Todos los que vivían en la casa de los Alfa y los vecinos cercanos se reunieron rápidamente para ver qué estaba pasando. Cuando vieron a Andrea sujetando a Ada, con la cara llena de tristeza mientras la acusaba de robar, el murmullo de desprecio comenzó a llenar la multitud.
“Sabía que ella no era buena, como su madre.” “Sí, si no fuera porque nuestro Alfa aún recuerda que es su hija, ya la habrían echado. ¿Cómo puede ser tan desagradecida?” Al escuchar los murmullos, Andrea miró a Ada con una sonrisa de triunfo, luego adoptó una expresión de decepción y dolor en su rostro y dijo: —Cuando Ada robó por primera vez mi collar y lo vendió, padre pidió que la echáramos, pero mamá y yo pensamos que solo había sido un error y que bastaba con que ayudara un poco en las tareas del hogar como castigo. Sin embargo, Ada nunca mostró arrepentimiento, y yo y mamá seguimos intercediendo por ella, pero ella seguía robando. Mamá ya está tan enferma de coraje que no puede levantarse de la cama hoy…— Andrea hizo una pausa, secándose una lágrima—. Tal vez deberíamos haber escuchado a papá desde el principio y haberla echado de la manada. Después de escuchar las palabras de Andrea, los vecinos se indignaron aún más, comentando sobre cómo Ada no apreciaba lo que tenía y lo traidora que era, apoyando a Andrea y exigiendo que Alfa la expulsara del clan. Fuera de la multitud, la mirada fría y decepcionada de su padre Henry le atravesó el corazón a Ada. Intentó liberarse de la sujeción de Andrea, pero sus manos eran tan fuertes y ella tan débil. Viendo la furia de la multitud, Andrea se acercó a Ada y susurró cerca de su oído: —Este es el resultado de que te hayas metido con Jhon— dijo en voz baja—. No creas que no sé que siempre has estado actuando para que él note tu presencia. “¡Maldita perra!” pensó Ada, furiosa. No tenía culpa de nada. Ya había aceptado el rechazo de Jhon, había obedecido todas las órdenes de ella y de Luna Ursula sin quejarse, ¿por qué no podían dejarla en paz? Lo único que quería era algo de comida y un poco de amor paternal. —¿Por qué haces esto conmigo?— Ada miró fijamente a Andrea, desesperada—. Nunca te he hecho nada. Te gusta Jhon, acepté su rechazo. Quisiste mi cuarto, te lo dejé. ¿Qué más quieres de mí? —¡Siempre haces lo mismo!— Andrea apretó más fuerte, clavando sus uñas en la piel de Ada, con una mirada llena de odio—. ¿Por qué tú siempre lo tienes todo? ¿Siempre te pones en esa actitud de estar haciendo una limosna para que te agradezca? Lo único que quiero es que te mueras. Ada se asustó por la expresión feroz de Andrea, pero luchó por mantener las lágrimas a raya. Miró a su alrededor y gritando: —¡Yo no robé nada! ¡Nunca he robado! ¡Andrea y Ursula me están culpando! —¿Y qué me dices de estas frutas?— Andrea levantó una bolsa con frutas que Jhon le había dejado en secreto a Ada, guardadas en la puerta trasera de la pequeña casa. En invierno, esas frutas solo podrían aparecer en la casa de los Alfa. Ada no pudo defenderse de las acusaciones, solo miró a Jhon con desesperación. Él era el joven más prometedor del clan, y siempre había sido amable y cálido. Si él hablaba a su favor, la mayoría le creería. Pero en los ojos sinceros de Ada, Jhon apartó la mirada avergonzado. Ada sonrió con amargura, comprendiendo que no quería asociarse con ella frente a los demás. Una sensación de furia recorrió todo su cuerpo, se regañó una vez más a sí misma por esperar algo de Jhon, ella ya debía estar acostumbrada a su cobardía, aun así en lo más profundo de su corazón necesitaba que alguien saliese en su defensa. El silencio de Ada fue interpretado por el Alfa Henry como una confesión tácita. Él suspiró profundamente y dijo: —No puedo creer que hayas llegado a esto. Robando y sin arrepentimiento. No me extraña que tu madre esté tan enferma por tu culpa. —Ella no es mi madre— dijo Ada, mordiendo sus palabras con furia—. Mi madre es una traidora, ¡Ursula la echó! ¿No lo recuerdas? —¡Tú!