La voz quebrada de Herseis, apenas audible, resonó con un eco de autodesprecio que Helios reconoció al instante. No era la primera vez que alguien se disculpaba por su vulnerabilidad frente a él, pero había algo diferente en esta situación. Quizás era el hecho de que Herseis, una mujer que había sufrido tanto y cargaba con tanto peso, seguía sintiéndose culpable por expresar su dolor.Lentamente, Herseis fue quedándose sin habla. Sus sollozos se desvanecieron en suaves respiraciones y cayó en un sueño profundo, agotada tanto física como emocionalmente.Helios se quedó quieto, mirando el vaso vacío en sus manos. Lo tomó con cuidado, asegurándose de que no se derramara nada, y lo colocó en la mesa frente a ellos. Luego, giró su cabeza ligeramente y la observó.El rostro de Herseis, aun con las marcas de sus lágrimas, se veía pacífico en ese momento. El cansancio y la tristeza que la habían consumido minutos antes se habían disipado temporalmente mientras dormía. Helios sintió un extraño
Helios suspiró con una mezcla de resignación y comprensión en su pecho. No quería dejarla sola, no después de todo lo que había compartido esa noche. Se descalzó con un movimiento ágil, deslizando sus zapatos fuera de sus pies sin hacer ruido. Luego, sin quitarse el traje, se acomodó junto a ella en la cama, asegurándose de que su presencia fuera reconfortante, pero no invasiva. Lentamente, la rodeó con su brazo, abrazándola suavemente, sintiendo el calor de su cuerpo frágil contra el suyo.La fragancia tenue del perfume de Herseis flotaba en el aire, un aroma sutil que parecía reflejar su personalidad: elegante pero discreta, suave pero presente. Helios cerró los ojos, escuchando el ritmo tranquilo de la respiración de ella. Se dio cuenta de que, en ese momento, más que nunca, estaba lejos de ser el hombre que solía ser. Había algo en esa mujer que rompía todas sus barreras, todos sus muros de acero.—Descansa, Herseis —dijo Helios de forma apacible.Mientras yacía allí, la vista se
Aquel muchacho, Helios Darner parecía tan tranquilo, tan seguro de sí mismo. Su presencia era como un faro de estabilidad en medio de su tormenta personal. Pero eso solo la hacía sentir más pequeña, más insignificante. ¿Cómo podía alguien como él, alguien tan perfecto, incluso mirarla con esa amabilidad en sus ojos? Se sintió abrumada por la amabilidad de Helios, una amabilidad que no merecía. No después de todo lo que había pasado, de todo lo que había fallado.Su mente volvió a las palabras que había pronunciado la noche anterior. El recuerdo de sus confesiones la golpeó como una tormenta: su infertilidad, su matrimonio fallido, las deudas, la traición de su esposo. Había vertido todas esas verdades dolorosas ante Helios, dejándose ver en su momento más vulnerable. Y él había escuchado, sin juzgarla, sin alejarse. Solo se había quedado allí, ofreciéndole un refugio, aunque fuera temporal. Pero ahora, con la luz del día y la cabeza más despejada, se sentía expuesta. Todo lo que había
Los hombres le hablaron de la deuda. Le exigieron que cumpliera con lo que debía. Las palabras salían de sus bocas como veneno, cada una más hiriente que la anterior. Herseis intentó negociar, pero sabía que estaba en una posición desesperada. Cada segundo que pasaba, sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Mientras hablaba, sintió la mirada de Helios sobre ella. Él no intervenía, no se movía, pero su presencia era palpable. Finalmente, los mafiosos le dieron un plazo, uno que sabía que era imposible de cumplir. Cuando volvieron a subir a sus autos y se marcharon, Herseis sintió como si un enorme peso cayera sobre ella.Volvió al auto de Helios con el rostro pálido y las manos temblorosas. No sabía qué decir, ni siquiera cómo pedirle disculpas por haberlo involucrado en algo tan oscuro. Pero antes de que pudiera hablar, él, sin hacerle ninguna pregunta, simplemente la miró y aceptó su invitación de entrar en su apartamento. Herseis no comprendía del todo por qué Helios seguí
