Eva —Dime lo que sabes de él. ¿Qué es lo que esconde? ¿Cuántas hechiceras tiene? —preguntaba Humberto una y otra vez.No importaba cuánto le respondiera, él volvía a insistir. Me había dejado sin consumir sangre y, debilitada, me tenía encadenada con pulseras de plata y un collar pesado en el cuello que me ardía. —Ya he dicho todo lo que sé. He hablado de sus aliados y de la fuerza que tiene —respondí.Humberto jaló la cadena en mi cuello y caí de bruces. No estábamos solos, lo cual habría sido mejor. Cada vez que me interrogaban, aparecían todos los vampiros que me había dedicado a odiar durante años, aquellos a los que había traicionado. Y no había nada peor que traicionar a un vampiro: vivían por siempre y recordaban absolutamente todo.—¡Está mintiendo!—Mi señor, debe ser más duro con ella.—¡Es una traidora, la peor traidora! —vociferaban como locos. Humberto se agachó, levantó mi barbilla para verme a los ojos y frunció el ceño.—Sí, es una traidora. Y es posible que esté min
Celeste—¿Qué está pasando? —pregunté en voz alta, entre el miedo y el asombro.Había vuelto a ver a mi señor y eso me alegraba, no lo podía negar. Había pasado días con Roy, y habían sido espectaculares. El lobo me entendía de una manera como nunca nadie lo había hecho. No eran necesarias las palabras; solo con mirarnos podíamos entender qué sentía y qué quería el otro. Pero Alaric… era otra cuestión. Solo con verlo lo entenderían, sus ojos verdes, su altura, su piel clara, su cabello negro como la noche. Algo en su presencia era inevitable, no podía dejar de verlo. No sé si era por poder, por ser un rey, por ser un lobo grandioso, o si era por su belleza. Pero donde estaba él, cualquiera quedaba opacado.Estaba lejos del castillo, de mis captores, de mi ex manada, y más feliz que nunca. Él tenía razón: este lugar era el paraíso. En la cabaña en la que me había quedado tenía absolutamente todo lo que podía necesitar y más. Era impresionante cómo todo se acoplaba a mis necesidades, c
Celeste—La tierra y el agua confluyen muy bien. Recuerdo que este río no estaba cuando empecé a crear este jardín. Cambió su curso, como si deseara estar aquí. Ahora lo entiendo: era una señal de que mi mate tendría algo que ver con ello. La tierra y el agua son una sola. La tierra puede vivir sin agua mucho tiempo, pero se empobrece, se debilita y se corrompe. Es el agua del río la que creó todo esto —explicó él, señalando el jardín, las flores, los frutos, los árboles y los animales. Seguía hablando del jardín, de cada árbol, de como construyó las cabañas con sus propias manos, de como almacenó tantas cosas hasta que yo llegara. Yo, su mate.Él se dedicó a cuidarme, atento a que yo estuviera bien. Vi cada uno de sus movimientos, la forma en que me observaba, como si pensara que fuera a decaer. Y a la vez, pendiente si sentía de nuevo mi poder. Probé un durazno delicioso y cerré los ojos, pensando en lo especial que era.—El poder se asentó bien en mí cuando lo tomé en el templo, fue
EvaEl aire de la noche se sentía pesado, cargado de una tensión que me envolvía como una lámina invisible, mientras el camino serpenteaba hasta la majestuosa mansión que se alzaba ante nosotros.Era una construcción monumental, de arquitectura francesa, que evocaba otro tiempo, otro mundo. Los muros parecían interminables, coronados con torres que arañaban el cielo nocturno. Una mansión restaurada rápidamente, pensé. Sabía que su majestuosidad tenía otro origen, y sin embargo, el viejo vampiro ya había hecho de este lugar su hogar.—Avanza, traidora —espetó uno de mis escoltas mientras me empujaba. Tropecé, luchando por no caer al suelo. El collar de plata en mi cuello ardía, recordándome constantemente mi posición. Humberto iba delante de mí. Era mi captor, mi señor, mi dueño. De nuevo.Cuando cruzamos el umbral, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Las paredes estaban cubiertas de paneles de madera oscura, intercalados con tapices que parecían tan antiguos como el propio Valerius. H
