La señora ha fallecido, déjela en paz
Por: Artificiales de abril
Capítulo 1: No Eres Nada
En el tercer aniversario de bodas, Daniel Castillo estaba con Sofía Moreno lanzando fuegos artificiales en una playa, mientras yo, acurrucada en el sofá, lo llamaba por teléfono insistentemente.

El repetitivo mensaje de la operadora telefónica se me fue haciendo cada vez más lejano:

—El suscriptor no responde... —y, mientras veía la pantalla, todo a mi alrededor se fue desvaneciendo.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba en la cama de un hospital. El médico, pensativo, me miraba fijamente.

—¿Cuánto tiempo me queda? —pregunté con calma.

—Si te operas ahora y sigues un tratamiento de quimioterapia, aún puedes sobrevivir —respondió.

Miré el techo sin expresión. Un fuerte dolor punzante atravesó mi pecho y la frente se me cubrió de sudor frío. —Es la segunda vez que recaigo.

—Señorita Álvarez, actualmente hay un tratamiento con un nuevo medicamento que puede acabar con las células cancerosas, solo que la dosis es muy costosa, unos cincuenta mil dólares, y tendría que tomarla durante seis meses continuos después de la operación…

La voz del médico se fue apagando. Él sabía que yo no tenía dinero. A pesar de ser la esposa del director de Grupo Castillo, era muy pobre, y por eso esta enfermedad se hacía más grave con el tiempo.

Me levanté de la cama, arreglé mi ropa y dije: —Reserva la cirugía entonces.

El costo de la cirugía representaba unos miles de dólares, los cuales creí poder asumir si vendía el colgante en mi cuello, el cual acaricie sintiendo una profunda angustia en mi pecho.

—Deberías agradecer a Osito, sus ladridos me alertaron y pude ver que estabas desmayada y llamar al 911, así llegó a tiempo la ambulancia... ¡Ahora debes cuidarte más!

Osito era el perrito que adopte.

Un mes después de casarnos, Daniel trajo a su amante a la casa. A pesar de verme llegar, ellos continuaron en intimidades y los gemidos y jadeos se escuchaban en todo el lugar. Me enfurecí y discutimos.

Él me dijo:

—Yo te rogué que no me dejaras y que regresaras conmigo, pero tú me rechazaste. ¡Te mereces todo esto!

Salí de casa atribulada y, cuando caminaba sin rumbo, encontré al perro a la puerta de la clínica veterinaria. Me acerque a él y vi que tenía moquillo. Cuando el doctor abrió la puerta, Osito me miró con desesperación. Él, al igual que yo, luchaba con una grave enfermedad y ambos fuimos abandonados.

Con mi collar de oro pagué para que lo salvaran, pero esta vez, fue él quien me salvó.

Osito, meneó la cola y feliz se me acercó. Su agasajo a mi presencia me conmovió.

—Vecina, creo que tendré que ingresar en el hospital por un tiempo. ¿Podrías cuidar de Osito por mí?

Sabía que la tía, cuyo perro acababa de morir el año pasado, aceptaría. Efectivamente, ella accedió de buena gana y me pidió que me cuidara bien. Ver a Osito irse con ella me tranquilizó. Al menos, si yo muriera, él tendría a alguien que lo cuidara.

Pero al volver a casa, me di cuenta de que había sobrestimado mis propias capacidades. La verdad es que no podía pagar el dinero de la cirugía.

Daniel había sido muy generoso conmigo. Mi ropa, mis bolsos y mis joyas eran siempre de lo más costoso. En público, yo era siempre la elegante y radiante señora Castillo. Pero en privado, para asistir a compromisos sociales o cenas con él, tenía que contar con la aprobación de Daniel sobre el atuendo a llevar y los accesorios. Solo con su visto bueno, su secretaria podía abrir, de forma remota, el armario que estaba en nuestra casa.

Él decía que como yo no aportaba nada al hogar, no merecía disfrutar de todo eso. Volviendo a mirar mi teléfono, el grupo de chismes de la empresa sigue debatiendo sobre el asunto de ayer entre Daniel y Sofía.

[¿Y será que el señor Castillo irá en serio esta vez? ¿Y sus cambios de amante cada mes?]

[Seguro que sí, él y Sofía ya tienen casi tres meses juntos, ¿verdad?]

[Ayer fue San Valentín, los dos vieron fuegos artificiales en la playa, qué romántico, ¿vieron el collar de diamantes de Sofía? ¡Es genial!]

[Ahora que lo pienso, el jefe Castillo también se casó en San Valentín, y todos fuimos a la boda, ¿no?]

Me reí irónicamente, los empleados recordaron que ayer era nuestro aniversario de bodas, pero él no. Ayer quería hablar con él seriamente para que me devolviera las cosas que mi madre me dejó, Y pudiéramos divorciarnos de manera pacífica. Lo esperé, pero cuando la comida estuvo fría y no llegaba, salí de casa.

Ahora, ya no lo necesito a él, solo necesito su dinero.

Cuando llegué a Grupo Castillo, Sofía estaba rodeada de un grupo de gente, disfrutando de sus halagos.

—Sofía, el jefe Castillo es tan bueno contigo, ¿cuánto cuesta este collar? ¿Varios miles, verdad?

—Ordinaria, es de Max Joyería y cuesta mucho dinero.

Sofía, retocó su peinado y, con arrogancia, dijo:

—Bueno, me gustó y él me lo compró. Le dije que era muy caro, pero me dijo que yo merecía algo sí de valioso. Me quedé en la puerta de la oficina observándolos con frialdad.

—¡Qué ironía!, yo muriéndome y sin un poquito de dinero para pagar una cirugía y Daniel complaciendo a su amante con antojos de cientos de miles.

Sofía, levantó la vista y me vio.

—¿De qué departamento eres? —era la primera vez que me veía—. ¿No conoces las normas de la empresa?

Los demás empleados, en tono bajo, le dijeron:

—Ella es Camila Álvarez, la esposa del Jefe Castillo.

Sofía me miró desafiante y, con desdén, me dijo:

—Así que tú eres la bella y famosa Camila…

¡Ja, Ja. Qué broma! Yo creo que no eres nadie!
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