Esa frase, dicha con tanta naturalidad, hizo que Herseis sintiera que el mundo a su alrededor se desmoronaba. Era como si todo lo que había construido, todo lo que alguna vez había creído sobre el amor, la lealtad y la familia, se desvaneciera frente a sus ojos. El dolor emocional era tan intenso que apenas podía respirar. Sus manos temblaban mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. ¿Cómo era posible que alguien pudiera sugerir tal cosa, y con tanta indiferencia? No solo había perdido a su esposo, sino que ahora le estaban diciendo que lo adecuado era simplemente desaparecer de su vida, ser reemplazada, como si su existencia no tuviera valor.El llanto se apoderó de ella por completo. Se sentía humillada, destrozada, como si todo su ser se desmoronara. Había soportado tantas cosas en su vida, pero esto… esto era demasiado. Nunca había imaginado que la traición de Edán sería respaldada por su propia familia. Los sollozos de Herseis llenaron la sala, su cuerpo temblando m
Herseis comenzó a caminar hacia la puerta, con sus pasos pesados, pero decididos. La cabeza le daba vueltas, el mundo se desdibujaba a su alrededor. Sentía que se ahogaba en la oscuridad de sus pensamientos, en el vacío que ahora ocupaba el lugar de sus esperanzas y sueños. No había nada para ella allí. No había amor, no había respeto, no había futuro. Todo lo que alguna vez había querido se había evaporado, dejándola con una sensación de pérdida tan profunda que apenas podía pensar con claridad.Edán la siguió hasta la puerta y en un intento patético por detenerla, extendió la mano hacia ella. Sintió su toque en el brazo, suave, casi arrepentido. Pero era demasiado tarde para arrepentimientos. La furia y la desesperación que sentía dentro de sí eran más grandes que cualquier gesto que él pudiera hacer en ese momento. Con un movimiento brusco, sacudió su brazo con una fuerza que ni siquiera sabía que poseía, liberándose de su agarre.—No me toques —escupió Herseis con una mezcla de as
Herseis apenas podía mantener su mirada en él, en ese joven hombre que la había salvado no solo una vez, sino dos. Primero de la lluvia y ahora de una muerte segura. Su cuerpo temblaba, y la vergüenza la invadía. No solo por haber sido sorprendida al borde del colapso, sino también por la impotencia de sentirse tan vulnerable frente a alguien que, hasta hace poco, solo era su jefe. La voz de Helios era suave, su presencia reconfortante de una manera que ella no entendía del todo.—Mi joven señor —dijo ella, casi susurrando, con un temblor evidente en su voz—. Me disculpo por todo. Yo no me siento bien.Helios, con su usual calma y seriedad, la miró a los ojos. Sus ojos parecían analizar cada detalle, cada gesto, como si pudiera ver más allá de su cansancio y dolor.—Lo sé —respondió él con simpleza.Esas dos palabras fueron más que suficientes para Herseis. En ellas, había una comprensión que no requería más explicaciones. Él lo sabía. Sabía que algo en ella estaba roto, aunque no con
Helios la observó por un momento. Las palabras de Herseis lo sacaron de sus pensamientos, pero también lo obligaron a revivir el momento exacto en el que la había visto caminar como una sombra perdida entre la ciudad, a pesar de que era de día. Su rostro inexpresivo, como si estuviera calculando qué tanto debía revelar. No era un hombre de muchas palabras, y menos cuando se trataba de emociones. Sin embargo, con Herseis, había algo que lo obligaba a abrirse un poco más, aunque fuera solo para ofrecerle un pequeño consuelo.—La vi bajar del coche —dijo él con firmeza y suavidad—, Iba camino al edificio de Astral Group, cuando te noté con las otras dos mujeres.Herseis descendió la mirada. Sus dedos acariciaban el borde de la taza. Su silencio hablaba más que cualquier palabra.—Me quedé por un momento. Aquel sujeto abrió la puerta, luego la otra mujer y los niños. Así, entraste a esa casa con las personas que te acompañaban —continuó Helios—. No podía entender bien lo que estaba sucedi
