Regina Stravos El sonido del latido del corazón de mi bebé llenó la pequeña habitación, un eco que retumbaba en mis oídos como una melodía perfecta. No podía evitar sonreír mientras observaba la pantalla del ecógrafo. Mi hija, mi pequeña, estaba creciendo sana y fuerte dentro de mí. —Todo está perfectamente bien, señora —dijo el doctor con una sonrisa cálida—. Su bebé tiene un desarrollo excelente. Serán grandes padres. Asentí, sin poder contener las lágrimas de alivio que se acumulaban en mis ojos. Pero esas palabras del doctor me hicieron pensar. Todos aquí asumían que Lorenzo era el padre. Esa era la narrativa que les convenía creer, y Lorenzo no había hecho nada por desmentirlo. Pero no era él. Lorenzo no era el padre de mi hija. Por la tarde, cuando regresamos a la mansión lo seguí a su despacho, como siempre, con su semblante serio y una copa de vino en la mano. Decidí que ya no podía seguir guardando silencio. —Necesitamos hablar —dije con firmeza mientras cerraba la puer
No podía creer lo que acababa de escuchar. Me quedé ahí, de pie, con el corazón en un puño y la sangre hirviendo en mis venas. Mis manos temblaban, pero no era por miedo, era por la rabia que crecía dentro de mí como una tormenta. Cinco años. Cinco años de matrimonio, de lucha, de amor, de sacrificios... Y ahora, todo se venía abajo con una simple frase de su boca.—¿Qué dijiste? —pregunté, sintiendo cómo mi voz se quebraba.Ricardo me miró con esos ojos fríos que ahora me parecían los de un extraño. Ni una pizca de compasión, ni una sombra del hombre con el que me casé. Solo desprecio.—Firmé los papeles —dijo con esa tranquilidad que me hervía la sangre—. Estamos divorciados. Quiero que te vayas de la casa.Mis piernas casi flaquearon, pero me negué a mostrarme débil frente a él. Esta casa... esta vida... era nuestra, ¿cómo podía tirarlo todo a la basura como si no hubiera significado nada?—No puedes hacerme esto —susurré, casi rogando, aunque odiaba cada palabra que salía de mi bo
Debí regresar a la casa de mi madre, aunque era lo último que quería hacer. El camino hasta aquí había sido una pesadilla interminable, pero no tenía otra opción. Cada día que pasaba, la desesperación se apoderaba más de mí. Me siento rota, pero no he dejado de pelear, no puedo hacerlo... no por mí, sino por mis hijos. He pasado los últimos días buscando abogados, moviéndome de oficina en oficina, intentando encontrar a alguien que se atreva a enfrentarse a Ricardo Beltrán, el hombre con todo el poder y el apellido que causa miedo con solo mencionarlo. Pero una vez que les digo quién es mi exesposo, veo el miedo en sus ojos. Ninguno quiere involucrarse. Ninguno quiere enfrentarse al futuro gobernador. Y, para colmo, mi madre no deja de gritarme. —¡Eres una inútil! —me recrimina mientras da vueltas por la pequeña cocina—. ¡¿Cómo pudiste perder a Ricardo, Alexa?! ¡Nos ha dejado sin nada! ¡Mira cómo hemos terminado por tu culpa! Yo la escucho, pero apenas puedo procesar sus palabras
Elijan MorganHabía sido un día completamente agotador. Tuve una audiencia, pero finalmente logré ganar, como siempre. Desde que terminé la carrera, no había perdido un solo juicio. La verdad era que no me importaba una mierda si mis clientes eran culpables o inocentes; lo único que realmente me importaba era el resultado. Solo tenía dos reglas: no defendía a hombres que abusaran o maltrataran a niños, ni a aquellos que abusaran de mujeres. Si no hacían nada de eso, no me importaba si eran narcotraficantes o lo que fuera; los dejaría libres.Después de un día así, me dirigí al bar que quedaba cerca de mi despacho. Era mi refugio, un lugar donde podía relajarme y disfrutar de un trago bien servido. Aquí, el ambiente siempre estaba cargado de risas y conversaciones animadas, y el barman sabía exactamente cómo prepararme mi whisky favoritoEstaba sentado en la barra, sorbiendo mi bebida, cuando noté que una mujer se acercaba. Era de cabello ondulado, una mezcla entre rojo y café que caía