Helios colgó y volvió a mirar hacia la ciudad. Sabía que el contrato que tenía en mente no solo cambiaría la vida de Herseis, sino que también definiría el curso de su propia vida. Un curso que, aunque no podía prever del todo, ya estaba dispuesto a seguir sin dudarlo.Herseis recibió la visita de su suegra, sus cuñadas, Edán y de Eleonor en el apartamento sin avisarle. Ella frunció el ceño. Así, les ofreció algo de tomar. Sin embargo, fue su suegra quien tiró el documento sobre la mesa.—No venimos a perder el tiempo —dijo la señora Grey de forma tajante—. Firma el divorcio para que mi hijo pueda casarse con Eleonor. Así, mis nietos tendrán a sus padres en la unión del matrimonio… Tú ni siquiera eres capaz de quedar embarazada. Nunca me gustaste para Edán y no eres digna de él. Además, llevas años siendo una simple cajera… Como mujer estás seca y como empleada has estado estancada en lo más bajo. En cambio, Eleanor ya me hado dos hermosos nietos y es de una familia noble y con dinero
Helios había ido al apartamento de Herseis a hablar con ella. Pero había visto al grupo de mujeres y aquel sujeto. Entonces, se había quedado a esperar, hasta que le había visto salir, ida y perdida. Caminaba entre la multitud, pero sus ojos estaban fijos en una única figura: Herseis. A lo lejos, en medio del bullicio de la ciudad, ella parecía desvanecerse, su energía consumida por el dolor y la desesperación. Todo su enfoque estaba en ella, en esa mujer a la que ahora reconocía completamente.Sabía que Herseis estaba al borde del colapso, que el peso de los años de sufrimiento y humillación finalmente había llegado a un punto de quiebre. Entendía que la forma en que Herseis había salido corriendo, que algo terrible había sucedido allí. No tenía que adivinar demasiado; conocía el patrón. La vida había sido despiadada con ella, una y otra vez. No era nadie para ella y no debía involucrarse, pero algo en Herseis lo hacía querer intervenir. No podía permitir que siguiera viviendo en ese
Era real. No era una coincidencia ni un sueño. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Helios Darner no solo era su jefe, sino también el único que, desde aquella vez en el centro comercial, le había dado un atisbo de esperanza. Su vida había sido una sucesión interminable de decepciones, sufrimientos, y renuncias. Su matrimonio con Edán había sido una cadena de humillaciones que la había vaciado poco a poco, como una vela que se consumía hasta la última gota de cera. Pero ahora, aquí estaba Helios, ofreciéndole lo que nadie más le había ofrecido: un futuro, una salida, una oportunidad para reconstruir su vida.Su corazón, roto por años de abandono, latía con fuerza, y en ese momento de vulnerabilidad absoluta, no pudo contener las lágrimas. Era como si el torrente de emociones que había reprimido durante tanto tiempo finalmente hubiera encontrado una grieta por la que salir. Sin pensarlo, su cuerpo actuó antes que su mente. Lo abrazó. Lo abrazó con desesperación, con una ne
Herseis se sentía invisible. A nadie le importaba su dolor, ni las lágrimas que resbalaban silenciosas por sus mejillas. Nadie notaba a la mujer destrozada que los observaba desde la penumbra. Su suegra y sus cuñadas, esas mismas que la habían humillado y agredido, ahora sonreían y celebraban con orgullo. ¿Qué significaba todo esto para ellas? No era más que un obstáculo que finalmente habían superado. Su presencia en la vida de Edán ya no significaba nada. Nunca había significado mucho para ellas, más allá de lo que podía ofrecerles, de lo que podían sacarle. Su valor siempre había sido medido por lo que le faltaba, y ahora, por fin, estaban libres de ella.Las lágrimas no paraban de caer. Trataba de secarlas, pero el dolor era demasiado fuerte. Le dolía el alma, le dolía el corazón, como si alguien lo estuviera apretando con fuerza, privándola de aire. Su pecho se sentía pesado, cada respiración era un esfuerzo monumental, y aunque había pensado que ya no le quedaban más lágrimas po