Capítulo 2: Pedir Dinero
Aquel día, me encontraba realmente en un estado lamentable. Hacía tres meses que el cáncer había reaparecido y ahora estaba tan delgada que parecía que sólo me quedaba la piel y los huesos.

Al mirar a Sofía, me recordó como era yo en la universidad. Su rostro redondeado y ojos grandes e inocentes. Vi claramente lo poco atractiva que me veía ahora ante ella, pero que podía hacer, yo sentía mi final cerca.

Un compañero de trabajo susurró a Sofía: —El señor Castillo ama mucho a su esposa, así que no te metas en problemas, no vaya a ser que lo pagues caro.

Todos pensaban que Daniel realmente me amaba, ni siquiera imaginaban que él solo deseaba que yo muriera.

Sofía, sopló fastidiada y después sonrió espléndida.

—Camila, el señor Castillo está en una videoconferencia muy importante y no quiere que lo distraigan.

—Si es importante, dime de que se trata, yo puedo entrar y decirle al señor Castillo.

Era evidente que estaba presumiendo de su acceso privilegiado a la oficina de Daniel. Su sonrisa era hermosa, pero con malicia. Y ese gesto, tan parecido al mío en el pasado, explicaba por qué Daniel la había elegido por encima de todas las otras.

Cuando Daniel comenzó a tener amantes, yo solía protestar y discutir con él, pero me di cuenta que él más lo hacía, así que opte por no darle importancia. Incluso, en ocasiones en que tenía intimidad a puertas abiertas, yo misma se las cerraba.

Con el tiempo, incluso cuando traía a una mujer e hicieron algo de intimidad delante de mí, yo era capaz de mantener la calma y ayudarles a cerrar la puerta. Con Sofía era diferente, no la llevaba a casa ni me dejaba verla. Yo me enteraba que salían y de los regalos que le daba por el grupo de la empresa, por eso me di cuenta que, esta vez, Daniel se había enamorado y que no era una más. Todo eso se me hacía tan parecido a lo que yo viví unos años atrás.

Me senté tranquilamente en mi silla y miré a Sofía.

—No te preocupes, yo puedo esperarlo aquí... —le dije y, mientras me sentaba, agregué—: Ah, ¿podría traerme un café con leche y azúcar? Por favor.

Sofía no se esperaba que yo estuviera tan tranquila, y enseguida me lanzó una mirada furiosa. —¿Quién te has creído que eres para pedirme que te sirva el café?

—¿Y quién eres tú? —le pregunté tranquilamente.

Ella se quedó sin palabras por un momento, sonrojándose. Ese aire de arrogancia y prepotencia me recordaba mucho a mí misma en el pasado. No era de extrañar que Daniel se fijara en alguien como ella.

Pero en ese instante, uno de sus compañeros se apresuró a traerme el café. Oí a Sofía murmurar un insulto, y el pobre chico se alejó rápidamente, avergonzado. Yo sonreí ligeramente. —¡¿Así que también sabes cuál es tu lugar?... ¿Qué tu posición a su lado es indigna?

Mis palabras le dolieron, así que estalló en llanto y me gritó:

—¿Quién es la que no sabe su lugar? ¡A quien no aman es a otra! Eres tú la que se aferra a él? ¡Mírate! ¿Quién va a quererte así, con ese aspecto que tienes?

Ella, hecha una fiera, se me acercó. Yo, tranquila, solo suspiré. No tenía intención alguna de discutir.

Hace mucho tiempo que hice mi corazón de piedra, después de que, el día siguiente de nuestro primer aniversario, Daniel llegó a casa con dos rubias. Entendí que no valía la pena malgastarme por él.

Dos compañeros de departamento sujetaron a Sofía al ver la situación, esta quiso tirarme la taza de café, pero en el forcejeó la taza, después de chipotearme de café, cayó al piso, volviéndose añicos.

Sofía salió con una pequeña herida en la mano. Mientras yo agradecía estar vestida de negro, así no se veían las manchas.

—¡Camila, ¿Cómo has podido agredirla de esta forma?!

Se escuchó la voz de Daniel. Alcé la cabeza y vi que ya tenía a Sofía fuertemente abrazada. Las heridas de su mano no eran profundas, apenas mostraban un pequeño rastro de sangre, pero Daniel parecía muy preocupado.

—¿Acaso no ven que está herida? Traigan el botiquín de primeros auxilios y llamen de inmediato a mi médico?

Miré la farsa sin expresión alguna, también noté la mirada satisfecha de Sofía. No entendía qué motivo tenía para estar tan complacida, ¿acaso era algo de lo que enorgullecerse que un tipo como este la amara?

Al mirarla impasible, Sofía se sintió herida, sonando afligida l decir:

—Señor Castillo, lo siento. Fue mi culpa. Yo enfurecí a la señora Camila al no poder controlar mis sentimientos. ¿Acaso es un pecado amar a alguien? ¿O hacemos mal en amarnos mutuamente?

Ponía tanto sentimiento al llorar, que hasta a mí me conmovía. Daniel, con cariño, le secaba las lágrimas del rostro, luego me miró con mala cara.

—¿Y tú qué haces aquí? ¿No se supone que ya no trabajas más en la empresa?

Sonreí, «ah, recordó que no fui allí por cuestiones de trabajo»

Me puse de pie y mirándolos le dije:

—Daniel, quiero cien mil dólares, transfiérelos a mi cuenta hoy, de lo contrario…

—¿De lo contrario qué? —siseó Daniel, interrumpiéndola.

Sonreí y le señale el collar de diamantes en el cuello de Sofía.

—Eso lo adquiriste con nuestro patrimonio en común. ¿No? Así que tengo derecho a reclamarlo legalmente… Él ignoró mis palabras, entonces añadí—: Si no recibo el dinero en media hora, llamaré a la policía. ¡Tú verás que haces!
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