Descontrol

Su lobo nunca había sentido tanto deseo por una mujer, pero esto iba más allá de toda lógica. Era como un deseo vital. Una imploración de poder sobrevivir en este mundo solo con un beso.

—Me gustaría que se lo dijeras —trago saliva—, a quien crees que le crea a ti que eres una terapeuta con los conocimientos necesarios de manipular a tu antojo a un hombre o, a mí… que siempre he sido un buen hermano, que la sangre nos une, vamos me gustaría que se lo contras todo, hazlo ahora mismo.

Seguía intentando zafarse. Edmundo se conformaba con roce de sus labios, aunque fuera un segundo.

—Tus amenazas no me intimidan—advirtió Jena —, si tengo que perder a Conan por no vivir un chantaje lo hare. ¡Suéltame!, me das asco.

—¿Por qué no lo has hecho antes entonces?, una parte de ti duda o sabes que he dicho la verdad, tu yo nos entendemos.

—No soy esa clase de mujer.

Se volvía loco con el estremecimiento de su cuerpo, con el olor de su piel, con la suavidad que lograba conocer debajo de su tosca
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