Sebastian
¡Maldición!
La línea se cortó del otro lado antes de que Gia pudiese decirme donde estaba. Sabía que estaba en peligro, así que no debía perder tiempo para encontrarla. Se lo había prometido a Mauro y se lo había prometido a ella, debía cumplir mi palabra.
—Giuilio. —Saludé de inmediato porque la situación carecía de tiempo.
Sabía que podría proporcionarme la información que necesitaba, llamarle había sido la única alternativa que tenía para un momento como ese.
—Mancini… —Dormía. Lo supe por la forma en bostezo con la que descolgó la llamada.
—Espabila, necesito que rastrees un número de teléfono, pero para ayer. —Ordené sabiendo que se pondría en marcha de inmediato y le proporcioné e
SebastianFue casi devastador ver como el cuerpo de Gia se desplomaba contra la mesa, haciéndose añicos muy pequeños por el imperioso contacto. Por suerte, no fueron demasiados los daños, a decir verdad, la veía bien físicamente, excepto por la conmoción que su rostro ahora mismo reflejaba ante la escena de Carlo clavándole una bala en el pecho al hombrecito de pocas pelotas en el suelo. Hubiese querido evitar que presenciara aquella escalofriante escena, pero consiguió salirse de mis brazos antes de poder evitarlo.Al principio, fue como si la vida y la muerte se pasara delante de sus ojos a una velocidad impresionante. Fue un espectáculo tan aberrante para ella, que le produjo una arcada. Luego, llevo las manos a la parte baja de su vientre y desvió la mirada. No estuve demasiado seguro de lo que atravesaba su mente en ese instante o de la forma en la que lo asimila
Carlo Había mirado el móvil más veces de las que podría contar durante las últimas horas. No sabía nada de Gia desde que supe que Sebastián la llevaría al casino, que allí estaría segura. Tuve le necesidad de llamarle y preguntarle por ella durante todo este rato, pero me mantuve muy quieto a la espera de su llamada. Tomé una ducha fría tan pronto como llegué a casa y traté de mantener mi mente ocupada en cualquier cosa. Ejercicio, las ultimas noticias y cuentas del hotel por revisar. Saber que tenía que desviar una gran cantidad de dinero del último mes, me relajaba, aquella era mi parte favorita del trabajo. El móvil sonó desde el otro lado de la mesa y el pecho se me contrajo cuando vi el nombre de Sebastián prenderse en la pantalla. Cogí la llamada de inmediato después del primer tono. —Normalmente no contestas así de rápido. —Soltó curioso cuando me llevé el teléfono a la oreja. Pude imaginar la sonrisa d
CarloNo habíamos dejado de mirarnos durante todo ese rato. Ni siquiera nos atrevíamos a respirar, al menos yo, tenía el aire atrapado en el pecho. De alguna forma tuve la necesidad de acercarme a ella, sentía que, si no lo hacía, me arrepentiría el resto de la noche, incluso el resto de la vida.Cogí una de sus manos y se sintió extraño entrelazarla con la mía. No era muy fan de aquella clase de gestos tan románticos, al contrario, me parecían absurdos y bastante mimosos, pero de algún modo ella me provocó intentarlo.Al principio, no supe asimilar el sentimiento, era como si estuviese haciendo algo incorrecto, temí que ella rechazara aquel contacto y eso me causó una ligera preocupación, no estaba demasiado acostumbrado al rechazo. Para mi sorpresa, no lo hizo, de hecho, se quedó muy quieta aceptando cada roce de mis de
BellaAgradecí que el trayecto hacia el hotel fuese en completo silencio, excepto por una instrumental de sleeping at last en la radio, me mantuvo relajada y pensando en Bastián el resto del camino.Sabía que allí le vería y me gustaba mucho la idea de imaginarnos escabulléndonos del resto para ofrecernos la intimidad de un momento a solas.La nieve esa noche había estado imperiosa, tanto, que cubría las ventanas en capas antes de deshacerse a través del suelo.—Estamos llegando. —Dijo de pronto y barrí la mirada hacia el interior del auto.—Si… —Respondí, como si aquello fuese información que desconociera. Se trataba del hotel donde había crecido en gran parte de mi vida.—Nos estará asechando la prensa cuando bajemos. —Me miró divertido y pasó la lengua
Sebastian Me encontré con mi madre y Giovanna en el vestíbulo después de haber sobornado a las camareras con unos fajos de euros y bueno, un poco del filo de mi pistola también. Evité responder preguntas de los pocos periodistas a los que les permitieron el acceso y a mi prometida no le hizo ni puñetera gracia que ignorara las preguntas de nuestro compromiso. Mucho menos cuando usaba aquel vestido azul de lentejuelas que exigía ser fotografiado.—Iré a ver a tu padre, cariño. —Mi madre me dio un beso en la mejilla antes de desviar su mirada hacia Giovanna—. Diviértanse.—Igualmente. —Se despidió aferrada a mi brazo—. Llévame por un trago, estoy sedienta.Grandes personajes de la élite habían asistido esa noche dispuestos a apostar una gran fortuna en la apertura. Al final, la estrategia de unir el
BellaSandro asomó una sonrisa de superioridad.—Siempre y cuando tenga el consentimiento de tu padre, dudo mucho que siga siendo un sueño—Me miró fijo y victorioso, asegurándose que le hubiese escuchado muy bien.—¿A qué te refieres con el consentimiento de mi padre? —Espeté, confundida. Bien sabía que a mi padre le gustaba la idea que me mantuviese una estrecha amistad con Sandro, pero de allí a más, ¿de qué demonios hablaba?Él se encogió de hombros y quitó la copa de mi mano para ingerir todo su contenido antes de ponerla de vuelta en la charola de un nuevo camarero.—Haces demasiadas preguntas… —Ronroneó y torció el gesto en una sonrisa divertida.Por su puesto, yo no estaba divirtiéndome.—¿Qué quisiste decir, Sandro? —I
Bella—¿Me concedería el ultimo baile de la noche una jovencita como usted? —Me encontré con la presencia de Donato al final del pasillo estrechándome su mano.Una sonrisa dulzona adornaba sus labios y yo no pude evitar contagiarme.—Seria todo un placer. —Le ofrecí mi mano y acepté que nos llevara a la pista de baile.—Estás tan bonita como te recuerdo, muchacha. —Adoré aquel cumplido, viniendo de su parte, quien me recibía en su casa con Mauro y me ofrecía todos los dulces que podrían existir, me hacía sentir en completa confianza.—Una de mis mejores tardes de verano, las disfruté en su precioso jardín. —Le confesé.—Muy buenos momentos. —Dijo al tiempo que me daba una vueltecilla.Bailamos un rato más y conversamos de todo lo que se nos pu
CarloMe fui a por a Gia y la cubrí con mis brazos cuando intuí la escena. Los había visto entrar con toda la intención de formar un espectáculo. Un hombre de al menos unos veintinueve años, barba, baja estatura y poco agraciado llevaba la cabecilla del asunto, el esbirro a su lado solo fanfarroneaba el filo de su pistola alrededor de la hebilla de su pantalón.Bastante cliché para mi gusto.—Mantente detrás de mí. —Susurré por encima de mi hombro y Gia asintió obediente.Los gritos de todos los invitados por supuesto que llegaron, bajaban las cabezas ante la orden del hombre que seguía manteniendo la punta de su pistola amenazándole. En estos casos, dos cosas eran muy importante. Hacer contacto visual con los tuyos para asegurarte de que todos estuviesen preparados y pensar en la estrategia que podría pon