Las cuevas

—¿Qué hacemos? —pregunté alarmada. No puedo creer que Simón me haya seguido. Él no puede descubrirnos aquí; no quiero imaginar lo que ese imbécil sería capaz de hacer.

—No te preocupes, Paloma, ahora debemos huir. Los distraeré. —afirmó, con decisión.

—Yo lo haré. Te buscan a ti —le dije, intentando mantener la calma.

—No te dejaré en manos de Simón. Ya me imagino de lo que es capaz ese infeliz —espeto, con firmeza.

—¡Maldito alacrán! —la voz de Simón se escuchaba cada vez más cercana.

—Regina, corre hacia el monte, allí encontrarás un caballo. Cabalga y vete. No tienes idea cuánto te amo, mi amor —ordenó, su voz llena de urgencia y afecto.

—Yo más —respondí, tratando de controlar mis emociones.

El parque en el que nos encontramos está muy cerca del monte que conecta con las haciendas del campo. No entiendo por qué nos reunimos en un lugar tan lejano; la ciudad está a varios kilómetros. Pero a mi amado cóndor le fascina escabullirse en la oscuridad y en el monte.

El Alacrán corrió hac
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