— Henry se enfureció tanto que tuvo que llevarse la mano al pecho—. ¿Ahora también niegas que robaste? —No lo hice, ¿por qué debería aceptarlo? Nunca lo haces, ni siquiera me permites darte una explicación solo las escuchas a ellas, ¿por qué esta vez debería ser diferente?— Los ojos de Ada, firmes y decididos, eran una clara réplica a los de su padre. Cuando era pequeña, él siempre la había consentido por ser igual a él, pero ahora, por una acusación sin fundamento, ella sería castigada. El Alfa levantó la mano, ordenando a sus subordinados que ataran a Ada. Primero rompieron su abrigo haciendo mil pedazos para después rasgar la tela de su vestido y dejar su espalda totalmente desnuda. Mientras dos guardias la sujetaban, un tercero golpeaba la carne de su espalda haciéndola pedazos con cada sacudida. Perdió la cuenta de los latigazos y hasta casi la consciencia por el dolor. Aún así su padre no cesaba en su castigo y una y otra vez le repetía ”¿Admites que cometiste un error?”, ella seguía respondiendo con firmeza, negando siempre la acusación. Está vez no le importaban los golpes, esta vez no le daría la satisfacción a Andrea de pedir perdón, pedir perdón por algo que no había hecho, poco importaba ya el dolor y la humillación de ser maltratada en frente de toda aquella multitud. Si tenía que morir en aquel lugar, gustosa aceptaba su destino. Que más daba si ella vivía o moría, su vida no había sido un camino de rosas, más bien ella siempre había tenido que vivir rodeada de espinas, unas espinas que a menudo le recordaban con sangre y dolor que ella era una simple esclava. Y si a todo eso le sumábamos dos rechazos, “¿para qué seguir viviendo?”. Ella no merecía ser amada, por mucho que lo intentara su vida no cambiaría. Si aún guardaba un ápice de esperanza de que su padre pudiese darse cuenta de su error, y echar a esas dos brujas. Todo eso se había esfumado en ese mismo instante. El gran Alfa había dejado de verla como a su hija hacía mucho tiempo, la había remplazado por la hija perfecta Andrea, esbozó una débil sonrisa esperando que algún día él derramara todas y cada una de las lágrimas que le había hecho derramar a ella. Un latigazo más cayó sobre su espalda, y sintió que su visión se oscurecía, un mareo la invadió y estuvo a punto de perder el conocimiento. —¡Basta! ¿Qué están haciendo?— una figura alta apareció corriendo, y mientras saltaba al aire, comenzó a transformarse en un lobo de pelaje negro. Majestuoso, se interpuso frente a Ada, mostrando sus colmillos y gruñendo bajo, amenazando a los guardias con látigos y a la multitud que observaba la escena.Ada despertó nuevamente, ya había regresado a su pequeña cabaña desvencijada, que estaba llena de corrientes de aire. Se esforzó en mirar a su alrededor y vio a Lukyan, que estaba de espaldas a ella, torpemente ocupado frente a la estufa. Su ropa estaba llena de agujeros y manchas de sangre. Ada finalmente recordó lo que había sucedido antes de perder el conocimiento. Ayer, él había tenido que usar su espalda para protegerla de los latigazos y ataques. En ese momento, ella saltó de la cama.—¿No te dije que te quedaras aquí y no salieras? —gritó ella—. Ahora, el Alpha y la Luna Ursula te habrán descubierto, seguro que te echarán.—No tienes que agradecerme —respondió Lukyan, levantando una ceja—. No fue porque quisiera salvarte, aún somos pareja, y salvarte es solo una reacción instintiva.—Gracias por lo de ayer —Ada, ante las palabras burlonas de Lukyan, lo miró sinceramente—. Nunca nadie se había puesto de mi lado, nunca nadie había defendido mi inocencia sin dudar. Gracias, de ver
