Celeste estaba decidida. Había llegado el momento de llevar su plan de seducción al siguiente nivel, y no permitiría que nada ni nadie la detuviera. Sus ojos azules brillaban con una determinación inquebrantable mientras asumía su rol: debía atraer al irresistible Thomoe, su profesor.
—Voy a seguir con el plan —murmuró Celeste, sin vacilar. Mónica, quien había escuchado más de lo que quería sobre este «plan», puso los ojos en blanco. Celeste la ignoró, ajustando su blusa para que el escote se mostrara un poco más. —Tú estás loca, ¿lo sabes? —respondió Mónica con un tono de incredulidad—. Te vas a meter en un lío. —Lo necesito —dijo Celeste con seguridad—. Necesito ese diez. Mientras la clase comenzaba, Celeste se encontraba más determinada que nunca a seguir adelante. Sabía que no solo se trataba de obtener la calificación perfecta; había algo más, algo en la mirada de Thomoe que la atraía, un magnetismo que hacía que sus acciones fueran más que un simple capricho. Thomoe era un hombre de apariencia impecable, siempre bien vestido, con una mirada seria y una sonrisa que raramente aparecía. Su elegancia y autoridad lo hacían inalcanzable, pero para Celeste, eso solo añadía un toque más atractivo al desafío. Mientras él explicaba la lección, Celeste se mordía suavemente el labio inferior, esperando a que su mirada se encontrara con la de ella. Pasaron unos minutos antes de que Thomoe levantara la vista. Sus ojos oscuros la recorrieron por un instante fugaz, apenas perceptible, pero para Celeste fue suficiente. Era un comienzo. Decidió arriesgarse, cruzando y descruzando las piernas lentamente, fingiendo estar concentrada en la lección. Thomoe parecía inmune al principio, pero Celeste notó cómo su atención se desviaba hacia ella con más frecuencia de lo habitual. Entonces ocurrió: una leve caída de su cuaderno al suelo. Celeste se agachó a recogerlo, asegurándose de que su falda se levantara lo suficiente para revelar más de lo que debía. Cuando se enderezó, pudo ver a Thomoe tensarse ligeramente antes de retomar su explicación. Durante el resto de la clase, la tensión entre ellos era palpable. Celeste sabía que lo había atrapado, aunque fuera solo por un momento. Al final de la clase, mientras los demás alumnos salían, Thomoe se acercó a su pupitre. —Celeste, necesito hablar contigo —dijo con tono firme, aunque sus ojos delataban algo más. Celeste lo miró con una sonrisa inocente que contrastaba con las intenciones que se escondían tras sus acciones. —Claro, profesor. ¿Sobre qué? —preguntó, haciendo un esfuerzo por parecer ingenua. —He notado que últimamente estás... diferente. Más enfocada. Me pregunto qué ha cambiado. Celeste sostuvo su mirada unos segundos antes de responder, inclinándose levemente hacia él. —Digamos que encontré una nueva motivación para sacar el diez —susurró, con una sonrisa insinuante. Thomoe no respondió de inmediato, pero la forma en que la miraba indicaba que entendía perfectamente lo que ella estaba sugiriendo. Sin embargo, no dijo nada más. Simplemente se apartó, dejando que el peso de sus palabras quedara suspendido en el aire. La semana siguiente, Celeste continuó con su juego, cada vez más descarada. Thomoe trataba de mantener la compostura, pero no podía evitar que sus ojos la buscaran cada vez que ella hacía algo provocador. Una tarde, mientras explicaba una fórmula en la pizarra, Celeste decidió subir la apuesta. Fingiendo que necesitaba estirarse, se deslizó hacia abajo en su asiento, cruzando las piernas lentamente y dejándolas entreabiertas justo lo suficiente para que Thomoe viera lo que llevaba debajo de su falda. Él se detuvo un segundo, la tiza en su mano estaba inmóvil. La clase estaba demasiado absorta en sus notas como para notar el breve momento de desconcierto que pasó por el rostro del profesor. Thomoe retomó la lección rápidamente, pero Celeste sabía que había ganado otro asalto. Cada vez que se cruzaban en los pasillos, el ambiente entre ellos se volvía más denso. Los encuentros en el aula eran una batalla silenciosa de miradas, gestos y palabras contenidas. Celeste se aseguraba de que cada interacción dejara a Thomoe pensando