Christian tomó la mano de Elizabeth y le dio un suave beso en el dorso. —No tienes nada de qué disculparte, ni de qué sentirte mal, Elizabeth. Todo lo que hago, lo hago porque te amo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario, pero voy a liberarte de ese maldito animal.Apretó su mano con firmeza y la guio por un pasillo hacia una habitación al final. Sin embargo, ella no avanzaba.—No puedo huir ahora mismo. Sabes que están mis hijos; él… él podría hacerles daño. —El solo pensamiento de lo que Xavier podría hacerles a sus pequeños hizo que la piel de Elizabeth se erizara, y quiso regresar.—No es momento para arrepentimientos. Debemos hablar con Vicenzo; mi tío nos está esperando al otro lado de esa puerta. Esta es nuestra única oportunidad, Elizabeth, no podemos desperdiciarla, por favor. A pesar de sus dudas sobre seguir a ese hombre, Elizabeth bajó la mirada y continuó caminando. Si tenía que venderle el alma al diablo, estaba dispuesta a hacerlo.***Una gran pantalla proy
Al escuchar la desafiante propuesta, Elizabeth sintió que su corazón iba a estallar por la fuerza de su latido. Vicenzo se tomaba en serio su oferta y estaba pidiendo algo realmente peligroso, así que decidió indagar más. —¿Qué? Estar a su lado... Eso es precisamente lo que no quiero. Es demasiado arriesgado. ¿Y si se da cuenta? Vicenzo la miró de arriba abajo con un tono insinuante. —Entonces, deberás encontrar la manera de hacerlo sin que él se dé cuenta, mi querida Elizabeth. Porque si te descubre, estoy seguro de que no mostrará ni un ápice de compasión. ¡Y va a matarte! —le dijo apretando los dientes.El miedo la envolvió, y se abrazó a sí misma. Guardó silencio por un momento, sabiendo que Vicenzo tenía razón: si Xavier la descubría, no solo sería ella quien sufriría, sino también sus hijos. —¿Y qué piensas hacer con esos documentos? —preguntó Elizabeth, con un aire de ingenuidad. Vicenzo sonrió, divertido, y encogió los hombros antes de responder con tono irónico. —Nosotr
Elizabeth corrió rápidamente detrás de Christian hasta llegar al salón de baile. Abrió los ojos despavorida; Xavier ya la estaba buscando, y notablemente, sus hombres estaban desplegando la búsqueda.—¡Christian, debes irte! —exclamó, tomando la mano de Christian y girándolo en otra dirección, justo cuando dos hombres de Xavier se acercaban a ellos.Él la sostuvo de la mano y la llevó hasta los tocadores.—No quiero irme sin ti, Elizabeth. Te necesito.Ella, nerviosa, se giró hacia atrás y pudo escuchar los pasos rápidos de los hombres de Xavier buscándola.—Tienes que irte, Christian. Si te encuentran, Xavier no dudaría un minuto en asesinarte. ¡Vete!—Pero Elizabeth, no quiero que ese mal nacido te haga daño.—Maldita sea. Tenemos un trato con tu tío. Por favor, ¡vete!Christian, con el corazón desbocado, supo que debía huir de allí, o no podría llevar a cabo sus planes. Así que se lanzó sobre ella, tomando sus mejillas con ambas manos, y quiso besarla en los labios, pero ella giró
Los días pasaron y Elizabeth seguía sin encontrar la manera de huir de Xavier; el plan de Vicenzo parecía ser su única esperanza. Aunque Paulina frecuentaba la mansión Montiel con la excusa de discutir negocios con Xavier y llamar su atención, Elizabeth no había logrado tener contacto con ella.Un día, mientras Elizabeth estaba sentada leyendo su libro, el timbre de la mansión resonó. Uno de los hombres, al reconocer quién era, abrió la puerta. El perfume con aroma a ámbar que Elizabeth ya conocía inundó sus fosas nasales, avivando un rayo de esperanza en su interior.Paulina llegó por segunda vez esa semana. Esa tarde, lucía espectacular, con un vestido corto y un gran escote que dejaba poco a la imaginación. Su cabello caía sobre sus hombros, y sus piernas tonificadas se movían con gracia.—Elizabeth —dijo Paulina, mirándola de arriba abajo con desdén, especialmente por su forma de vestir.Elizabeth se levantó rápidamente y se acercó a ella.—Paulina, qué bueno verte —le replicó con
