Regina Stravos Lorenzo me subió a la camioneta sin siquiera darme tiempo de protestar. En cuestión de minutos estábamos en movimiento, y antes de darme cuenta, llegamos a un pequeño aeródromo. Un avión privado nos esperaba. Todo era tan rápido, tan irreal, que apenas podía procesar lo que estaba pasando. —¿A dónde demonios me llevas? —le pregunté con un tono helado mientras subíamos las escaleras del avión. —A un lugar donde estarás a salvo, principessa —respondió sin mirarme, con esa arrogancia que parecía formar parte de su esencia. Durante el vuelo, sus hombres no dejaron de ser amables conmigo. Me ofrecieron comida y bebida con una cortesía que me descolocaba. Uno de ellos, un joven de cabello oscuro y mirada cálida, me sonrió al acercarme un vaso de agua. —Señora, ¿desea algo más? Lo miré confundida, casi indignada. —No soy ninguna señora —repliqué, cruzándome de brazos. El joven pareció dudar por un momento antes de responder: —Son órdenes del señor Bianchi.
Cuando llegamos a la mansión Bianchi, no pude evitar quedarme sin aliento por un momento. Era enorme, mucho más de lo que había imaginado, con una arquitectura imponente que parecía sacada de una película. La fachada de mármol blanco resplandecía bajo la luz del sol, y los jardines perfectamente cuidados daban una sensación de lujo que casi me resultaba irreal. Un grupo de sirvientes y escoltas deambulaba por el lugar, todos atentos a sus tareas, moviéndose con una precisión casi militar. Los coches aparcados frente a la mansión eran de alta gama, y no podía dejar de notar las cámaras de seguridad en cada rincón. Este lugar, sin duda, estaba hecho para alguien con mucho poder. Alguien como Lorenzo Bianchi. Lorenzo, al verme callada y observando todo, no pudo evitar sonreír. —Bienvenida a mi casa —dijo con tono suave, como si fuera una invitación a un mundo del que no quería que escapara. Antes de que pudiera contestar, una sirvienta se acercó a nosotros. Era una mujer de rostr
Han pasado dos meses desde que llegué a la mansión Bianchi, y mi vida ha cambiado de formas que nunca imaginé. Ahora estoy de cinco meses, y mi embarazo avanza rápidamente. Mi vientre crece más cada día, y es un consuelo sentir los movimientos de mi bebé, recordándome que no estoy sola. Durante la última ecografía, confirmaron que será una niña. No puedo describir la emoción que sentí al escuchar esas palabras, aunque todavía no sé cómo llamarla. Estoy considerando nombres, pero quiero que sea especial, algo que represente esperanza y fortaleza. Vivir en esta mansión me ha permitido aprender mucho sobre los Bianchi. Es una familia fascinante y complicada. Pietro, el mayor, debería ser el heredero natural de la mafia italiana, pero algo ocurrió en el pasado, algo que todos evitan mencionar. Sea lo que sea, fue lo suficientemente grave como para que Lorenzo tomara su lugar como líder. Francia, la única mujer de la familia, se distanció de todo. Está casada con un mexicano y vive con
Lorenzo Bianchi Desde que Regina llegó, la mansión Bianchi se transformó. Su sola presencia parecía iluminar cada rincón, como si trajera consigo una calidez que este lugar nunca había conocido. Su belleza era innegable, pero más allá de eso, era su dulzura y su fortaleza lo que me fascinaba. Era una mujer como pocas, alguien que, pese a todo lo que había sufrido, aún podía sonreír y hacer que todo a su alrededor pareciera menos sombrío. Michael Foster fue un imbécil al perderla, y no pienso cometer el mismo error. Ahora están lejos, él y cualquier amenaza que la rodeaba, y así seguirá siendo mientras yo esté aquí. —¡Eres un necio, Lorenzo! —gruñó mi padre, Vittorio, golpeando con su bastón el suelo de su despacho. Estaba sentado frente a él, tratando de mantener la calma mientras escuchaba su sermón. Sabía que nuestra conversación no terminaría bien, como siempre que hablábamos de Francia. —Dejaste que tu hermana se casara con un mediocre, un hombre que no tiene nada que o
