Los días pasaron y Elizabeth seguía sin encontrar la manera de huir de Xavier; el plan de Vicenzo parecía ser su única esperanza. Aunque Paulina frecuentaba la mansión Montiel con la excusa de discutir negocios con Xavier y llamar su atención, Elizabeth no había logrado tener contacto con ella.Un día, mientras Elizabeth estaba sentada leyendo su libro, el timbre de la mansión resonó. Uno de los hombres, al reconocer quién era, abrió la puerta. El perfume con aroma a ámbar que Elizabeth ya conocía inundó sus fosas nasales, avivando un rayo de esperanza en su interior.Paulina llegó por segunda vez esa semana. Esa tarde, lucía espectacular, con un vestido corto y un gran escote que dejaba poco a la imaginación. Su cabello caía sobre sus hombros, y sus piernas tonificadas se movían con gracia.—Elizabeth —dijo Paulina, mirándola de arriba abajo con desdén, especialmente por su forma de vestir.Elizabeth se levantó rápidamente y se acercó a ella.—Paulina, qué bueno verte —le replicó con
Finalmente, Elizabeth recibió las instrucciones de Paulina: el gran día de su escape había llegado. Gracias a su buen comportamiento en los días previos, Xavier le había permitido asistir a los eventos escolares para apoyar a sus hijos. Sin él cerca, tendría la oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan.Con determinación, guardó los pasaportes de sus pequeños y el suyo en su bolso, aplicó un poco de perfume y, llena de felicidad, se dirigió a buscar a sus hijos.Ellos estaban emocionados; el día de su presentación finalmente había llegado. Habían practicado mucho y lucían radiantes, especialmente felices porque su madre los acompañaría. En la sala de estar, Xavier estaba con ellos, terminando de arreglarlos.—¡Mis tesoros! Serán los niños más hermosos de la presentación —exclamó Xavier, abrazándolos en ese momento justo cuando Elizabeth bajó las escaleras.—¿Ya están listos, hijos? ¡Nos vamos! —anunció Elizabeth con entusiasmo.—¡Wow, mami! Que linda—Eithan abrió la boca al ver
Al escuchar su nombre, Elizabeth se giró, completamente aterrorizada, sintiendo que iba a desfallecer. ¡Verlo allí era una auténtica pesadilla! Sus miradas se encontraron, y Xavier, con el ceño fruncido, no podía ocultar la ira que lo consumía; era tanta su rabia que parecía apretarle el cuello. En su mano, llevaba el zapato de Emma, se aferraba a este con fuerza mientras dirigía su mirada hacia el auto.—¡Bájate inmediatamente del auto, Elizabeth, y trae a los niños! —ordenó con voz cortante, en un tono excesivamente autoritario. Mientras se acercaba poco a poco.Elizabeth se quedó perpleja, sintiendo que su corazón podía salirse del pecho por el terror. Era evidente que Xavier estaba furioso, completamente irracional, y sabía que sería capaz de cualquier cosa. Cuando él se ponía así, sus palabras se reducían a órdenes certeras y agudas.—¡Elizabeth! —gritó Xavier, dando dos pasos largos hacia ella, pero ella no permitió que la tocara. Apretó los dientes y, con determinación, se meti
Unas horas más tardeEn una habitación de un hospital, el sonido de una máquina vital despertó a Elizabeth. Abrió los ojos lentamente, sintiendo un dolor punzante en varias partes de su cuerpo. Su cabeza daba vueltas, y no lograba comprender dónde estaba. Sin embargo, el intenso dolor en su brazo, que estaba cubierto por un yeso, la hizo despertar por completo.Miró a su alrededor y tragó en seco. Las imágenes de la devastadora explosión inundaron su mente, llevándola a enderezarse de un sobresalto.—¡Ethan, Emma! ¡Hijos! ¡Dios mío! ¡Mis niños! —gritó, mientras se quitaba la sábana que la cubría y, con cuidado, intentaba levantarse. Fue entonces cuando una voz familiar la sacó de su trance.—Los niños están bien —dijo, con un tono frío.Elizabeth se giró aterrorizada y se encontró con la mirada gélida de Dante, quien estaba parado a sus espaldas, mirándola impasible, sin mostrar ninguna expresión, sólo señalándola con esos ojos acusadores, que parecían afilados cuchillos.—Da—Dante,
