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Capítulo 3: Por Fin Tengo Dinero
Daniel estaba convencido de que yo era una interesada, ya que lo había dejado para irme al extranjero con un multimillonario. Él aún no sabía quién era el supuesto multimillonario.

Esta era la segunda vez que le pedía dinero, pues la única vez que lo había hecho fue cuando murió mi madre y, en ese momento, él me dio un millón y medio sin siquiera pensarlo.

Ahora, motivado a lo costoso de los medicamentos y los exámenes continuos, necesitaban más dinero y eso era indispensable para acabar el cáncer de mi cuerpo.

Pero esta vez, simplemente bajó la mirada, enredando con suavidad el cabello de Sofía, consolándole con dulzura, como si no me hubiera escuchado. Sofía dejó de llorar, y entonces me miró fríamente.

—Quieres dinero, ¿eh? Entonces arrodíllate y pide disculpas. ¡Has herido a Sofía, así que debes disculparte con ella!

Sofía, altiva, tiró del brazo de Daniel.

—Daniel, no importa, tal vez no lo hizo a propósito.

—No importa si fue intencional o no, ella debe disculparse contigo, tú eres mi tesoro —dijo él, mientras levantaba a Sofía y la colocaba suavemente en el sofá. Luego sacó un cheque y escribió rápidamente una cifra.

—Arrodíllate y discúlpate, y estos cinco millones serán tuyos.

Miré fijamente la cantidad en el cheque, y el dolor en mi pecho pareció amainar. Él solía traer a muchas mujeres a casa solo para humillarme, pero eso era en la casa, fuera de allí, yo era su única esposa.

Sin embargo, esta vez sí usaba el dinero para humillarme, sabía que si había ido hasta allí para pedírselo es porque era una urgencia, pero quería verme inclinada ante él.

Me quedé tiesa, con todas las miradas sobre mí, desprecio, y lástima en ellas. Sofía, en cambio, me veía desafiante.

Acabo de recordar lo que dijo antes: —Quien no es amado, es la amante.

Me presioné el pecho con fuerza y, tal como esperaba, el dolor me embargó. El dolor del cáncer tampoco era tan difícil de soportar. —No hace falta.

Giré sobre mis talones y salí a paso firme de la oficina, sin seguir humillándome.

Él me odiaba y, por supuesto, quería torturarme. Humillarme no era suficiente. Si supiera que el dinero era para salvar mi vida y no me lo dio, estoy segura que se sentiría satisfecho.

Regresé a casa haciendo un último esfuerzo, completamente agotada. Estaba cansada y con mucho sueño, pero el dolor era tan fuerte que no me dejaba dormir. Los dolores se habían apoderado de mí hasta los huesos. Pensando en el terrible final de mi madre, me levanté a duras penas y tomé un par de pastillas para dormir.

Sonó mi teléfono, era un mensaje del médico por WhatsApp.

[Señorita Álvarez, la cirugía se puede programar para la próxima semana. Pase pronto por aquí a dejar el dinero.]

Me quedé viendo el mensaje del médico, pero no tenía que responder, Daniel no me enviaba el dinero.

Aun, el medicó envió otro mensaje:

[Puede dar un adelanto para programar la cirugía]

Nada pude responder, pensé que quizás Daniel no me diera el dinero. Sin dinero, ¿cómo iba a hacerme la cirugía? Acostada en la cama, traté de vaciar mi mente. Ya tenía un plan: mañana rompería el armario y vendería esos bolsos. Ahora necesitaba descansar, de lo contrario no lograría superar la cirugía.

Cuando me dormí, tuve un largo sueño: En ese entonces, mi familia aún no había caído en desgracia y yo era la heredera de los Álvarez. Daniel aún era un huérfano. Cuando mi padre iba a patrocinar a estudiantes, yo lo elegí a él a primera vista. Daniel tenía una beca del Estado, por lo que no cumplía con los requisitos, pero yo insistí hasta que mi padre le dio el cupo. Después fui yo quien lo persiguió, pues él siempre se mostraba muy frío y me rechazó varias veces.

Una vez, en el bar donde él trabajaba, unos matones me molestaron y él, por primera vez, pronunció mi nombre. —Camila, no temas.

Ese día lo habían golpeado hasta desfigurarle el rostro, pero aun así se empeñó en protegerme. En el hospital, me aferré con fuerza a su cuello, sin soltarlo por nada del mundo, aterrada de que pudiera desaparecer.

—Daniel,¡me has asustado mucho! ¡Tienes que hacerte responsable de mí!

Estiró los labios y, entrecortado, dijo: —Está bien.

Luego nos enamoramos, aunque en todo el campus se nos veía mal y había rumores sobre nosotros, perseveramos durante tres años. Antes de graduarnos de la universidad, vendió un software del que se sentía muy orgulloso, solo para darme un regalo de cumpleaños decente. En el momento en que vi el collar de diamantes, me eché a llorar. Le golpeé con fuerza, preguntándole por qué había vendido el software, ese era el fruto de medio año de trabajo.

Me miró con una sonrisa boba. —Mi Cami merece lo mejor de este mundo.

¡Ding! El sonido del teléfono móvil me despertó sobresaltada.

Al ver que había cien mil depositados, por fin me tranquilicé. Me sequé rápidamente las lágrimas de la cara y le envié un mensaje al médico.

[Mañana iré a formalizar el ingreso hospitalario.]

Por fin tengo dinero…

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