en ella mucho después de que terminara la clase. Mónica, ajena a lo que realmente estaba sucediendo, seguía lanzando advertencias. —Celeste, esto va a salir mal —insistía—. No puedes seguir así. Si te descubren... Pero Celeste estaba cegada por su propio deseo, por la adrenalina del juego que había comenzado y del que ya no podía salir.Thomoe intentaba resistirse a sus propios impulsos, pero la atracción que sentía hacia Celeste le resultaba cada vez más difícil de ignorar. Mientras trataba de concentrarse en las clases, las imágenes prohibidas seguían invadiendo su mente. Y aunque intentaba mantener la compostura, la batalla interna se intensificaba. —Trae tu silla y siéntate a mi lado —le ordenó Thomoe con voz seductora, rompiendo el silencio. Celeste, sin dudarlo, obedeció. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y deseo mientras se sentaba junto a su profesor. —Dime, Celeste, ¿qué no entiendes? —preguntó Thomoe, con su mirada fija en ella, con una sonrisa traviesa. Cada palabra que salía de sus labios hacía que el corazón de Celeste latiera más rápido. La cercanía con él era intoxicante, y la joven, en un arranque de valentía, tomó la mano de Thomoe y la colocó sobre su muslo. El aula alrededor de ellos desapareció, reduciéndose a ese momento privado y prohibido. Todo lo demás dejó de importar. El des
Mónica y Celeste, exhaustas tras un largo día de clases, decidieron relajarse en el parque. El sol comenzaba a ocultarse, mientras la brisa hacía susurrar suavemente las hojas de los árboles. —¿Qué te comentó el profesor hoy? —preguntó Mónica, con un atisbo de curiosidad en sus ojos. —Me dijo que debo ser la primera en entregar el proyecto y mencionó que mi antiguo profesor comentó algo sobre mis calificaciones bajas —respondió Celeste con un suspiro, notando el peso de sus propias palabras. —¿Y qué piensas hacer? Sabes que a tus padres les preocupa tu rendimiento —dijo Mónica mientras se recostaba en el césped, observando el lento movimiento de las nubes en el cielo. —Lo sé, pero parece que no entienden que hago lo mejor que puedo. Insisten en mandarme a ese convento, sin importar lo que yo piense —Celeste frunció el ceño, jugueteando con una ramita que encontró cerca. —Mis padres son iguales. Para ellos, la escuela y la iglesia lo son todo. No parece importarles que también nece
Capítulo 5: Tú serás mía Al día siguiente, muy temprano, Mónica y Celeste estaban en una llamada. Mónica había llamado emocionada para contarle lo que había pasado. —¡Celeste, adivina qué! —exclamó Mónica con entusiasmo del otro lado de la línea. —¿Qué pasa? No me dejas dormir —respondió Celeste, frotándose los ojos con pereza desde la cama. —¡El profesor me puso 'A' en mi proyecto! ¡Gracias, te adoro, Celeste! —dijo Mónica, su voz estaba vibrante llena de alegría. Mónica nunca había obtenido una calificación así. A pesar de ser muy inteligente, la aritmética siempre se le había complicado. Por otro lado, Celeste brillaba en esa materia. Al escuchar la noticia, Celeste se sentó de golpe, sorprendida pero también inquieta por no haber recibido su propia calificación. —¿Qué? A mí no me ha llegado mi nota —exclamó, estando la decepción clara en su voz. —Amiga, tal vez el profesor aún no revisa el tuyo —trató de consolarla Mónica. —Pero dijo que sería el primero —respondió Celes
La joven llegó a su casa con el corazón acelerado, debido a la conversación con su profesor en el autobús. Al llegar a su casa, corrió a su habitación, cerró la puerta de un portazo y recargó su cabeza en la puerta de la habitación.—¿Qué estará pensando ese hombre? —murmuró en voz baja mientras cerraba los ojos y no podía dejar de pensar en su profesor y en las palabras que intercambiaron en el autobús. Se tiró en la cama y cayó en un sueño profundo.En medio de ese sueño, se encontraban dos personas entrelazadas mientras el éxtasis se podía sentir en toda su plenitud.—Vamos, muévete más —le pidió el hermoso hombre que estaba recostado en la cama, mientras ella brincaba arriba de él.—haaaa, sí, así —pronunció Celeste cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones que estaba experimentando en ese momento.—¡Más rápido! —pidió Thomoe, tomándola de las caderas para aumentar la velocidad.Él jaló su cabello, la hizo girar y luego la puso a cuatro patas.—¿Por detrás? —pregunt
