208. AGARRADOS

Grita Eva aterrada, al ver a los secuaces que ella conoce muy bien, no son los que acostumbra a traer por el día y que todo el mundo conoce. Son aquellos que aparecen nada más cuando él personalmente los llama, y que nadie quiere ver ni encontrarse en sus manos.

—Yo había venido hoy a conversar civilizadamente contigo —comienza hablar fríamente—, ¿y que me encuentro? Tú, con tu amante gastando todo el dinero que te dejé para que comieras y pagarás todas las cuentas en un casino

—¡No es así Santiago, solo tomé unas copas y me encontré con Oswaldo allí! No pasa nada de lo que insinúas —dijo haciéndose la ofendida.

—Eva, que yo dejara pasarlo no me hace un estúpido ni un tonto, sabes muy bien que nunca estuve enamorado de ti. Ahora bien, ustedes dos me han ahorrado un gran trabajo. ¿Quiero que me expliquen, cómo es posible que todas las propiedades de los pequeños mercados, casas que me diera mi papá, que están a nombre de Isabella, mío y algunos hasta en el de mi padre, estén
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