Michael Foster Han sido dos años de pura pesadilla. Cada día que pasa, siento que me hundo más y más en un abismo del que no logro salir. He desmantelado varias redes de trata de personas, he hecho lo que debía para sobrevivir, pero la verdad es que no sé si quiero seguir haciéndolo. Cada vez que miro atrás, la sensación de que mi vida carece de sentido me consume. He perdido a tantas personas importantes para mí... y la más grande de todas sigue siendo ella: Regina. Elijan, por otro lado, ha sido el último lazo que me queda con la vida que alguna vez conocí. Después de todo lo que pasó, de la brutalidad de la mafia y de los traumas que arrastramos, me he convertido en un hombre distinto, roto por dentro. Pero aquí estoy, frente a Elijan en la clínica, con la esperanza de que algo de su antiguo yo aún esté ahí. Lo miré durante largos segundos, esperando que se despertara, y cuando finalmente lo hizo, mi corazón dio un vuelco. —Michael... —su voz salió débil, quebrada, pero su mi
Regina Stravos Mi mente iba a mil por hora. Elijan estaba vivo, y eso me llenaba de una mezcla de alivio y pavor. Sabía que ahora más que nunca estaba en grave peligro, y el peor de todos los peligros era Raegan. Si se enteraba de que Elijan seguía con vida, no dudaba en hacer lo que fuera para destruirlo. Y yo no podía permitirlo. —Tienes que ayudar a Elijan —le dije a Lorenzo, mi voz temblaba con la angustia que sentía en mi pecho—. Ahora que está vivo, está aún más en peligro… Si Raegan se entera… Lorenzo se acercó, y aunque mi cuerpo sentía la presión de todo lo que ocurría, su cercanía me daba algo de consuelo. Me miró fijamente con esos ojos que siempre mostraban un interés casi posesivo hacia mí. —Calma, principessa —dijo en tono suave, pero firme, usando su italiano con esa cadencia que siempre me hacía sentir una mezcla de tranquilidad y tensión al mismo tiempo—. Ya mis hombres se están ocupando. El gesto de tranquilidad en su voz parecía tranquilizarme, pero mi cor
Regina Stravos Pasó más de una semana hasta que finalmente Lorenzo cumplió su promesa y me llevó a ver a Elijan. Dejamos a Esme con la nana en la mansión, aunque me costó despedirme de mi pequeña. Su mirada curiosa y sus preguntas inocentes sobre adónde iríamos me dejaron una sensación extraña en el pecho. Pero este era un momento que había esperado por demasiado tiempo. El trayecto hacia la clínica fue silencioso. Lorenzo, como siempre, conducía con una seguridad imponente, pero yo no podía dejar de sentir cómo las manos me temblaban. Mi mente estaba llena de recuerdos, de todas las peleas y diferencias que había tenido con mi hermano. Pero también, de todo lo que habíamos perdido. Cuando llegamos, mis pasos eran inseguros. Lorenzo me ofreció su brazo, pero apenas fui consciente de ello. Mi atención estaba fija en la puerta al final del pasillo. Cuando la empujé y lo vi, despierto, respirando... sentí que mi corazón se detenía por un segundo, solo para empezar a latir con fuerz
Me dirigí rápidamente a Lorenzo, quien estaba sentado en el suelo, intentando recuperar el aliento. El sonido de su respiración entrecortada me preocupó aún más, pero, gracias a Dios, noté que llevaba puesto el chaleco antibalas. Con manos temblorosas, me acerqué y le desabotoné la camisa con rapidez. —¿Estás bien, mi amor? —pregunté, mi voz cargada de miedo, mientras lo observaba de cerca. Su rostro, aunque pálido, parecía aliviado por el chaleco. —Sí... y sígueme diciendo así... —respondió, con una sonrisa cansada, intentando bromear, pero no podía ocultar la fatiga que reflejaba en sus ojos. Lorenzo, aún un poco seductor en su tono, hizo una broma, pero yo no estaba en humor para reír. Estaba demasiado preocupada. —Lorenzo, necesito encontrar a Elijan. No puedo quedarme tranquila sabiendo que está aquí.... —dije, mi mente llena de la imagen de Elijan en peligro. Él me miró con firmeza, su voz se volvió más grave, casi imponente. —Regina, escúchame bien. Tú vete a casa,
