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Capítulo 30. Demasiado tarde

Isaac

El cuerpo de Victoria se siente frío contra el mío, como si toda la calidez de su ser se hubiese esfumado en el momento en que perdió a nuestro hijo. Hago un esfuerzo por tranquilizarla, por transmitirme mi calor al tenerla apretada entre mis brazos, pero el dolor que atraviesa mi costilla me obliga a jadear y por más que intento ocultar mi malestar, no lo logro.

—¿Estás herido? —pregunta con preocupación y se separa de mi abrazo para observar sus manos—. ¡Estás sangrando! —murmura con asombró.

Me doblo sobre mi cuerpo cayendo de rodillas al piso, provocando que Victoria se sobresalte y pida ayuda a su madre. La mujer se aproxima a mi lado y comienza a hacerme preguntas que respondo con dificultad.

—¿Tuviste una operación recientemente?

—S-sí, hace unos días —le informo.

Me avergüenza el titubeo en mi voz, pero, por alguna razón el dolor se ha intensificado. Si bien, nunca desde que recibí el disparo me he sentido completamente recuperado; en estos momentos me resulta imposible
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