Unas horas más tardeEn una habitación de un hospital, el sonido de una máquina vital despertó a Elizabeth. Abrió los ojos lentamente, sintiendo un dolor punzante en varias partes de su cuerpo. Su cabeza daba vueltas, y no lograba comprender dónde estaba. Sin embargo, el intenso dolor en su brazo, que estaba cubierto por un yeso, la hizo despertar por completo.Miró a su alrededor y tragó en seco. Las imágenes de la devastadora explosión inundaron su mente, llevándola a enderezarse de un sobresalto.—¡Ethan, Emma! ¡Hijos! ¡Dios mío! ¡Mis niños! —gritó, mientras se quitaba la sábana que la cubría y, con cuidado, intentaba levantarse. Fue entonces cuando una voz familiar la sacó de su trance.—Los niños están bien —dijo, con un tono frío.Elizabeth se giró aterrorizada y se encontró con la mirada gélida de Dante, quien estaba parado a sus espaldas, mirándola impasible, sin mostrar ninguna expresión, sólo señalándola con esos ojos acusadores, que parecían afilados cuchillos.—Da—Dante,
Las horas pasaron lentamente. Elizabeth permanecía sentada en la sala de espera de las salas de cirugía, sin inmutarse, ni siquiera para ir al baño, aguardando alguna noticia sobre el estado de salud de Xavier. Sin embargo, nadie decía absolutamente nada.Dante, por su parte, seguía en la misma posición, recostado contra la pared y sin pronunciar palabra, compartiendo la misma inquietud que Elizabeth, aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio.La madrugada ya había llegado y la espera se tornaba insoportable. Elizabeth, encogida por el dolor de las heridas y el estrés, decidió levantarse de su asiento. Justo en ese instante, las puertas metálicas de la sala de operaciones se abrieron y una enfermera salió. Elizabeth se giró hacia ella sobresaltada.—¿Familiares del señor Marcell Corleone? —preguntó la mujer. Dante se apresuró hacia ella, adelantándose a Elizabeth.—Sí, soy yo. ¿Cómo está? —inquirió con ansiedad.La enfermera guardó un silencio momentáneo, sembrando el
Un rato después de que Elizabeth salió de la habitación, el fiel Dante llegó al cuarto de Xavier y, al verlo finalmente despierto, sonrió, algo que no hacía con frecuencia.—Señor, me alegra ver que ya está despierto.Xavier le devolvió la sonrisa, apenas curvando los labios.—Ya sabes cómo es, Dante, “hierba mala nunca muere”. ¿Cómo está Marcell?—Afortunadamente, está fuera de peligro, pero está muy preocupado por usted. Se siente culpable por lo sucedido.Xavier tosió un poco y se quejó.—¡Pendejo! —Espetó con sarcasmo— Después tendré tiempo para arreglármelas con él.En ese preciso momento, un médico entró en la habitación. Era un doctor que conocía a Xavier desde hacía años, el mismo que atendió su llamado de urgencia la última vez que Elizabeth lo necesitó. También había sido quien lo operó, y conocía a la perfección todas sus heridas.—¡Montiel! Me informaron que ya habías despertado, y quise venir a verte de inmediato. —el médico abrió los ojos ansioso.—Doctor Reggins, ¿qué
Elizabeth entró a la cocina y encontró a Denis junto a tres empleadas más, cada una ocupada en sus labores.—Buenos días.Las saludó, pero ninguna respondió. Solo Denis la miró con algo de enojo y arqueó las cejas.Sin inmutarse, Elizabeth fue hasta el refrigerador y comenzó a sacar lo necesario para preparar la sopa, colocando los ingredientes sobre el mesón. Se movía con lentitud; el yeso le restaba movilidad.Puso agua a hervir en la olla mientras las empleadas intercambiaban miradas, confundidas. Nunca antes una mujer ajena al servicio había entrado en esa cocina, mucho menos para cocinar. Sin embargo, ignoraron su presencia y continuaron con sus tareas.Elizabeth llevó las verduras a la tabla e intentó picarlas, pero hacerlo con una sola mano resultaba imposible. Aun así, no se rindió. Pero, al intentar atravesar una zanahoria, el cuchillo resbaló de sus manos y salió disparado, cayendo al suelo con un estruendo que alertó a las empleadas.—¡Carajo! —Elizabeth resopló asustada, p