Capítulo 7 Lukyan logró quedarse en el clan de las Montañas Negras como había deseado. Le asignaron un trabajo de limpieza en el establo de caballos, pero el orgulloso rey del norte nunca había hecho este tipo de trabajo servil. Trabajó todo el día, pero no consiguió limpiar nada. —Déjame que te ayude. No es difícil si sabes cómo hacerlo. Dijo Ada cogiendo el rastrillo de las manos de Lukyan. —No necesito tu ayuda, acaso no tienes ya suficiente trabajo. Las palabras de Lukyan aunque duras no molestaron a Ada. — Son hermosos, ¿verdad? Lo único que les falta es ser libres. Susurró Ada con la mirada fija en aquellos hermosos animales. Lukyan vio cómo ella no podía apartar la vista de los caballos, mostrando mucho cariño por ellos, y se mostró desdeñoso hacia ella. En su castillo, ¿qué tipo de caballos no había? —Cuando regrese contigo, te regalaré un caballo mucho mejor. Lukyan dijo de manera arrogante. Ada sonrió y no le dio mucha importancia a sus palabras. En ese momento, Urs
Capítulo 8 Andrea observaba a Ada, que estaba limpiando en la sala, mientras la ira crecía en su interior. Ayer, Jhon se atrevió a declararle su amor públicamente.¿Cómo se atrevía?¿Por qué todos los hombres se preocupaban por Ada? Ella no era más que una pequeña y fea esclava. Jhon, Lukyan… aunque no quería admitirlo, Lukyan realmente era guapo y fuerte. Desde el día que apareció de la nada y defendió a Ada, ella había grabado en su memoria cada parte de su cuerpo, no podía sacarse esa mirada tan poderosa y penetrante. Andrea había enviado a alguien a informarle a Lukyan que Ada estaba en peligro, para que este fuera a un lugar alejado. Mientras arrastraba a Ada a su habitación. La ató a una silla y la amordazó para que nadie en toda la casa pudiera escuchar sus gritos de dolor, y menos el Alfa, aunque él lo negara sentía cierta debilidad por su hija y por nada del mundo quería ser interrumpida. Cerro la puerta con llave y camino hacia Ada con la actitud de un cazador cuando acech
Capítulo 9 Lukyan llevó a Ada de regreso a casa como le había prometido, sintiendo que Ada era tonta por haber sido tan fácilmente herida, no entendía porqué no había luchado con Andrea. Su lobo Sacha a menudo le recordaba que aceptará a Ada y completarse el vínculo. Pero Lukyan no lo escuchaba. Sacha había amenazado a Lukyan con dejarle de hablar si se atrevía a irse de allí sin su compañera, pero Lukyan no creía que Sacha fuese capaz de hacerlo y si dejaba de hablarle en cuanto volvieran a la normalidad del palacio seguro que olvidaría a Ada. O esas eran al menos las excusas que Lukyan se decía a sí mismo para no sentir remordimiento por sus decisiones. Ada pasó al interior de la casa y se dispuso a encender la pequeña estufa, Lukyan mientras tanto salió a cazar algo para la cena. Necesitaba dejar libre a Sacha y que este cazara algo para la cena. No tardó mucho en volver con un par de conejos entre sus manos. Los dejó en la mesa y observó como Ada se miraba en un trozo de esp
