejaba la luz de la mañana.—Llegas tarde —dijo, sin preámbulos.Tara alzó una ceja. Había tenido suficiente de su actitud arrogante, pero sabía que discutir con él no la llevaría a ninguna parte.—Estaba preparándome mentalmente para soportarte —replicó con un toque de sarcasmo.Rhidian dejó escapar una risa baja, inesperada, que la hizo estremecer.—Eso es bueno. La resistencia mental es clave. Aunque dudo que est
El claro se llenó del eco de espadas chocando, el sonido metálico resonando en el aire como una canción de desafío. Tara apenas llevaba un par de días entrenando con Rhidian, y ahora, para su sorpresa y consternación, tenía a Bella como oponente.La hermana de Rhidian se movía con una elegancia que rozaba lo burlón, esquivando los torpes ataques de Tara con facilidad.—Vamos, portadora de luz —dijo Bella, con una sonrisa irónica mientras giraba su espada de madera con facilidad—. Pensé que tendrías algo más interesante que ofrecer.—Tal vez debería mostrarte lo que puedo hacer con mi magia —replicó Tara, estrechando los ojos mientras trataba de ignorar el ardor en sus músculos.—Oh, claro, usa un poco de fuego para quemarme el cabello. Eso seguro que salvará el mundo.—¡Bella! —La voz firme de Rhidian cortó el aire. Estaba apoyado contra un árbol cercano, observándolas con una mezcla de frustración y paciencia.Bella rodó los ojos y bajó su espada, dándole a Tara una oportunidad