294. SANTIAGO

—¡No, no señor Sardino, nada de eso! Yo realmente al otro día cuando me desperté con ella y mis brazos, estaba muy feliz de saber que había sido el único hombre en la vida de Isabella, e iba a pedirle que dejara a su esposo para que se casara conmigo, pagaría todo lo que tuviera que pagar para lograrlo. Y fue entonces que vi que estaba toda golpeada, tenía los ojos amoratados y los labios muy inflamados. También poseía unas grandes marcas azules en sus mejillas, y su cabeza tenía grandes chichones en la parte de atrás. Me enfurecí mucho y quise salir a matar a Luis, comprendí entonces porque ella había hecho aquello de irse al bar sola. Bajé a la tienda y le compré un juego de pantalones como el que ella acostumbraba a usar, con zapatos y unas gafas para que escondiera los golpes. Luego fui en busca de mi auto para llevarla a la casa de sus abuelos, y al cruzar la calle vi como iban a arrollar a un pequeño, corrí a salvarlo y fue cuando me chocó el auto que por poco me mata.
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