El llanto de un niño sonaba por todo el lugar, mientras su madre lo apretaba contra su pecho y mantenía la mandíbula tensionada, sin quitarle la mirada de encima al rey.
—¡No puedes hacer esto! ¡No le puedes hacer esto a tu nieto! —gritó finalmente la mujer, ganándose una mirada fría y penetrante del rey.
—Anabel, tu esposo… ¡Mi hijo! Ha atentado contra mi vida y ¡eso es algo que no voy a permitir! —respondió tajante —. Héctor ha sido condenado a decapitación pública, por traición, su título de “príncipe” le ha sido retirado y tú… —se acercó a la mujer y a su nieto —, después de la decapitación dejarás de vivir y pertenecer al palacio, pero a Henry lo dejarás acá, pues no pienso permitir que mi nieto tenga un corazón corrompido como el de sus padres, porque no creas que no sé, que tú incentivaste a mi hijo a traicionarme.
—¡Entonces mátame a mí también! —lo retó la mujer, pero el rey negó.
—Tu castigo será perderlo todo… Todo el lujo con el que siempre soñaste, se quedará solo en eso, sueños…
Unos golpes en la puerta del despacho real, llamaron la atención de los presentes, el rey apenas hizo un sonido afirmativo y la puerta no demoró en abrirse y dejar ver al sirviente principal del rey.
—Su Alteza… Ya está acá la señora Leonor y el niño —anunció el joven sirviente.
—Hazlos pasar de inmediato y llama a Oliver —demandó el Rey Ruppert, mientras era escudriñado por Anabel.
—¿Para qué haces venir a tu hijo bastardo y qué hacen su esposa e hijo acá? —lo juzgó y si la mirada del rey matara, ella ya estaría tres metros bajo tierra.
—No le hables así a tu futura reina —respondió el rey y se regocijó al ver la cara de Anabel al escuchar sus palabras.
—¡No puedes volver rey a tu bastardo! —gritó fuera de sí y de una forma amenazante se aproximó al rey, que este, la abofeteó.
—No te olvides con quién estás hablando… ¡Soy tu rey! —le recordó el rey.
En ese momento aparecieron en la puerta una mujer con un niño de la misma edad de Henry y a Anabel le carcomió la rabia, pues la mujer que entró, venía con ropas finas, perfectamente arreglada, era malditamente hermosa y su hijo se veía como si fuera el más noble de todos.
—Bienvenidos a su nuevo hogar —les dijo el rey, mientras jaló a Leonor de la mano y depositó un beso en el dorso de esta —. A partir de hoy, serás la ama y señora de este castillo —le dijo con calma a la mujer, quien se había robado el corazón de su hijo y ahora, era la única alternativa que el reino tenía, para tener herederos.
—¡Eres una m*****a zorra! —le gritó Anabel y Leonor se asustó, pero el rey se interpuso entre las dos y agarró a la mujer furiosa de la mano, para jalarla a la salida.
—¡Te largas ya mismo! —expresó furioso el rey y las puertas se abrieron dejando entrar a dos soldados de la guardia real, quienes la agarraron y empezaron a sacar a la fuerza del despacho.
Henry no paraba de llorar, sin entender bien lo que sucedía, pero no era el único confundido con todo, pues Frederick, el otro niño en el lugar, miraba a todos sin comprender y sin soltar la mano de su madre, que era su único apoyo en ese momento.
—Henry se queda acá —determinó el rey y se lo arrebató del lado a su madre —. No te llevarás a mi nieto de este castillo, porque la condena de sus padres no lo alcanzará.
El niño gritó y lloró. No era tan pequeño, pero todo lo que sucedió era demasiado para un pequeño de nueve años, que se quedó sin padres de la peor forma; su padre, condenado a muerte y su madre, exiliada del reino.
Oliver llegó al despacho y tragó saliva al ver la escena con la que se encontró. Por más que fuera hijo del rey, no estaba acostumbrado a nada de la realeza, pues, para nadie era un secreto que su madre había sido una de las concubinas del rey Ruppert y, aunque este lo reconoció como su hijo, ser un bastardo lo mantuvo alejando del castillo toda su vida, hasta ahora, que el príncipe no podría ser el futuro rey.
—¿Para qué nos mandaste llamar? —le preguntó Oliver a su padre, mientras caminó hacia su familia y abrazó a Leonor por su cintura, atrayéndola a él y a su hijo lo agarró de la mano que tenía libre.
—Tú serás el futuro rey, tu esposa será la reina y por ese motivo, a partir de este momento, empieza tu entrenamiento real —les informó el rey y la pareja se miró a los ojos, sin comprender lo que pasaba por la cabeza del rey.
—Pe-pe-pero… ahí está Henry, tu nieto legítimo —refutó Oliver, quien mantenía su corazón latiendo apresurado en su pecho —. Yo no sé cómo ser un rey.
En un abrir y cerrar de ojos, la vida de todos cambió.