Michael Foster. Aún no puedo creer que se llevaron a Elijan. Estoy completamente enojado, mi mejor amigo está en peligro. No puedo quedarme tranquilo sabiendo que está en manos de esos malditos. En este momento me encuentro llegando a mi casa, después de haber recorrido toda la ciudad buscando alguna pista. Cada minuto me parecía una eternidad, y aún no podía creer que Lorenzo, ese miserable, tuviera a Elijan bajo su control. No puedo permitir que se salga con la suya, así que estoy planeando entrar a su mansión, cueste lo que cueste. Pero al regresar a mi casa, lo que encontré me hizo detenerme en seco. Al abrir la puerta, los gritos y el caos eran palpables. Mis escoltas estaban muertos, la casa estaba desordenada. Cada paso que daba era más pesado que el anterior. Saqué mi arma, la empuñé con fuerza mientras mis ojos escaneaban la habitación. Cinco hombres enmascarados, con rifles y pistolas, estaban en el salón. Y ahí, en el centro de todo, estaban mis hermanas. Estaban am
Regina Llegué a la mansión, con Julia en mis brazos, que no dejaba de suplicar, su voz llena de angustia mientras intentaba zafarse de mi abrazo. La escena era como una mezcla de confusión y desesperación. Cada vez que me miraba, podía ver el miedo en sus ojos, el temor de lo que estaba por venir. —Suéltame, Regina —rogaba, su tono quebrado, como si supiera que lo que pasaba era inevitable y no quería enfrentarlo. La miré, viendo cómo luchaba por liberarse, y aunque una parte de mí sentía un dolor inexplicable por tener que hacer esto, otra parte sabía que no había vuelta atrás. —Tranquila, no te haré daño por ahora. —le respondí, intentando mantener la calma, pero mi voz temblaba ligeramente. Lorenzo me observaba en silencio, con una expresión que reflejaba orgullo, como si todo esto fuera parte de un plan que él había previsto. Pero su mirada también tenía algo de frialdad, algo que me incomodaba profundamente. Sabía que, a pesar de su aparente calma, él también estaba tratand
Regina Estaba completamente enojada por la imposición de Lorenzo. No podía casarme con él. Me encontraba jugando con Esme, la pequeña rubia, que no dejaba de reír fuerte. Sin embargo, en ese momento llegó Elijan, mi hermano. —¿Quién eres tú? —preguntó Esme, mirándolo con curiosidad. —Yo soy tu tío, Elijan —dijo él, con una sonrisa cálida en el rostro—. Y te quiero mucho, mucho. Esme lo observó por un momento, como si intentara comprender lo que él había dicho. Luego, con una expresión tímida, le sonrió. —Tío Elijan... —dijo ella, repitiendo sus palabras en un susurro, como si se estuviera acostumbrando a la idea. Elijan, viendo que la niña había comenzado a aceptar la relación, se agachó un poco para estar a su altura. —Sí, soy tu tío, y siempre te voy a cuidar, ¿vale? —le dijo con ternura. Esme asintió, sus ojos brillando con una inocencia que me hizo sonreír, aunque la situación seguía siendo difícil. Miré a Elijan, sabiendo que lo que pasara entre nosotros podría ca
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras miraba a Esme. Ella estaba allí, en mi regazo, con su cabecita apoyada sobre mi hombro, respirando pesadamente. Su fiebre no cedía, y cada vez que la tocaba, su cuerpo ardía. No podía permitir que siguiera así, pero el temor de no saber si Lorenzo me dejaría hacer lo que fuera necesario me carcomía. —Lorenzo, por favor, tienes que llevarla al doctor —le pedí con voz quebrada, sin poder ocultar la preocupación que me carcomía por dentro. La fiebre de Esme no parecía bajar, y yo no podía quedarme de brazos cruzados. Lorenzo, que hasta ahora siempre había estado tan tranquilo, me miró con esa mirada que me aterraba. Sabía que me estaba evaluando, calculando si debía ceder o si lo que yo pedía era una amenaza para su control. Finalmente, suspiró, como si le costara aceptar que algo fuera más importante que su orgullo. —No puedes sacarla de la casa, Regina. Sabes que no puedo permitirlo —respondió, su tono firme y autoritario. Parecía q