—Celeste, te estoy hablando —la voz firme pero suave de Thomoe la sacó de su ensueño. Celeste, con las mejillas ardiendo, desvió la mirada. «Solo estoy fantaseando», pensó, tratando de recuperar la compostura. Thomoe estaba parado en la puerta, sus ojos intensos permanecían clavados en ella. —¿Qué te pasó en la mejilla? —preguntó, escudriñándola con curiosidad. —Dormí sobre mi mano —murmuró Celeste, incómoda—. Traté de cubrirlo, pero no me sé maquillar. Thomoe entrecerró los ojos, cruzando la habitación con pasos seguros. Cerró la puerta sin prisa, mientras su presencia llenaba el espacio. Celeste retrocedió instintivamente. —Parece un golpe. Su tono era cortante, pero algo en su mirada reflejaba una preocupación apenas contenida. Thomoe se inclinó hacia ella, acariciando su mejilla con la punta de los dedos. El contacto fue sorprendentemente suave, haciendo que Celeste contuviera el aliento. —¿Eres de las que creen que si te golpean en una mejilla, debes poner la otra? —mu
—¿Por qué llegaste tan tarde? —inquirió Dan, con una arruga en la frente, ansioso por saber dónde había estado su hermano mayor. —¿Por qué te importa? —respondió Thomoe con desinterés, desviando la mirada como si la conversación no mereciera su atención. Alberto observó con inquietud. «Si así trata a su hermano... Este hombre me intimida», pensó, frunciendo el ceño ante la actitud fría de Thomoe. —¡Qué adorable pareja hacen! —exclamó Alma con una sonrisa en los labios, sin sospechar que Thomoe y Dan eran hermanos, mientras los miraba con admiración. —Siéntate a mi lado —invitó Dan a Thomoe con una sonrisa amable, lo que hizo que Alma imaginara aún más romances entre ellos. A pesar de la negativa inicial de Thomoe, al final cedió con una mueca de resignación y se sentó junto a su hermano, justo donde quedaban dos asientos vacíos. Alma tomó asiento al otro lado de Dan, mientras Celeste cruzaba el umbral de la cocina, sus ojos se encontraron con los de Thomoe, quien no la había de
—No es justo, realmente quería acabar —pensó triste Celeste mientras observaba con desánimo la habitación. Con pasos apresurados, Celeste se dirigió hacia su recámara, deseando escapar del ambiente tenso que se palpaba en la casa antes de que sus padres comenzaran otra de sus acaloradas discusiones. Agarró su computadora portátil y se dejó caer pesadamente en el sofá, buscando refugio en la pantalla. Al ver un correo del profesor parpadeando, frunció el ceño y murmuró para sí: —¿Qué es esto? —Espero que te sea útil —leyó Celeste en voz alta, sintiendo cómo las palabras del profesor resonaban en su mente. Con curiosidad, abrió el archivo adjunto. Su corazón latía con fuerza mientras el video cargaba, y pronto sus ojos se fijaron en lo que ocurría debajo de la mesa durante la reunión. Su boca se entreabrió al verlo. Era real, todo lo que había imaginado, y ahora tenía pruebas tangibles. —No puede ser... —murmuró, cerrando de golpe la computadora, respirando agitadamente. Dudó por
La imaginación de ambos comenzó a construir un escenario paralelo donde cada detalle cobraba vida.En esa escena imaginada, Celeste estaba envuelta en una suave luz, permaneciendo de pie frente a él, su piel tan resplandeciente bajo la tenue iluminación como un diamante en bruto.Con admiración en los ojos, Thomoe se acercó a ella con un susurro apenas audible, pronunciando «Tete». Su corazón latía con fuerza ante la presencia de la mujer que habitaba tanto en sus sueños como en sus pesadillas.Con un gesto delicado, Thomoe tomó el rostro de Celeste entre sus manos y la besó con una pasión ardiente e inimaginable. Aunque conscientes de que era solo una ilusión, ansiaban fundirse en un beso que pudiera alterar el pasado y reescribir el futuro. Sus labios buscaban ansiosamente el contacto, como un sediento en busca de agua en el desierto.Con suavidad, Thomoe la llevó hacia la cama y la recostó, admirando cada curva de su cuerpo desnudo. Con un suspiro de deleite, Thomoe separó las pier