Se ha ido

***

Abrí los ojos lentamente, la blancura de las paredes del hospital me rodeaba. Mi mente aún aturdida, recordé la escena que me dejó sin aliento: mi mejor amigo había sido asesinado. El dolor se apoderó de mí, y la noticia me golpeó tan fuerte que perdí el conocimiento. Ahora, en esa habitación fría, las sombras del dolor y la pérdida se aferraban a mí mientras intentaba comprender la cruel realidad que me esperaba fuera de esas paredes.

Con el peso de la tristeza sobre mis hombros, me encontré sentado en la fría camilla del hospital. Mis ojos, pesados y ardientes, reflejaban el agotamiento emocional. Mi garganta seca y adolorida recordaba los gritos desgarradores que habían escapado de mi boca. En ese instante, anhelaba no haber despertado, deseando que la pérdida de conciencia fuera eterna.

Aunque mi mente parecía un lienzo en blanco, la amarga realidad se deslizaba en mis pensamientos. Me puse de pie con determinación, deshaciéndome de los cables que se aferraban a mi cuerpo como
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