26. A flor de piel

Carlo

No habíamos dejado de mirarnos durante todo ese rato. Ni siquiera nos atrevíamos a respirar, al menos yo, tenía el aire atrapado en el pecho. De alguna forma tuve la necesidad de acercarme a ella, sentía que, si no lo hacía, me arrepentiría el resto de la noche, incluso el resto de la vida.

Cogí una de sus manos y se sintió extraño entrelazarla con la mía. No era muy fan de aquella clase de gestos tan románticos, al contrario, me parecían absurdos y bastante mimosos, pero de algún modo ella me provocó intentarlo.

Al principio, no supe asimilar el sentimiento, era como si estuviese haciendo algo incorrecto, temí que ella rechazara aquel contacto y eso me causó una ligera preocupación, no estaba demasiado acostumbrado al rechazo. Para mi sorpresa, no lo hizo, de hecho, se quedó muy quieta aceptando cada roce de mis de

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