Wilson le tomó la mano suavemente mientras se dirigían hacia el helicóptero.—¿Listos para despegar? —preguntó el piloto, preparando los controles con precisión.—Sí, nos dieron las coordenadas, ¿verdad? —confirmó Wilson, revisando mentalmente los detalles del viaje.—Sí, señor —respondió el piloto con profesionalidad.—Perfecto. Vamos, cariño, te ayudaré con el cinturón —dijo Wilson con una sonrisa, asegurando que Tete estuviera cómoda y segura.—Gracias —agradeció Tete, sonriendo mientras se acomodaba en el asiento del helicóptero, observando emocionada el paisaje que se extendía bajo ellos.Después de un rato de vuelo, finalmente llegaron al lugar al que iban.Tete bajó del helicóptero con curiosidad, el viento fresco del lugar jugueteaba con sus cabellos mientras observaba a su alrededor con expectación, admirando el paisaje montañoso y los pequeños detalles de la vida local que se desenvolvían a su alrededor.—¿Dónde estamos, Wilson? —preguntó.—Ya lo verás —respondió Wilson enig
Tete miró a su alrededor, contemplando el vasto horizonte que se desplegaba ante ella. El sol empezaba a descender, una metáfora perfecta para el nuevo amanecer que se avecinaba en su vida. El tormento y la opresión que el señor Garret había infligido sobre ella por años finalmente habían llegado a su fin. Se sentía renovada, como si un peso inmenso hubiera sido levantado de sus hombros. Ahora, con Wilson a su lado, el futuro parecía lleno de promesas y posibilidades.Wilson se acercó a ella, envolviéndola con sus brazos fuertes y seguros. Podía sentir su calidez y la seguridad que él le ofrecía. Wilson siempre había sido su roca, su apoyo incondicional en los momentos más oscuros. Él le sonrió, sus ojos brillaban con una mezcla de amor y ternura.—Tete, esto es solo el comienzo. Ahora podemos construir la vida que siempre soñamos —dijo Wilson con una voz suave y tranquila.Tete asintió, sus ojos llenos de lágrimas de felicidad.—Sí, Wilson. Por fin podemos ser felices, libres de todo
Al amanecer del día siguiente, Tete y Wilson se prepararon para regresar a la ciudad. La nostalgia y el amor por sus hijos impulsaban a Tete a querer volver cuanto antes, y Wilson, siempre comprensivo, compartía su deseo de ver a los mellizos. La carretera parecía interminable, pero la promesa de abrazar a sus pequeños les daba fuerzas para continuar.Cuando llegaron a la casa de Celeste y Thomoe, fueron recibidos con entusiasmo.Celeste y Thomoe, los acogieron con abrazos cálidos y sonrisas amplias. El reencuentro fue emotivo; las risas y las lágrimas de alegría llenaron el ambiente. Thomoe y Wilson se dirigieron al jardín para conversar, mientras Celeste y Tete se quedaron en el salón, observando cómo los niños jugaban en el suelo.Wilson y Thomoe se sentaron en un banco bajo un gran árbol frondoso. La brisa suave movía las hojas, creando un ambiente de tranquilidad y confidencia.—Wilson, ¿cómo te va con Tete? —preguntó Thomoe, preocupado por su hermano.—Ella ha vencido sus miedos
La víspera de la boda había llegado, trayendo consigo la emoción y los nervios propios de tan importante evento. Wilson tenía una sorpresa especial preparada para su hermano Thomoe, su cuñada Celeste, Dan, y su amada Tete.Mónica estaba en el jardín con su bebé de apenas unos meses. El pequeño reía y agitaba sus manitas, mientras Mónica, sentada en una manta, jugaba con él. Dan los observaba desde una silla cercana, con una sonrisa de pura felicidad al ver a su esposa tan contenta. La escena era un cuadro de tranquilidad y ternura.Celeste, por otro lado, no podía quedarse quieta. Iba de un lado a otro, asegurándose de que cada detalle de la boda estuviera en su lugar. La perfección era su objetivo, y no descansaría hasta lograrlo. Thomoe, que la observaba desde el sofá, no podía evitar reírse un poco de su energía inagotable.—Celeste, relájate un poco —le susurró Thomoe al oído cuando ella pasó por su lado—. Así quiero tenerte esta noche en la cama, con toda esa energía.Celeste se
