—Lo único que me importabas eras tú, nada ni nadie podía cambiar eso, yo sí te amaba.—¡No me hagas sentir como si yo no lo hubiera hecho! —estalló, furiosa—. Siempre hablas como si fuera la culpable de todo.—¿Me amaste?.—Claro que lo hice —sonrió de lado—. ¿Y qué con eso? Ya no queda nada de lo q
*** Lenox revisó la hora en su reloj por tercera vez esa noche, apoyado contra el capó de su auto a las afueras del aeropuerto. Con los brazos cruzados sobre su pecho, sintió la brisa fría colarse bajo su ropa mientras observaba a la gente entrar y salir con sus equipajes.—¡Lex! —un chillido le hi
—Entonces, ¿qué puedo hacer aquí sola?.—No lo sé, no estaba planeado tener compañía —dijo Lenox sinceramente.—Ya sé, estaré esperándote todos los días cuando llegues —sugirió Loraine, y Lenox arqueó una ceja—. Estaré bien, solo tengo que acostumbrarme; de todos modos, la soledad y yo nos entendemo
—Me ha mandado a llamar, señor —se presentó ante él, tragándose los nervios, sin comprender por qué le resultaba tan amenazante su mirada.—Ya hemos discutido las formalidades entre nosotros —le recordó, sus ojos clavados en ella, escudriñándola de arriba abajo.—Me temo que no podré cumplir con esa
—Están paranoicas —se tocó ligeramente el labio inferior, sintiendo con la punta de su lengua la ligera herida que le quedó por el beso que Alexis le dio anoche—. Creo que estoy así por la llegada de... ya sabes quién.—Alexis —la rusa levantó la cabeza, su expresión cambiando—. ¿Habrá sabido de nos
—¿Desde cuándo somos novios?. La pregunta golpeó a Dimitri como un cubo de agua helada. Estaba junto a Layla, leyendo un libro, mientras ella supuestamente descansaba después de las visitas. Sin embargo, había estado reflexionando sobre la afirmación de Dimitri toda la noche y la mañana siguiente.
—Pronto —besó su cabeza —pronto saldrás de este lugar. ***Cayetana se encontraba absorta en sus pensamientos sobre cómo escapar de aquel restaurante mientras cortaba distraídamente el filete en su plato. Había lamentado desde el principio haber aceptado la cita. El hombre frente a ella, aunque no
—¡No puedes! —gritó—. No puedes porque eres mía, Cayetana —la sujetó del cuello y la obligó a mirarlo—. Eres y siempre serás mía, mi preciosa, hasta que la muerte nos separe.—Estás loco...—musitó.—Lo sé —acarició suavemente su labio inferior con el pulgar—. ¿Y qué si lo estoy? Solo quiero estar co