El rey Ruppert crio a su hijo Héctor, como el futuro rey, pero por su mente jamás pasó que este fuera capaz de atentar contra su vida, tomándola con su propia mano, cosa que habría logrado de no ser porque uno de los guardias lo vio entrar de forma sospechosa en la habitación del rey y cuando fue a ver lo que sucedía, lo encontró con un puñal listo para cortar el cuello del monarca; su hijo Oliver, producto de sus amoríos con una de sus concubinas, había tenido una relación distante, pues al no ser noble, ni plebeyo el rechazo vino de lado y lado de la sociedad, pero esta era su oportunidad de tener una relación de padre e hijo y poder disfrutar a su nieto.
—Henry será príncipe del reino, pero con un padre traidor, su oportunidad de llegar a ser rey, han quedado reducidas a cero. No puedo tener al hijo de un traidor, como heredero del trono —aclaró el rey Ruppert y nadie fue capaz de refutarle nada.
—Supongo que, no podemos negarnos —dijo Oliver con frustración, pues su vida tranquila había llegado a su final.
—Así es.
—Como desee, Su Majestad —contestó con un poco de ironía e hizo una venia ante su padre.
(…)
Héctor fue decapitado en la plaza principal, frente a la mirada de todos, incluidos su esposa Anabel y su hijo Henry, a quien nunca se le olvidaría ese momento y el rostro inmutable de su abuelo, ni el del hijo aparecido de este. Henry no se pudo acercar a su madre, pero la pudo ver en una esquina y después se la llevaron, por lo que, no les dieron ni la oportunidad de despedirse.
En la mente del rey hacer las cosas así era lo mejor que podía pasar para mantener al niño alejado de la mala madre que su Héctor había escogido como esposa, pues antes de casarse con Anabel, él había sido un buen hijo y era el mejor prospecto para futuro rey, pero una vez se desposó a ella, su actitud cambió y la ambición de poder se empezó a hacer más notoria. Le dolía profundamente el final que tuvo su hijo, pero como monarca, no podía dejarse ver débil, pues la debilidad no manda, ni lleva las riendas de todo un reino, en especial, cuando este está en batalla constante con los reinos vecinos, pues unas tierras sin amo y muy prósperas, eran mejores que un cofre lleno de oro, para un reino.
El viento soplaba con fuerza sobre el bello rostro de la joven que cabalgaba por el campo abierto, propiedad de sus padres. Si sus padres la vieran usando el vestido que le dieron en la mañana, estaría en grandes problemas, pues no debía estarlo usando todavía, pero la tentación le ganó, además de que se quería ver hermosa en ese momento. Selene espoleó su caballo y avanzó por el terreno hasta llegar a una de las zonas rocosas que solía visitar cada semana. Cada vez que él venía a verla.—¡¿Henry?! —medio gritó, medio preguntó y no dejó de mirar ansiosa, en busca del hombre.Selene se bajó del lomo del caballo y caminó hasta llegar bajo la sombra de un frondoso árbol, donde ató su montura a una de las ramas y se sentó sobre una redonda roca, asegurándose de no arruinar su vestido.—¡Henry! —llamó nuevamente al pasar unos minutos y no obtener ninguna respuesta por parte del hombre.Selene suspiró y esperó unos pocos minutos más, estaba impacientándose y preocupándose en igual medida.—
Selene abrió los ojos como dos grandes luceros. Ella no lograba entender nada de lo que sucedía, pero lo cierto era, que sus padres se dirigían a un hombre diferente a Henry… Su Henry. Alguien tosió, llamando la atención de todos. Fue Henry que al escuchar esas palabras se atoró brevemente, pero logró recuperarse y, al menos, nadie sospechó lo mal que le había caído la noticia. Por su mente pasaron muchas cosas, entre esas, que, si no hubiese dejado de ser el heredero al trono, sería Selene la que anunciaran como su futura esposa, en vez de la de su primo y a esa conclusión llegó, porque la tradición mandaba que, cuando naciera la mujer destinada a ser reina, ese pacto se hacía entre los padres del futuro rey y los de la niña, lo que significaba que, cuando él tenía seis años, Selene había podido ser seleccionada como su futura esposa, pero todo había cambiado. ¿Podía ser cierto eso o Selene había sido seleccionada para su primo?, esa pregunta le robó la paz por un momento, pero sa
—¡Es imposible! —gritó la reina ante las palabras de su hijo.—Mira por ti misma y me dirás lo imposible que es, te lo he dicho mamá, no todo lo que brilla es oro, mientras tú la consideras una buena candidata para ocupar tu lugar como reina consorte, para mí no es más que una ramera.—¡Frederick! —exclamó asombrada con la forma en la que su hijo se refería a la jovencita en la mitad de la pista de baile. —No sé lo que haremos, pero no me pienso quedar sin saber la verdad —advirtió y su madre se limitó a asentir, mientras daba una sonrisa incómoda hacia los invitados, quienes miraban con curiosidad toda la escena. La Reina Madre se aclaró la garganta y se acercó con gracia hacia uno de los sirvientes del castillo, le susurró algo al oído y con agilidad volvió a su puesto, junto a su molesto hijo, que no dejaba de mirar con el ceño fruncido a su primo Henry, quien parecía disfrutar un poco del malestar en el rostro de Frederick. En efecto, Henry no solo se había puesto en una zona v