Alaric Esa tarde nos habíamos quedado hablando hasta bien entrada la noche. Sentía que, después de todo lo que habíamos compartido, de tocarnos y estar solos en este lugar que era solo nuestro, algo había cambiado entre nosotros. Nos habíamos vuelto inseparables.Todas las mañanas me despertaba con ella entre mis brazos. Celeste me llenaba de besos, y yo pasaba el día entrenándola y enseñándole todo lo que sabía. Nunca me había dedicado tanto a una persona como a ella.El jardín que había construido para ella era mi único refugio ahora. Cada rincón estaba pensado para brindarle paz y seguridad. Las flores parecían bailar al compás del viento, y el sonido del agua corriendo por los pequeños arroyos llenaba el aire con una tranquilidad única. Pero, incluso en este paraíso, sabía que no podía borrar los errores que había cometido. Solo podía esperar que ella me diera una oportunidad para reparar el daño.Había tardes enteras que ella pasaba con Roy, y notaba cómo, poco a poco, se iba fo
FabrizioNo puedo recordar cuántos días o noches han pasado desde que caí en este pueblo hechizado. La línea entre realidad y sueño se ha desdibujado tanto que apenas puedo confiar en mi propia percepción. Siempre la misma imagen: Margarita. O lo que parece ser ella. Me acerco, la toco, intento hablarle… y todo se desvanece en una bruma insoportable. Luego despierto, el sol colándose débilmente entre las ventanas sucias, el mismo pueblo polvoriento, el mismo día repitiéndose. Un infierno diseñado a mi medida.Pero la última vez, algo fue diferente. Ella pareció darse cuenta de que algo raro pasaba y pidió mi ayuda y escuché esa voz. No me sentí solo, aun cuando el dolor y la angustia me pesaban en mi pecho, fue como si algo dispersara la bruma. Me dijo que estaba cerca, y yo me iba a agarrar de eso con manos, pies y dientes. En cuanto me levanté escuché un aullido y supe que mi amigo fantasma lo había sentido también. Me coloqué una camisa que tenía manchas de vino del otro día y salí.
Celeste Creo que nunca había sido tan feliz en toda mi vida. No solo estaba en el lugar de mis sueños, sino también con el hombre que me hacía vibrar. Nunca imaginé tener a alguien así junto a mí. Alaric era muy dedicado, y durante días se había empeñado en enseñarme todo lo que él sabía. Era un maestro maravilloso y, como hombre, me había mostrado ternura y compasión. Me tocaba de forma delicada, y sus besos eran incluso mejores que este jardín. Aunque estábamos encerrados en este lugar, escondiéndonos, nunca me había sentido tan libre.Cuando lo vi empapado en agua, con sus ropas siempre tan finas cubiertas de lodo y tierra, no pude evitar reírme. Mi rey gruñón y siempre molesto había cambiado mucho. Pensé que se reiría, pero algo en su mirada me decía que estaba sintiendo algo muy diferente. En sus ojos parecía arder un fuego. Entonces, al mirarme, comprendí la razón: tenía toda mi ropa completamente empapada. Mi falda larga y mi camiseta estaban tan mojadas que casi transparentab
AlaricYo le había confesado mi amor y todo lo que sentía. No me costaba decirlo, pero lo que sí me dolía era darme cuenta de cuánto mal había hecho y confesarle mi culpa y mis errores. Me dolía saber que había herido a la persona que más amaba en el mundo. Mi cielo no se regocijaba en mis palabras; ni siquiera parecía creerme. Permanecía ahí, sentada sobre esa piedra, semidesnuda, mientras yo la presionaba con mi cuerpo. Me observaba a los ojos como si fuera la primera vez que me veía en la vida.—Desearía que las cosas hubiesen sido diferentes. Soy rey amargado, insoportable, vengativo y violento. Había cambiado, lo juro que sí, pero luego, en la guerra, volví a tomar decisiones de las que me arrepiento—dije, con el corazón agitado, sin poder controlarme.Ella acarició mis pómulos, y por primera vez en mucho tiempo sentí cómo se me escapaban las lágrimas. Llevaba tanto tiempo con todo esto guardado que parecía que el mundo iba a detenerse si no confesaba y liberaba lo que tenía dent