Celeste observaba sus desalentadoras notas, sintiéndose desesperada. Se agarró la cabeza con fuerza, buscando una solución mágica que le permitiera mejorar su situación de inmediato. Suspiró con frustración al ver a sus compañeros de clase. Ellos parecían entender sin dificultad lo que ella no lograba. Necesitaba actuar rápido para evitar problemas. —Mónica, no sé qué hacer —susurró a su mejor amiga. Mónica, consciente de la presión que sentía Celeste, trató de encontrar una solución. —¿Qué piensas hacer, Celeste? Se que estás pensando en eso —preguntó, mirándola a los ojos. Celeste no dudó un instante cuando le llegó la «solución perfecta». Sin embargo, tenía miedo de revelarle a Mónica sus intenciones, sabiendo que contradicen sus valores. —Me acostaré con el profesor —respondió—. Sí, eso haré —añadió con una mirada traviesa. Mónica quedó sin palabras. Finalmente, se atrevió a hablar. —¡Estás loca, Celeste! Se acercó a ella y le puso una mano en el hombro. Sabía que debía i
Celeste estaba decidida. Había llegado el momento de llevar su plan de seducción al siguiente nivel, y no permitiría que nada ni nadie la detuviera. Sus ojos azules brillaban con una determinación inquebrantable mientras asumía su rol: debía atraer al irresistible Thomoe, su profesor. —Voy a seguir con el plan —murmuró Celeste, sin vacilar. Mónica, quien había escuchado más de lo que quería sobre este «plan», puso los ojos en blanco. Celeste la ignoró, ajustando su blusa para que el escote se mostrara un poco más. —Tú estás loca, ¿lo sabes? —respondió Mónica con un tono de incredulidad—. Te vas a meter en un lío. —Lo necesito —dijo Celeste con seguridad—. Necesito ese diez. Mientras la clase comenzaba, Celeste se encontraba más determinada que nunca a seguir adelante. Sabía que no solo se trataba de obtener la calificación perfecta; había algo más, algo en la mirada de Thomoe que la atraía, un magnetismo que hacía que sus acciones fueran más que un simple capricho. Thomoe era un
Thomoe intentaba resistirse a sus propios impulsos, pero la atracción que sentía hacia Celeste le resultaba cada vez más difícil de ignorar. Mientras trataba de concentrarse en las clases, las imágenes prohibidas seguían invadiendo su mente. Y aunque intentaba mantener la compostura, la batalla interna se intensificaba. —Trae tu silla y siéntate a mi lado —le ordenó Thomoe con voz seductora, rompiendo el silencio. Celeste, sin dudarlo, obedeció. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y deseo mientras se sentaba junto a su profesor. —Dime, Celeste, ¿qué no entiendes? —preguntó Thomoe, con su mirada fija en ella, con una sonrisa traviesa. Cada palabra que salía de sus labios hacía que el corazón de Celeste latiera más rápido. La cercanía con él era intoxicante, y la joven, en un arranque de valentía, tomó la mano de Thomoe y la colocó sobre su muslo. El aula alrededor de ellos desapareció, reduciéndose a ese momento privado y prohibido. Todo lo demás dejó de importar. El des
Mónica y Celeste, exhaustas tras un largo día de clases, decidieron relajarse en el parque. El sol comenzaba a ocultarse, mientras la brisa hacía susurrar suavemente las hojas de los árboles. —¿Qué te comentó el profesor hoy? —preguntó Mónica, con un atisbo de curiosidad en sus ojos. —Me dijo que debo ser la primera en entregar el proyecto y mencionó que mi antiguo profesor comentó algo sobre mis calificaciones bajas —respondió Celeste con un suspiro, notando el peso de sus propias palabras. —¿Y qué piensas hacer? Sabes que a tus padres les preocupa tu rendimiento —dijo Mónica mientras se recostaba en el césped, observando el lento movimiento de las nubes en el cielo. —Lo sé, pero parece que no entienden que hago lo mejor que puedo. Insisten en mandarme a ese convento, sin importar lo que yo piense —Celeste frunció el ceño, jugueteando con una ramita que encontró cerca. —Mis padres son iguales. Para ellos, la escuela y la iglesia lo son todo. No parece importarles que también nece