«Debes ser el único esposo que Selene debe tener» Aquellas palabras echaron raíces en el corazón y la mente de Henry, y su deseo de hacer que Selene fuera suya, fue más grande que cualquier otro anhelo, pero para conseguirla a ella, primero debía recuperar su reinado. La corona le pertenecía por derecho, de la misma manera que lo hacía Selene Russell. Henry miró a su madre y una sonrisa extraña se marcó en su rostro, mientras por su mente pasaron varias alternativas de lo que podía hacer, para que el compromiso de su primo y Selene durara menos de lo que duró el anuncio. Lo primero que tenía que hacer, era conocer el acuerdo al que había llegado la familia real y la familia Russell, eso sería el principio de todo. —Mamá. —Escucha muy bien, Henry, no puedes permitir que ellos sigan cometiendo atropellos en tu contra, tú mi precioso niño, deberías ser quien estuviera sentado en el trono y no el nieto de una ramera. ¡Una simple concubina! —gritó con enojo. Henry también lo pensaba, n
Selene esperó a que su mamá saliera de la habitación y se dejó caer al suelo, pues nunca pasó por su cabeza, que un regalo inocente, como el que le había hecho a Henry, ahora fuera algo que la pudiera meter en más problemas de los que ya tenía. No solo a ella, sino también a Henry, si el rey o la reina llegaban a descubrir quién tenía el otro broche estaría completamente perdida y condenaría a Henry ante los ojos de su Majestad.Selene se cubrió el rostro con las manos, no tenía idea del castigo al que podrían ser condenados por su imprudencia. No tenía otra opción que tratar de recuperar la pieza y disculparse con Henry.Aquella verdad no hizo más que aumentar su malestar, las lágrimas se desbordaron por sus mejillas y no hizo ningún esfuerzo por detenerlas cuando volvieron a salir de sus ojos, pues ya no tenía salida alguna. Selene soñaba con que algún día las mujeres como ella, no tuvieran que verse sometidas a matrimonios obligados y acordados a su espalda, sino que tuvieran la voz
«¡La reina está herida!»Fredrick no bajó del carruaje, saltó desde donde estaba y corrió para comprobar lo que su hombre acababa de gritar. Su corazón martillaba fuerte contra su pecho, tenía miedo, pero también un profundo enojo. Una ira que amenazaba con convertirse en un ciclón dispuesto a arrasar con todo a su paso.Entre tanto, Selene se bajó con la ayuda de una doncella, por un momento tuvo el deseo de echarse a correr en dirección opuesta al carruaje de la reina y escapar, dejar todo atrás y empezar de nuevo en un pueblo lejano, donde nadie supiera quién era ella o su relación con la Casa Real, sin embargo, su noble o más bien su tonto corazón la guio al carruaje, mientras el médico y la enfermera corrían para socorrer a la reina, pues ellos venían en el carruaje prestado por los Russell, unos metros detrás del suyo.Selene contuvo la respiración al ver a la poderosa reina, herida y manchada de sangre, sus ojos estaban cerrados, Frederick la cargaba entre sus brazos y por un m
El rey alcanzó a agarrar a su prometida, antes de que esta se diera un duro golpe al caer al suelo.—Niña tonta, no tenías que descuidarte, ¿ahora quién cuidará de ti? —murmuró olvidándose de las doncellas en la habitación.—Llamaré a uno de los guardias para que lleve a Lady Selene a su habitación —se atrevió a decir una de ellas, ganándose una mirada sería por parte del Rey. —No es necesario, me haré cargo de Lady Selene —dijo—. Llama al médico y tú, trae un poco de sopa caliente —ordenó.Las doncellas corrieron a cumplir las órdenes del Rey, mientras Frederick caminaba con Selene entre sus brazos. Se sentía raro de tenerla así, pero prefería ser él quien la llevara y no otro hombre. No estaba bien, que otro hombre pusiera las manos sobre la mujer que sería su esposa. La joven era tan liviana como una pluma, él se atrevería a decir, que pesaban más sus ropas, que su carne. Algo que no tenía sentido, el Barón Russell no estaba en la ruina, ¿por qué razón no alimentaba bien a la
Henry apretó los puños con fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos por la fuerza ejercida.—No tienes ningún derecho…—Te equivocas, Henry, entre tú y yo, el único que no tiene derecho a verla de ninguna manera eres tú. Selene Russell es mi prometida —le recordó Frederick con regocijo.El rey no podía olvidar el broche que había visto colgando en el pecho de Henry el día del baile, pues el significado de aquella pieza única solo podía manifestar el grado de intimidad o confianza que había entre los dos.Frederick respiró con discreción, trató de que el enojo no se adueñara de su corazón y exigiera a Henry una explicación, pues temía que no le fuera sincero. El rey no se engañaba con respecto a su primo, siempre había vivido con el temor de que no fuera distinto de su tío y se atreviera a atentar contra su vida.—Yo la conocí antes —refutó con rabia.—Ya era mi prometida, no hay manera de que puedas ganar o tenerla, Henry. Por tu bien y el bien de todos, mantente lejos de el