El automóvil se detuvo frente a un club privado, uno de los más exclusivos de la ciudad. Las luces de neón en tonos azul y púrpura reflejaban un ambiente elegante y discreto. Era un lugar donde las personas adineradas venían a olvidarse del mundo exterior, pero sin el bullicio de los bares comunes. El portero, reconociendo a Helios al instante, los dejó entrar sin hacer preguntas. El interior era cálido y sofisticado, decorado con cortinas de terciopelo, luces bajas y sutiles tonos dorados que daban una atmósfera acogedora.Helios eligió una habitación VIP, lejos de las miradas curiosas y de los murmullos de las demás personas. Quería ofrecerle a Herseis una zona segura, donde pudiera ser ella misma, aunque solo fuera por esa noche. La habitación estaba decorada con sillones de cuero negro y una mesa de cristal, con lámparas de colores suaves que lanzaban destellos que se entrelazaban con la tenue música jazz que llenaba el aire.—Quiero algo fuerte —dijo Herseis en cuanto se sentó co
Herseis, finalmente, rompió en llanto. Lágrimas incontrolables comenzaron a correr por su rostro. El sonido de su sollozo llenó el espacio, ahogando la música suave de fondo y el murmullo lejano del club. Helios mantuvo la calma en el exterior, pero en su interior, algo se quebraba. Las barreras que había construido a lo largo de los años, los muros de acero que protegían su corazón, comenzaban a desmoronarse ante el sufrimiento de aquella mujer. Era como si su propio hielo se derritiera, haciendo que, por primera vez, sus ojos se cristalizaran. No estaba acostumbrado a ver a nadie tan vulnerable, mucho menos a una mujer que, a pesar de todo, había mostrado una fuerza que él admiraba en silencio.—Quería casarme con un vestido negro —dijo Herseis, su voz rota por la tristeza y el alcohol—. Pero no me dejaron…La melancolía en su tono era palpable. Helios nunca había pensado en algo tan simple como el color de un vestido de boda, pero para Herseis, era más que una elección estética. Er
La voz quebrada de Herseis, apenas audible, resonó con un eco de autodesprecio que Helios reconoció al instante. No era la primera vez que alguien se disculpaba por su vulnerabilidad frente a él, pero había algo diferente en esta situación. Quizás era el hecho de que Herseis, una mujer que había sufrido tanto y cargaba con tanto peso, seguía sintiéndose culpable por expresar su dolor.Lentamente, Herseis fue quedándose sin habla. Sus sollozos se desvanecieron en suaves respiraciones y cayó en un sueño profundo, agotada tanto física como emocionalmente.Helios se quedó quieto, mirando el vaso vacío en sus manos. Lo tomó con cuidado, asegurándose de que no se derramara nada, y lo colocó en la mesa frente a ellos. Luego, giró su cabeza ligeramente y la observó.El rostro de Herseis, aun con las marcas de sus lágrimas, se veía pacífico en ese momento. El cansancio y la tristeza que la habían consumido minutos antes se habían disipado temporalmente mientras dormía. Helios sintió un extraño
Helios suspiró con una mezcla de resignación y comprensión en su pecho. No quería dejarla sola, no después de todo lo que había compartido esa noche. Se descalzó con un movimiento ágil, deslizando sus zapatos fuera de sus pies sin hacer ruido. Luego, sin quitarse el traje, se acomodó junto a ella en la cama, asegurándose de que su presencia fuera reconfortante, pero no invasiva. Lentamente, la rodeó con su brazo, abrazándola suavemente, sintiendo el calor de su cuerpo frágil contra el suyo.La fragancia tenue del perfume de Herseis flotaba en el aire, un aroma sutil que parecía reflejar su personalidad: elegante pero discreta, suave pero presente. Helios cerró los ojos, escuchando el ritmo tranquilo de la respiración de ella. Se dio cuenta de que, en ese momento, más que nunca, estaba lejos de ser el hombre que solía ser. Había algo en esa mujer que rompía todas sus barreras, todos sus muros de acero.—Descansa, Herseis —dijo Helios de forma apacible.Mientras yacía allí, la vista se