Regina Stravos El sonido del latido del corazón de mi bebé llenó la pequeña habitación, un eco que retumbaba en mis oídos como una melodía perfecta. No podía evitar sonreír mientras observaba la pantalla del ecógrafo. Mi hija, mi pequeña, estaba creciendo sana y fuerte dentro de mí. —Todo está perfectamente bien, señora —dijo el doctor con una sonrisa cálida—. Su bebé tiene un desarrollo excelente. Serán grandes padres. Asentí, sin poder contener las lágrimas de alivio que se acumulaban en mis ojos. Pero esas palabras del doctor me hicieron pensar. Todos aquí asumían que Lorenzo era el padre. Esa era la narrativa que les convenía creer, y Lorenzo no había hecho nada por desmentirlo. Pero no era él. Lorenzo no era el padre de mi hija. Por la tarde, cuando regresamos a la mansión lo seguí a su despacho, como siempre, con su semblante serio y una copa de vino en la mano. Decidí que ya no podía seguir guardando silencio. —Necesitamos hablar —dije con firmeza mientras cerraba la puer
Regina Stravos Aún no puedo creer lo que pasó. Lorenzo me robó un beso. ¡Está completamente demente! No negaré que es atractivo, demasiado para su propio bien, pero yo no puedo tener una relación con nadie ahora. Estoy hecha un desastre. Acabo de salir de lo que sea que tenía con Michael, seguimos casados —aunque eso no signifique nada para él ni para mí—, estoy embarazada y, como si eso fuera poco, mi mundo se desmoronó por completo al descubrir que a quien creía mi padre no lo es. Y él... ese hombre, Luca Stravos, quiere matarme. El beso de Lorenzo aún me quema en los labios, pero no es lo que debería preocuparme. Lo que realmente me aterra es que Lorenzo esté tan decidido a involucrarse en mi vida. Eso no puede pasar, no quiero que nadie más tenga poder sobre mí o sobre mi hija. Decidí que lo mejor sería irme. No podía seguir en esta mansión llena de cámaras y guardaespaldas, bajo el control de alguien como Lorenzo. Empaqué mis pocas cosas en una maleta, intentando no hac
Los meses pasaron con una velocidad que me dejó sin aliento. El embarazo avanzaba sin complicaciones, pero las tensiones en la mansión Bianchi eran cada vez más palpables. Vittorio, el padre de Lorenzo, estaba muy enfermo, y era evidente que su tiempo se agotaba. En este mundo de reglas estrictas y tradiciones inquebrantables, su muerte significaría que Lorenzo asumiría el liderazgo absoluto de la mafia italiana.Era horrible, pero así funcionaban las cosas. No había lugar para cuestionamientos ni para sentimientos en este mundo. Lorenzo sería el nuevo "capo di tutti capi", y con ello vendrían aún más responsabilidades y sacrificios.La mafia italiana era increíblemente conservadora, con normas que parecían sacadas de otra época. Una de ellas, tal vez la más opresiva, era la obligación de Lorenzo de casarse con alguien de una familia mafiosa poderosa. Ese matrimonio no sería por amor; sería un contrato, una alianza estratégica que fortalecería su posición.Además, estaba la regla sobr
Cuando llegamos a la clínica, me llevaron directamente al quirófano. El corazón me latía con fuerza al reconocer al doctor: era el mismo que atendía a Elijan. Saber que mi hermano estaba en este lugar me dio algo de tranquilidad. Estaba claro que esta clínica era un sitio seguro, un lugar donde Lorenzo tenía comprados a todos para garantizar que nada saliera mal. Mientras me preparaban, Lorenzo entró conmigo. Su presencia, como siempre, era imponente, pero había algo diferente en él esta vez. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de preocupación y determinación. Verlo a mi lado me hizo sentir menos sola, aunque no podía evitar que las lágrimas corrieran por mi rostro. No era así como había imaginado este momento. Siempre soñé que estaría junto al padre de mi bebé, que Michael sostendría mi mano mientras traíamos al mundo a nuestra hija. Pero ahora todo era tan diferente, tan complicado. El dolor comenzó a intensificarse, y la voz del doctor me trajo de vuelta a la realidad. —¡Vamo