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Capítulo 6: el jefe de mi padre.

La joven llegó a su casa con el corazón acelerado, debido a la conversación con su profesor en el autobús. Al llegar a su casa, corrió a su habitación, cerró la puerta de un portazo y recargó su cabeza en la puerta de la habitación.

—¿Qué estará pensando ese hombre? —murmuró en voz baja mientras cerraba los ojos y no podía dejar de pensar en su profesor y en las palabras que intercambiaron en el autobús. Se tiró en la cama y cayó en un sueño profundo.

En medio de ese sueño, se encontraban dos personas entrelazadas mientras el éxtasis se podía sentir en toda su plenitud.

—Vamos, muévete más —le pidió el hermoso hombre que estaba recostado en la cama, mientras ella brincaba arriba de él.

—haaaa, sí, así —pronunció Celeste cerrando los ojos y dejándose llevar por las sensaciones que estaba experimentando en ese momento.

—¡Más rápido! —pidió Thomoe, tomándola de las caderas para aumentar la velocidad.

Él jaló su cabello, la hizo girar y luego la puso a cuatro patas.

—¿Por detrás? —preguntó Celeste con la respiración acelerada.

—Te daré por todos lados —respondió Thomoe, tomandola y dándole un fuerte tirón de sus caderas para estrellarla contra él y su miembro palpitante. Le dio una nalgada dejándola roja.

—Mi Celeste —murmuró Thomoe mientras con una mano alzaba su cabeza y le mordía el lóbulo de la oreja.

—¡Oh, sí, otra, otra! ¡Dame otra nalgada! —exigió Celeste.

Thomoe no se hizo esperar y le propinó dos nalgadas sonoras más. Luego, la agarró del cabello en una coleta y entró en ella de un jalón.

—¡Oh, qué rico! —exclamó Celeste mientras su interior comenzaba a apretarse anunciando su liberación.

En ese momento, tocaron a la puerta de Celeste haciéndola despertar de su loco sueño.

—Celeste, abre la puerta —exigió su padre.

—Ya... ya voy, papá.

La ropa de Celeste estaba muy húmeda y era incómodo, así que corrió rápidamente hacia su clóset y cambió sus bragas, arrojándolas al cesto de la ropa sucia y echándose un poco de perfume.

—Papá, ¿necesitas algo? —preguntó Celeste al abrir la puerta.

—¿Dónde estuviste todo el día? —preguntó su padre muy molesto.

—Salí de compras con Mony —respondió Celeste tratando de aparentar normalidad, aunque ver a su padre molesto ya era algo habitual.

—¿Saliste de compras? ¿No ves que no hay dinero? M*****a chamaca, muéstrame qué compraste —exigió su padre, empujando a Celeste hacia adentro de su cuarto.

—Papá, las compré con mis ahorros - dijo ella con una lágrima silenciosa brotando de sus ojos.

—Me da igual, te dije que me mostraras lo que compraste. Ya veré si fue un gasto innecesario o no, eres tan inútil. La agarró fuerte del brazo.

—Sí, ya voy —mencionó Celeste con un nudo en la garganta, tratando de contener las lágrimas.

Se dirigió a las compras y se las entregó a su padre, quien comenzó a sacarlas con cara de disgusto. Al parecer, no le gustaron las compras que ella había hecho para sí misma.

—¿Qué se supone que es esta ropa? Te he dicho que no te vistas como una puta —dijo su padre.

Celeste, ya enojada, respondió:

—Papá, son solo unos shorts. Si quieres, me visto como una monja.

—Desde hoy te exijo que te vistas como una monja, y mi jefe vendrá, así que no me avergüences —ordenó el padre con firmeza.

—No quiero vestirme como monja —respondió Celeste con determinación. Ella ansiaba expresar su estilo personal, no seguir las imposiciones de los demás.

—Entonces vístete de manera provocativa; podríamos venderte en un burdel y ganar mucho dinero.

—Papá, ¿por qué me hablas así? Soy tu hija.

—Cállate, estoy harto de ti —gritó el hombre, golpeándola en la mejilla.

Después de que su padre saliera del cuarto, Celeste se echó a llorar en su cama y luego llamó a su amiga Mónica en busca de consuelo.

—¿Estás bien, amiga? —preguntó Mónica al escucharla sollozar al otro lado de la línea.

—No, mi papá me golpeó y dijo que me vendería a un burdel, que soy una zorra. Hago todo lo que él quiere, me comporto como él quiere, me visto como él quiere, incluso como lo que él quiere, pero parece que nada lo hace feliz. A veces siento que no me quiere, que nunca me ha querido, a pesar de ser su hija —confesó Celeste con melancolía.

—No llores, trata de animarte un poco. ¿Qué te parece si el lunes nos escapamos? —propuso Mónica, tratando de cambiar de tema.

—¿Adónde? —preguntó Celeste intrigada.

—Qué rápido cambias de ánimo —bromeó Mónica, logrando sacar una risa a Celeste.

—Te llamo más tarde, mi padre invitó a cenar a su irritante jefe y quiere que me disfrace otra vez —dijo Celeste con pesar.