Las horas pasaron lentamente. Elizabeth permanecía sentada en la sala de espera de las salas de cirugía, sin inmutarse, ni siquiera para ir al baño, aguardando alguna noticia sobre el estado de salud de Xavier. Sin embargo, nadie decía absolutamente nada.Dante, por su parte, seguía en la misma posición, recostado contra la pared y sin pronunciar palabra, compartiendo la misma inquietud que Elizabeth, aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio.La madrugada ya había llegado y la espera se tornaba insoportable. Elizabeth, encogida por el dolor de las heridas y el estrés, decidió levantarse de su asiento. Justo en ese instante, las puertas metálicas de la sala de operaciones se abrieron y una enfermera salió. Elizabeth se giró hacia ella sobresaltada.—¿Familiares del señor Marcell Corleone? —preguntó la mujer. Dante se apresuró hacia ella, adelantándose a Elizabeth.—Sí, soy yo. ¿Cómo está? —inquirió con ansiedad.La enfermera guardó un silencio momentáneo, sembrando el
Un rato después de que Elizabeth salió de la habitación, el fiel Dante llegó al cuarto de Xavier y, al verlo finalmente despierto, sonrió, algo que no hacía con frecuencia.—Señor, me alegra ver que ya está despierto.Xavier le devolvió la sonrisa, apenas curvando los labios.—Ya sabes cómo es, Dante, “hierba mala nunca muere”. ¿Cómo está Marcell?—Afortunadamente, está fuera de peligro, pero está muy preocupado por usted. Se siente culpable por lo sucedido.Xavier tosió un poco y se quejó.—¡Pendejo! —Espetó con sarcasmo— Después tendré tiempo para arreglármelas con él.En ese preciso momento, un médico entró en la habitación. Era un doctor que conocía a Xavier desde hacía años, el mismo que atendió su llamado de urgencia la última vez que Elizabeth lo necesitó. También había sido quien lo operó, y conocía a la perfección todas sus heridas.—¡Montiel! Me informaron que ya habías despertado, y quise venir a verte de inmediato. —el médico abrió los ojos ansioso.—Doctor Reggins, ¿qué
Elizabeth entró a la cocina y encontró a Denis junto a tres empleadas más, cada una ocupada en sus labores.—Buenos días.Las saludó, pero ninguna respondió. Solo Denis la miró con algo de enojo y arqueó las cejas.Sin inmutarse, Elizabeth fue hasta el refrigerador y comenzó a sacar lo necesario para preparar la sopa, colocando los ingredientes sobre el mesón. Se movía con lentitud; el yeso le restaba movilidad.Puso agua a hervir en la olla mientras las empleadas intercambiaban miradas, confundidas. Nunca antes una mujer ajena al servicio había entrado en esa cocina, mucho menos para cocinar. Sin embargo, ignoraron su presencia y continuaron con sus tareas.Elizabeth llevó las verduras a la tabla e intentó picarlas, pero hacerlo con una sola mano resultaba imposible. Aun así, no se rindió. Pero, al intentar atravesar una zanahoria, el cuchillo resbaló de sus manos y salió disparado, cayendo al suelo con un estruendo que alertó a las empleadas.—¡Carajo! —Elizabeth resopló asustada, p
Días más tarde.Xavier continuaba con su recuperación, y Elizabeth, fiel a su compromiso, lo visitaba todos los días para cuidarlo, mientras Dante se ocupaba de Marcell.—Dante, encárgate de la organización. Contrataré una enfermera para Marcell —ordenó Xavier, notando lo sobrecargado que estaba su hombre de confianza.—Pero, señor, ¿y quién cuidará de usted? Ya sabe que no confío en nadie.—Solo preocúpate por lo que te pedí.Elizabeth intervino sin dudar.—Dante, no tienes que preocuparte por el señor Xavier, yo me haré cargo de él por completo.Dante la miró con recelo.—¿Tú? —rezongó de inmediato.Xavier, con una sonrisa pretenciosa, fijó la mirada en ella. Aquella era la oportunidad perfecta para tenerla cerca… y hacerle la vida imposible. Todavía tenía que pagar por haber intentado huir.—Dante, quiero que Elizabeth permanezca conmigo. Tú encárgate de los negocios.—Como ordene, señor. —A regañadientes, Dante salió de la habitación, dejándolos a solas.Elizabeth le dedicó una so