—¿Te gustaron las rosas? —la pregunta de Valentino interrumpió los pensamientos de Atenea mientras estaban solos en el jardín después de la cena —Las que te envié esta tarde.—Ah, sí... —respondió distraída —Gracias, no tenías por qué hacerlo.—Ya lo discutimos —le recordó —Me gustaría intentar conq
—Voy a entrar —dijo Atenea, visiblemente acalorada, pero Valentino volvió a detenerla.—¿No significó nada para ti? —preguntó él, con tristeza en su voz —Tu indiferencia me hace sentir utilizado en un momento como este.—Tú querías hacerlo, y no puedo negar que yo también —se liberó de su agarre —pe
—Suenas como un imbécil posesivo, no te lo recomiendo. Se va conmigo a donde pertenece. —Eso lo veremos. El resto del trayecto transcurrió en completo silencio. Mientras Dimitri reflexionaba sobre las palabras de Cayetana y planeaba cómo retener a Layla una vez que se recuperara, la mente de la ru
Cayetana llamó a su chófer tras visitar a Layla. Charlaban cuando la persistente mirada de Dimitri prácticamente la estaba echando, como si le estuviera robando el tiempo o la atención que le pertenecía a él de Layla. Decidió visitarla en otro momento, cuando estuvieran solas, en lugar de tener un p
—Lo único que me importabas eras tú, nada ni nadie podía cambiar eso, yo sí te amaba.—¡No me hagas sentir como si yo no lo hubiera hecho! —estalló, furiosa—. Siempre hablas como si fuera la culpable de todo.—¿Me amaste?.—Claro que lo hice —sonrió de lado—. ¿Y qué con eso? Ya no queda nada de lo q
*** Lenox revisó la hora en su reloj por tercera vez esa noche, apoyado contra el capó de su auto a las afueras del aeropuerto. Con los brazos cruzados sobre su pecho, sintió la brisa fría colarse bajo su ropa mientras observaba a la gente entrar y salir con sus equipajes.—¡Lex! —un chillido le hi
—Entonces, ¿qué puedo hacer aquí sola?.—No lo sé, no estaba planeado tener compañía —dijo Lenox sinceramente.—Ya sé, estaré esperándote todos los días cuando llegues —sugirió Loraine, y Lenox arqueó una ceja—. Estaré bien, solo tengo que acostumbrarme; de todos modos, la soledad y yo nos entendemo
—Me ha mandado a llamar, señor —se presentó ante él, tragándose los nervios, sin comprender por qué le resultaba tan amenazante su mirada.—Ya hemos discutido las formalidades entre nosotros —le recordó, sus ojos clavados en ella, escudriñándola de arriba abajo.—Me temo que no podré cumplir con esa