—¿Cómo sabes que es irritante el jefe de tu padre? No juzgues un libro por su portada, podría impresionarte el contenido. Además, ¡ni siquiera lo conoces! —replicó Mónica, defendiendo a alguien que no conocía.

—Papá dice que no lo soporta, que es muy mandón y siempre está de mal humor cuando está cerca. Pobre de mi padre, lo invita a cenar para lamerle las botas —comentó Celeste, riendo junto con Mónica.

Después de despedirse, Celeste se miró en el espejo y decidió desafiar a su padre vistiéndose a su manera, en lugar de como una monja.

—¿En serio debo vestir así? —se cuestionó mientras examinaba su armario, repleto de faldas largas y camisas de mangas y cuello de tortuga. —A veces tengo la sensación de que mi padre me viste como a una monja para ocultar los golpes que me propina. No entiendo por qué me odia tanto. Pero hoy no le daré el gusto.

—Vaya cuerpo que tengo —murmuró al contemplarse en el espejo del baño.

Celeste saca algunos shorts y blusas que ha comprado y se los prueba hasta decidirse por uno. Se recoge el cabello en dos coletas y se coloca unos lentes de montura negra, sintiéndose coqueta y decidida a desafiar a su padre como venganza por haberla golpeado.

Mientras tanto, en la sala, el padre de Celeste grita:

—¡Celeste, baja, ya llegaron los invitados!

Los padres de Celeste reciben a los invitados y la madre pregunta con amabilidad: —Qué bueno que han venido, ¿desean algo de beber?—

El padre de Celeste aprieta fuertemente la mano de su esposa y la madre se pregunta:

—¿Qué hice mal esta vez?

—Agua —dice uno de los invitados, observando con disgusto cómo el esposo trata a su esposa.

—Una cervecita para mí —añade el otro invitado con una sutil sonrisa hacia la señora.

—Déjame ver si tengo cerveza —responde la señora amablemente antes de retirarse hacia la cocina.

—Esta niña no baja. Cuando se vaya mi jefe, le daré una paliza —piensa el padre de Celeste.

—¡CELESTE! —grita molesto.

Celeste bajaba las escaleras de forma coqueta. Con cada paso, su elegancia y feminidad se destacaban, haciendo que los invitados no pudieran apartar la vista de ella.

Ambos quedaron con la boca abierta al notar sus largas piernas y lo hermosa y sensual que se veían sus dos coletas, las cuales bailaban con gracia al compás de sus movimientos.

—Profesor, ¿qué hace usted aquí?— dijo Celeste cubriéndose un poco, tratando de ocultar su incomodidad.

El padre de Celeste, al notar la reacción de su hija, intentó disimular su disgusto hacia ella por verla vestida de esa manera.

—¿Ustedes se conocen?— preguntó con curiosidad mientras observaba la interacción entre Celeste y el profesor.

—Ella es mi alumna... Gusto en verte, Celeste, te ves muy bien —pronunció Thomoe con una sonrisa encantadora.

—Vete a cambiar. Celeste, no seas exhibicionista —expresó el padre de Celeste, mostrando su desaprobación de forma pasiva.

—Está bien como dijo Thomoe , ella se ve preciosa —añadió Dan, admirando la belleza de Celeste pero sintiendo una ligera incomodidad en el ambiente.

—Siento que dije algo que no debí decir —pensó Dan al percibir la mirada fría de su hermano y la tensión en el ambiente.

—Será mejor que me vaya a cambiar —dijo Celeste con tristeza antes de subir a su recámara, dejando a todos un poco incómodos con la situación.

—Disculpen a mi hija, está en la edad de las calenturas —trató de justificar el padre, mientras intentaba desviar la atención de la situación.

—¿Y el baño?— cuestionó Thomoe con una mirada inquisitiva, mostrando que tenía otras intenciones en mente.

—Arriba, la segunda puerta a la derecha —indicó el hombre, tratando de mantener la compostura a pesar de la situación.

—Sí, claro, el baño... Ya tengo hambre, ojalá acabe rápido aunque ¿Celeste no es…? Esa mujer que… ¿Thomoe , qué estás haciendo? —pensaba Dan, confundido por la situación.

Thomoe subió las escaleras, pero en lugar de dirigirse al baño, se encaminó directamente hacia la habitación de Celeste.

—¡Soy una idiota, idiota, idiota! —exclamó Celeste en voz baja mientras zapateaba, sin percatarse de que Thomoe la observaba desde la puerta.

—Yo diría que eres sensual —pronunció Thomoe con una sonrisa pícara, haciendo que la piel de Celeste se erizara.

—Me espantó —respondió Celeste tímidamente al ver a Thomoe recargado en la puerta, con una postura que denotaba confianza y atracción.

—Te ves linda, como quisiera jalar de esas coletas —expresó Thomoe con una voz seductora, aumentando la tensión en el ambiente.

Celeste se preguntaba si todo era real, mientras Thomoe cerraba la puerta con seguro y se acercaba a ella, desabrochando lentamente la camisa.

El corazón de Celeste latía con fuerza, incapaz de contener la emoción y la incertidumbre de lo que estaba por suceder.

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