Capítulo 30

Decir que caminar descalza por la multitud de piedrecitas que rodeaban el palacio era incomodo pero hacerlo con aquellas pesadas cadenas que apenas te permitía mantenerme erguida y mucho menos separar un pie del otro. Estaban tan ajustadas que el roce comenzaba a ser insoportable.

Me llevaron al patio trasero el castillo, allí donde el pasto no era tan valiente para crecer o quizás se debiera a las innumerables manchas de sangre alrededor de las horquetas con aros de hierro que yacían gastadas a mi espera. Habían alrededor de 6 de ellas y solo estaban ocupadas 2 por una mujer que era castigada en ese preciso momento y un joven que permanecía tan inmóvil que podía asegurar que había muerto.

Me pusieron de frente a la sucia madera, elevaron mis manos por encima de mi cabeza enganchando las cadenas en el aro provocando que me parara con la punta de los pies para intentar apaciguar el dolor por la extensión de mis brazos.

Unas manos encalladas rasgaron con torpeza la tela de mi vestido de
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