Capítulo 10 Al día siguiente, cuando el sol acaba de aparecer en el firmamento Lukyan ya se había levantado, echaba de menos el café en el desayuno. Pero Ada no tenía nada más que agua, la fruta se había acabado y su estómago rugía desesperado. Odiaba a Henry con todas sus fuerzas, Ada se mataba a trabajar todos los días y para que? Para recibir las sobras y no todos los días. No esperó a Ada y se adentró solo en el bosque en busca de pistas sobre sus subordinados. Por suerte no había encontrado ningún cuerpo por lo que suponía que debían de haber huido en busca de ayuda o por el contrario estarían presos en la cárcel de la Manada. No podía concebir una traición en sus hombres, estaba seguro de que lo habían buscado y al no encontrarlo habían vuelto a las montañas del norte en buca de ayuda. Cuando volvía a casa de Ada pudo ver un pedazo de tela enganchado en una de las ramas, lo cogió con cuidado y se lo acerco a la nariz. Estaba claro, el aroma de ese trozo de tela perte
Los primeros rayos del sol acababan de aparecer en el firmamento con mucho esfuerzo se levantó. Ada se fijó en lo vieja y deteriorada que se encontraba su pequeña cabaña. Pero se recordó a sí misma que al menos tenía un techo sobre la cabeza. El viento se filtraba por las pequeñas grietas de las paredes, la pequeña brisa que se filtraba era fría, esa era la primera señal de que la nieve no tardaría en llegar. Miró con preocupación la fina manta que cubría la cama y suspiró, preguntándose si su padre estaría de buen humor hoy y tendría la bondad de darle alguna de las prendas de ropa vieja de las que ya se quisieran deshacer. Necesitaba abrigarse más si no lo más probable es que enfermará. No tardó demasiado en encontrarse parada justo enfrente de la lujosa residencia del Alfa de la Manada Black Mountain, lista para comenzar con las tareas de limpieza del día. En esta casa vive su padre, Henry el Alfa de la manada; su madrastra, Luna Ursula; y su hermanastra Andrea, la princes
— Lo siento, fue un accidente. Estaba tan cansada que me desmayé.—Esas son las únicas palabras que se atrevió a decir, llevaba tanto tiempo pidiendo perdón que esas se habían convertido en las únicas palabras que pronunciaba al cabo del día.La mirada de su padre pareció suavizarse, mostrando una expresión de preocupación, pero en cambio la de Luna Úrsula seguía llena de ira. La interrumpió:—¿De verdad es así? ¿O planeas hacer lo mismo que la última vez y robar las joyas de tu hermana?—¡Yo nunca le he robado nada! —le respondió inmediatamente, furiosa. Ella y su Andrea siempre se aliaban para acusarla de robar dinero de la casa, e incluso escondían dinero en su habitación como "prueba".—No te molestes en negarlo. Encontramos en tu habitación el dinero que obtuviste vendiendo esas joyas —dijo con desprecio—. Con una madre como la tuya, no es sorprendente que seas capaz de cualquier cosa.— Qué haces ahí parada, no tienes suficiente trabajo por hacer o quizás debería darte más tarea
Ada miró al hombre en la cama por un momento, permaneciendo a su lado, lo que hizo que su loba comenzara a recuperar fuerzas poco a poco. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, cuando su compañero despertara, lo poco que había encontrado de fruta no sería suficiente para ayudarlo a recuperar fuerzas. Así que Ada se levantó, tomó su viejo y desgastado abrigo y se preparó para ir a cazar en el bosque en secreto. El Alpha siempre le había prohibido hacer esto, pues creía que Ada no tenía la capacidad de protegerse en el bosque, pero hoy la diosa de la suerte parecía estar de su lado. No le costó mucho esfuerzo atrapar un pequeño conejo. Emocionada, lo mordió por la pata y abrió la puerta de su casa, pero al hacerlo, chocó de frente con una figura alta.Él era, de hecho, bastante grande, y sus ojos azul oscuro la observaban fijamente. Mientras ella ponía al "conejito" sobre la mesa, se quitaba el abrigo y sacudía la nieve de su cabello, su mirada nunca se apartaba de ella, y de vez en