Capitulo 5.

Todos los que vivían en la casa de los Alfa y los vecinos cercanos se reunieron rápidamente para ver qué estaba pasando. Cuando vieron a Andrea sujetando a Ada, con la cara llena de tristeza mientras la acusaba de robar, el murmullo de desprecio comenzó a llenar la multitud.

 

“Sabía que ella no era buena, como su madre.” “Sí, si no fuera porque nuestro Alfa aún recuerda que es su hija, ya la habrían echado. ¿Cómo puede ser tan desagradecida?”

 

Al escuchar los murmullos, Andrea miró a Ada con una sonrisa de triunfo, luego adoptó una expresión de decepción y dolor en su rostro y dijo: —Cuando Ada robó por primera vez mi collar y lo vendió, padre pidió que la echáramos, pero mamá y yo pensamos que solo había sido un error y que bastaba con que ayudara un poco en las tareas del hogar como castigo. Sin embargo, Ada nunca mostró arrepentimiento, y yo y mamá seguimos intercediendo por ella, pero ella seguía robando. Mamá ya está tan enferma de coraje que no puede levantarse de la cama hoy…— Andrea hizo una pausa, secándose una lágrima—. Tal vez deberíamos haber escuchado a papá desde el principio y haberla echado de la manada.

 

Después de escuchar las palabras de Andrea, los vecinos se indignaron aún más, comentando sobre cómo Ada no apreciaba lo que tenía y lo traidora que era, apoyando a Andrea y exigiendo que Alfa la expulsara del clan. Fuera de la multitud, la mirada fría y decepcionada de su padre Henry le atravesó el corazón a Ada. Intentó liberarse de la sujeción de Andrea, pero sus manos eran tan fuertes y ella tan débil.

 

Viendo la furia de la multitud, Andrea se acercó a Ada y susurró cerca de su oído: —Este es el resultado de que te hayas metido con Jhon— dijo en voz baja—. No creas que no sé que siempre has estado actuando para que él note tu presencia.

 

“¡Maldita perra!” pensó Ada, furiosa. No tenía culpa de nada. Ya había aceptado el rechazo de Jhon, había obedecido todas las órdenes de ella y de Luna Ursula sin quejarse, ¿por qué no podían dejarla en paz? Lo único que quería era algo de comida y un poco de amor paternal.

 

—¿Por qué haces esto conmigo?— Ada miró fijamente a Andrea, desesperada—. Nunca te he hecho nada. Te gusta Jhon, acepté su rechazo. Quisiste mi cuarto, te lo dejé. ¿Qué más quieres de mí?

 

—¡Siempre haces lo mismo!— Andrea apretó más fuerte, clavando sus uñas en la piel de Ada, con una mirada llena de odio—. ¿Por qué tú siempre lo tienes todo? ¿Siempre te pones en esa actitud de estar haciendo una limosna para que te agradezca? Lo único que quiero es que te mueras.

 

Ada se asustó por la expresión feroz de Andrea, pero luchó por mantener las lágrimas a raya. Miró a su alrededor y gritando: —¡Yo no robé nada! ¡Nunca he robado! ¡Andrea y Ursula me están culpando!

 

—¿Y qué me dices de estas frutas?— Andrea levantó una bolsa con frutas que Jhon le había dejado en secreto a Ada, guardadas en la puerta trasera de la pequeña casa. En invierno, esas frutas solo podrían aparecer en la casa de los Alfa.

 

Ada no pudo defenderse de las acusaciones, solo miró a Jhon con desesperación. Él era el joven más prometedor del clan, y siempre había sido amable y cálido. Si él hablaba a su favor, la mayoría le creería. Pero en los ojos sinceros de Ada, Jhon apartó la mirada avergonzado. Ada sonrió con amargura, comprendiendo que no quería asociarse con ella frente a los demás.

 

Una sensación de furia recorrió todo su cuerpo, se regañó una vez más a sí misma por esperar algo de Jhon, ella ya debía estar acostumbrada a su cobardía, aun así en lo más profundo de su corazón necesitaba que alguien saliese en su defensa.

 

El silencio de Ada fue interpretado por el Alfa Henry como una confesión tácita. Él suspiró profundamente y dijo: —No puedo creer que hayas llegado a esto. Robando y sin arrepentimiento. No me extraña que tu madre esté tan enferma por tu culpa.

 

—Ella no es mi madre— dijo Ada, mordiendo sus palabras con furia—. Mi madre es una traidora, ¡Ursula la echó! ¿No lo recuerdas?

 

—¡Tú!— Henry se enfureció tanto que tuvo que llevarse la mano al pecho—. ¿Ahora también niegas que robaste?

 

—No lo hice, ¿por qué debería aceptarlo? Nunca lo haces, ni siquiera me permites darte una explicación solo las escuchas a ellas, ¿por qué esta vez debería ser diferente?— Los ojos de Ada, firmes y decididos, eran una clara réplica a los de su padre.

 

Cuando era pequeña, él siempre la había consentido por ser igual a él, pero ahora, por una acusación sin fundamento, ella sería castigada.

 

El Alfa levantó la mano, ordenando a sus subordinados que ataran a Ada.

 

Primero rompieron su abrigo haciendo mil pedazos para después rasgar la tela de su vestido y dejar su espalda totalmente desnuda.

 

Mientras dos guardias la sujetaban, un tercero golpeaba la carne de su espalda haciéndola pedazos con cada sacudida.

 

Perdió la cuenta de los latigazos y hasta casi la consciencia por el dolor. Aún así su padre no cesaba en su castigo y una y otra vez le repetía ”¿Admites que cometiste un error?”, ella seguía respondiendo con firmeza, negando siempre la acusación.

 

Está vez no le importaban los golpes, esta vez no le daría la satisfacción a Andrea de pedir perdón, pedir perdón por algo que no había hecho, poco importaba ya el dolor y la humillación de ser maltratada en frente de toda aquella multitud.

 

Si tenía que morir en aquel lugar, gustosa aceptaba su destino. Que más daba si ella vivía o moría, su vida no había sido un camino de rosas, más bien ella siempre había tenido que vivir rodeada de espinas, unas espinas que a menudo le recordaban con sangre y dolor que ella era una simple esclava.

 

Y si a todo eso le sumábamos dos rechazos, “¿para qué seguir viviendo?”. Ella no merecía ser amada, por mucho que lo intentara su vida no cambiaría.

 

Si aún guardaba un ápice de esperanza de que su padre pudiese darse cuenta de su error, y echar a esas dos brujas. Todo eso se había esfumado en ese mismo instante.

 

El gran Alfa había dejado de verla como a su hija hacía mucho tiempo, la había remplazado por la hija perfecta Andrea, esbozó una débil sonrisa esperando que algún día él derramara todas y cada una de las lágrimas que le había hecho derramar a ella.

 

Un latigazo más cayó sobre su espalda, y sintió que su visión se oscurecía, un mareo la invadió y estuvo a punto de perder el conocimiento.

 

—¡Basta! ¿Qué están haciendo?— una figura alta apareció corriendo, y mientras saltaba al aire, comenzó a transformarse en un lobo de pelaje negro. Majestuoso, se interpuso frente a Ada, mostrando sus colmillos y gruñendo bajo, amenazando a los guardias con látigos y a la multitud que observaba la escena.

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