Días más tarde.Xavier continuaba con su recuperación, y Elizabeth, fiel a su compromiso, lo visitaba todos los días para cuidarlo, mientras Dante se ocupaba de Marcell.—Dante, encárgate de la organización. Contrataré una enfermera para Marcell —ordenó Xavier, notando lo sobrecargado que estaba su hombre de confianza.—Pero, señor, ¿y quién cuidará de usted? Ya sabe que no confío en nadie.—Solo preocúpate por lo que te pedí.Elizabeth intervino sin dudar.—Dante, no tienes que preocuparte por el señor Xavier, yo me haré cargo de él por completo.Dante la miró con recelo.—¿Tú? —rezongó de inmediato.Xavier, con una sonrisa pretenciosa, fijó la mirada en ella. Aquella era la oportunidad perfecta para tenerla cerca… y hacerle la vida imposible. Todavía tenía que pagar por haber intentado huir.—Dante, quiero que Elizabeth permanezca conmigo. Tú encárgate de los negocios.—Como ordene, señor. —A regañadientes, Dante salió de la habitación, dejándolos a solas.Elizabeth le dedicó una so
Xavier sonrió con satisfacción, mientras Elizabeth, desconcertada, los observaba en silencio, claramente sin esperar ninguna explicación de su parte. —Muy bien hecho, Dante. —Señor, siempre a su disposición. ¿Y usted, cómo se siente? Xavier siguió sonriendo con una expresión de satisfacción, lanzando una mirada rápida hacia Elizabeth. —Muy bien, la verdad. He estado recibiendo un excelente cuidado últimamente. —Las mejillas de Elizabeth se tiñeron de rojo al interpretar las palabras de Xavier como un cumplido. —El personal médico es muy bueno en este hospital, las enfermeras son excelentes. —añadió Xavier, con tono sarcástico. Elizabeth apenas resopló. Por más que trataba de complacerlo y hacer todo lo posible por él, Xavier parecía no estar conforme con nada; su único interés parecía ser complicarle la vida. Con el paso de los días, la recuperación de Xavier avanzaba con éxito. Los raspones en su rostro se habían desvanecido y las quemaduras de su cuerpo comenzaban a sanar a un
Días despuésXavier inhaló hondo al cruzar el umbral de la mansión y se dirigió directamente a su sillónfavorito. Ni siquiera recordaba cuántos días llevaba fuera de casa.—Por fin en casa. Estaba harto de ese hospital, ahora podré ocuparme personalmente demis negocios —murmuró, moviendo el cuello para aliviar la tensión.Dante carraspeó antes de hablar.—Señor, tiene órdenes estrictas de cuidarse hasta completar su recuperación. Esa fue lacondición para su egreso.—Dante, no necesito que me digas qué hacer. Desde hoy mismo retomo el control. —Xaviersentenció con firmeza.Elizabeth negó con la cabeza y se acercó a él. Sin decir nada, colocó las manos sobre sushombros y comenzó a masajearlos.—Dante tiene razón —susurró junto a su oído, erizándole la piel—. Será mejor que espereshasta estar completamente recuperado.Xavier se estremeció ante su contacto. A regañadientes, cedió.—Está bien, Dante. Encárgate tú por ahora.Dante asintió y salió de la sala, dejándolos
Xavier no era de esos hombres que se inquietaban con facilidad. Siempre tenía el control, incluso en situaciones extremas. Un ataque como el de la discoteca le parecía demasiado absurdo para el tipo de amenazas a las que estaba acostumbrado. Sin embargo, desde que los niños llegaron a su vida, algo en su interior había cambiado. Sentía una presión constante en el pecho, una necesidad urgente de mantenerlos a salvo.—¿Seguro estás bien? —preguntó Elizabeth mientras regresaban a la mansión—. ¿Te duelen las heridas?Xavier soltó un resoplido y la miró sin expresión.—Sí, estoy bien. Las heridas ya sanaron. Y tú, no puedes volver a participar en una misión tan importante como esta. Tienes que quedarte en casa, cuidando de los niños. —Xavier le advirtió con un tono duro.Elizabeth respiró hondo. Ni siquiera ella sabía con certeza por qué se había arriesgado así. Solo pudo soltar un largo suspiro.—Quería asegurarme de que estuvieras bien. Ya te dije, nunca voy a dejar de agradecerte lo que