Finalmente, Elizabeth recibió las instrucciones de Paulina: el gran día de su escape había llegado. Gracias a su buen comportamiento en los días previos, Xavier le había permitido asistir a los eventos escolares para apoyar a sus hijos. Sin él cerca, tendría la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan.Con determinación, guardó los pasaportes de sus pequeños y el suyo en su bolso, aplicó un poco de perfume y, llena de felicidad, se dirigió a buscar a sus hijos.Ellos estaban emocionados; el día de su presentación finalmente había llegado. Habían practicado mucho y lucían radiantes, especialmente felices porque su madre los acompañaría. En la sala de estar, Xavier estaba con ellos, terminando de arreglarlos.—¡Mis tesoros! Serán los niños más hermosos de la presentación —exclamó Xavier, abrazándolos en ese momento justo cuando Elizabeth bajó las escaleras.—¿Ya están listos, hijos? ¡Nos vamos! —anunció Elizabeth con entusiasmo.—¡Wow, mami! Que linda—Eithan abrió la boca al ver
Al escuchar su nombre, Elizabeth se giró, completamente aterrorizada, sintiendo que iba a desfallecer. ¡Verlo allí era una auténtica pesadilla! Sus miradas se encontraron, y Xavier, con el ceño fruncido, no podía ocultar la ira que lo consumía; era tanta su rabia que parecía apretarle el cuello. En su mano, llevaba el zapato de Emma, se aferraba a este con fuerza mientras dirigía su mirada hacia el auto.—¡Bájate inmediatamente del auto, Elizabeth, y trae a los niños! —ordenó con voz cortante, en un tono excesivamente autoritario. Mientras se acercaba poco a poco.Elizabeth se quedó perpleja, sintiendo que su corazón podía salirse del pecho por el terror. Era evidente que Xavier estaba furioso, completamente irracional, y sabía que sería capaz de cualquier cosa. Cuando él se ponía así, sus palabras se reducían a órdenes certeras y agudas.—¡Elizabeth! —gritó Xavier, dando dos pasos largos hacia ella, pero ella no permitió que la tocara. Apretó los dientes y, con determinación, se meti
Unas horas más tardeEn una habitación de un hospital, el sonido de una máquina vital despertó a Elizabeth. Abrió los ojos lentamente, sintiendo un dolor punzante en varias partes de su cuerpo. Su cabeza daba vueltas, y no lograba comprender dónde estaba. Sin embargo, el intenso dolor en su brazo, que estaba cubierto por un yeso, la hizo despertar por completo.Miró a su alrededor y tragó en seco. Las imágenes de la devastadora explosión inundaron su mente, llevándola a enderezarse de un sobresalto.—¡Ethan, Emma! ¡Hijos! ¡Dios mío! ¡Mis niños! —gritó, mientras se quitaba la sábana que la cubría y, con cuidado, intentaba levantarse. Fue entonces cuando una voz familiar la sacó de su trance.—Los niños están bien —dijo, con un tono frío.Elizabeth se giró aterrorizada y se encontró con la mirada gélida de Dante, quien estaba parado a sus espaldas, mirándola impasible, sin mostrar ninguna expresión, sólo señalándola con esos ojos acusadores, que parecían afilados cuchillos.—Da—Dante,
Las horas pasaron lentamente. Elizabeth permanecía sentada en la sala de espera de las salas de cirugía, sin inmutarse, ni siquiera para ir al baño, aguardando alguna noticia sobre el estado de salud de Xavier. Sin embargo, nadie decía absolutamente nada.Dante, por su parte, seguía en la misma posición, recostado contra la pared y sin pronunciar palabra, compartiendo la misma inquietud que Elizabeth, aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio.La madrugada ya había llegado y la espera se tornaba insoportable. Elizabeth, encogida por el dolor de las heridas y el estrés, decidió levantarse de su asiento. Justo en ese instante, las puertas metálicas de la sala de operaciones se abrieron y una enfermera salió. Elizabeth se giró hacia ella sobresaltada.—¿Familiares del señor Marcell Corleone? —preguntó la mujer. Dante se apresuró hacia ella, adelantándose a Elizabeth.—Sí, soy yo. ¿Cómo está? —inquirió con ansiedad.La enfermera guardó un silencio momentáneo, sembrando el