Estaba completamente furiosa. No podía creer la propuesta que me había hecho ese miserable; estaba loco si creía que aceptaría ser su amante por demasiado tiempo. Me levanté a primera hora y me dirigí al colegio de mis pequeños. Los veía entrar, y mi corazón se llenaba de amor. Eran tan hermosos. Mi pequeño Remo, con sus grandes ojos azules y su cabello oscuro, siempre me hacía sonreír. A su lado, la pequeña Rubí, con su cabello ondulado y sus ojos del mismo color que los míos, reflejaba la misma dulzura. Mis gemelos eran el amor de mi vida, y no podía imaginar un futuro sin ellos. Cuando entraron al colegio, se despidieron de su nana con un abrazo cálido y se marcharon. A penas ellos entraron, me acerqué a la mujer, pero los escoltas me detuvieron. —Señora Alexa, los niños no dejan de preguntar por usted —me informó uno de los hombres con una voz grave, pero llena de preocupación. Mis bebés. No podía permitir que Silvia los maltratara. —Por favor, dime que no les ha hecho da
Cuando me desperté, una niebla densa me envolvía, tanto en mi mente como en la habitación. Todo era blanco y frío, el aire impregnado con el fuerte olor a desinfectante. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mis pensamientos, pero nada parecía hacer sentido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí?Mis recuerdos estaban desordenados, como si alguien los hubiera sacudido. Solo fragmentos borrosos: el sonido de un coche acercándose, el miedo que me atravesó, y luego… nada. Me incorporé lentamente, el dolor en mi pecho incrementándose con cada movimiento. —Finalmente despiertas —la voz grave de Elijan rompió el silencio como un cuchillo cortante. Me giré para encontrarlo de pie en el umbral de la puerta, observándome con esa expresión que siempre parecía cruzar entre burla y control absoluto. —¿Qué pasó? —logré preguntar, mi garganta seca, aunque trataba de mantener la voz firme.—Cruzaste la calle sin mirar. Un coche casi te atropella —respondió él, con esa calma irritante que si
Al bajar del coche, sentí el frío del aire nocturno rozando mi piel. Frente a mí se alzaba el imponente edificio de Elijan, una torre de cristal que reflejaba las luces de la ciudad. No podía negar la opulencia del lugar; todo parecía tan inalcanzable, tan fuera de mi realidad. El chófer, sin decir una palabra, sacó mis maletas del maletero mientras yo permanecía inmóvil, mirando aquel monstruo de vidrio que iba a ser mi nueva prisión.—Por aquí, señorita —dijo el chófer, rompiendo el silencio mientras abría la puerta principal del edificio.Asentí sin decir nada, mis piernas parecían de plomo mientras caminaba hacia el ascensor. Las puertas se cerraron con un suave zumbido y el número del ático se iluminó, llevándome directamente a lo más alto. Mi corazón palpitaba con fuerza. Sabía lo que significaba esto, sabía a lo que me estaba condenando, pero no había vuelta atrás. Mis hijos estaban en juego.Las puertas del ascensor se abrieron directamente al amplio recibidor del departamento
Me desperté temprano, con el cuerpo adolorido por lo que había sido una noche intensa. Intenté moverme de la cama con cuidado, pero antes de que pudiera siquiera levantarme, sentí su mano firme agarrándome de la cintura.—¿A dónde mierda crees que vas? —su voz ronca me detuvo.—Iba por el desayuno... —murmuré, aún medio adormilada.—Primero yo quiero mi desayuno —dijo con esa arrogancia que me hacía estremecer.Elijan tiró de la sábana, dejándome completamente expuesta, y sin necesidad de más palabras, giré automáticamente, levantando mi trasero hacia él. Sentí su aliento caliente en mi cuello mientras me susurraba con una posesividad abrasadora.—Eres mía... —susurró, entrando en mí con fuerza una y otra vez, marcando cada embestida con esas palabras que se repetían en mi oído, grabándose en mi piel.No podía hacer otra cosa que aferrarme a las sábanas mientras su cuerpo me reclamaba de nuevo.El ritmo de sus movimientos era frenético, cada embestida más intensa que la anterior. Mis