Los hombres le hablaron de la deuda. Le exigieron que cumpliera con lo que debía. Las palabras salían de sus bocas como veneno, cada una más hiriente que la anterior. Herseis intentó negociar, pero sabía que estaba en una posición desesperada. Cada segundo que pasaba, sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Mientras hablaba, sintió la mirada de Helios sobre ella. Él no intervenía, no se movía, pero su presencia era palpable. Finalmente, los mafiosos le dieron un plazo, uno que sabía que era imposible de cumplir. Cuando volvieron a subir a sus autos y se marcharon, Herseis sintió como si un enorme peso cayera sobre ella.Volvió al auto de Helios con el rostro pálido y las manos temblorosas. No sabía qué decir, ni siquiera cómo pedirle disculpas por haberlo involucrado en algo tan oscuro. Pero antes de que pudiera hablar, él, sin hacerle ninguna pregunta, simplemente la miró y aceptó su invitación de entrar en su apartamento. Herseis no comprendía del todo por qué Helios seguí
Helios colgó y volvió a mirar hacia la ciudad. Sabía que el contrato que tenía en mente no solo cambiaría la vida de Herseis, sino que también definiría el curso de su propia vida. Un curso que, aunque no podía prever del todo, ya estaba dispuesto a seguir sin dudarlo.Herseis recibió la visita de su suegra, sus cuñadas, Edán y de Eleonor en el apartamento sin avisarle. Ella frunció el ceño. Así, les ofreció algo de tomar. Sin embargo, fue su suegra quien tiró el documento sobre la mesa.—No venimos a perder el tiempo —dijo la señora Grey de forma tajante—. Firma el divorcio para que mi hijo pueda casarse con Eleonor. Así, mis nietos tendrán a sus padres en la unión del matrimonio… Tú ni siquiera eres capaz de quedar embarazada. Nunca me gustaste para Edán y no eres digna de él. Además, llevas años siendo una simple cajera… Como mujer estás seca y como empleada has estado estancada en lo más bajo. En cambio, Eleanor ya me hado dos hermosos nietos y es de una familia noble y con dinero
Helios había ido al apartamento de Herseis a hablar con ella. Pero había visto al grupo de mujeres y aquel sujeto. Entonces, se había quedado a esperar, hasta que le había visto salir, ida y perdida. Caminaba entre la multitud, pero sus ojos estaban fijos en una única figura: Herseis. A lo lejos, en medio del bullicio de la ciudad, ella parecía desvanecerse, su energía consumida por el dolor y la desesperación. Todo su enfoque estaba en ella, en esa mujer a la que ahora reconocía completamente.Sabía que Herseis estaba al borde del colapso, que el peso de los años de sufrimiento y humillación finalmente había llegado a un punto de quiebre. Entendía que la forma en que Herseis había salido corriendo, que algo terrible había sucedido allí. No tenía que adivinar demasiado; conocía el patrón. La vida había sido despiadada con ella, una y otra vez. No era nadie para ella y no debía involucrarse, pero algo en Herseis lo hacía querer intervenir. No podía permitir que siguiera viviendo en ese
Era real. No era una coincidencia ni un sueño. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Helios Darner no solo era su jefe, sino también el único que, desde aquella vez en el centro comercial, le había dado un atisbo de esperanza. Su vida había sido una sucesión interminable de decepciones, sufrimientos, y renuncias. Su matrimonio con Edán había sido una cadena de humillaciones que la había vaciado poco a poco, como una vela que se consumía hasta la última gota de cera. Pero ahora, aquí estaba Helios, ofreciéndole lo que nadie más le había ofrecido: un futuro, una salida, una oportunidad para reconstruir su vida.Su corazón, roto por años de abandono, latía con fuerza, y en ese momento de vulnerabilidad absoluta, no pudo contener las lágrimas. Era como si el torrente de emociones que había reprimido durante tanto tiempo finalmente hubiera encontrado una grieta por la que salir. Sin pensarlo, su cuerpo actuó antes que su mente. Lo abrazó. Lo abrazó con desesperación, con una ne
Herseis se sentía invisible. A nadie le importaba su dolor, ni las lágrimas que resbalaban silenciosas por sus mejillas. Nadie notaba a la mujer destrozada que los observaba desde la penumbra. Su suegra y sus cuñadas, esas mismas que la habían humillado y agredido, ahora sonreían y celebraban con orgullo. ¿Qué significaba todo esto para ellas? No era más que un obstáculo que finalmente habían superado. Su presencia en la vida de Edán ya no significaba nada. Nunca había significado mucho para ellas, más allá de lo que podía ofrecerles, de lo que podían sacarle. Su valor siempre había sido medido por lo que le faltaba, y ahora, por fin, estaban libres de ella.Las lágrimas no paraban de caer. Trataba de secarlas, pero el dolor era demasiado fuerte. Le dolía el alma, le dolía el corazón, como si alguien lo estuviera apretando con fuerza, privándola de aire. Su pecho se sentía pesado, cada respiración era un esfuerzo monumental, y aunque había pensado que ya no le quedaban más lágrimas po
La adrenalina de Herseis se había disparado, mientras tomaba la mano de Helios. No sabía si lo que estaba haciendo era lo correcto, pero en ese momento el dolor, la rabia y la desesperación se entrelazaban de tal forma que no podía pensar en otra cosa más que en encontrar un alivio inmediato. Lo invitó de manera impulsiva y sin medir las consecuencias, necesitaba algo, a alguien que la apartara de la pesadilla en la que su vida se había convertido.A medida que caminaban hacia el auto, sus pasos eran firmes, pero su mente se encontraba procesando lo ocurrido. Nunca su vida hubiera dicho tales palabras a nadie, pero el fuego del pecado y de la venganza incitaban a su lengua. Había pasado tanto tiempo, sintiéndose invisible, rota, insuficiente. Después de la humillación de ver a Edán casarse, de ver a su ex suegros y ex cuñados celebrando una nueva familia, el dolor se le había hecho insoportable. Ya no podía más. Ansiaba sentir algo diferente, algo que la hiciera olvidar todo ese sufri
Luego se separaron unos segundos. Esta vez ambas manos de Helios ascendieron, acariciando sus mejillas con cuidado y reverencia. Los pulgares rozaron sus labios, húmedos y rojizos, parecían frágiles, pero que guardaban tanto poder. Eran suaves y cálidos bajo sus dedos y el ligero toque se le hizo maravilloso. Se quedó quieto por un momento, simplemente mirándola. Sentía cómo la energía entre ellos crecía, cómo el deseo se apoderaba de su cuerpo, pero también sabía que no debía precipitarse. Ella estaba ahí, vulnerable, y aunque le había pedido que se acostara con ella, sabía que lo que necesitaba iba más allá del simple sexo.Había algo más profundo que los conectaba, algo que iba más allá de lo físico. A pesar de la diferencia de edad, de las circunstancias que los habían llevado hasta ese punto, Helios se dio cuenta de que no era solo una atracción superficial. Quería todo con ella. Deseaba ofrecerle un futuro, una familia, y, en ese momento, quería ser quien la salvara, aunque fuer
Herseis no pensaba, solo sentía. Cada segundo que pasaba en los brazos de Helios la alejaba más de la mujer débil y rota que había sido. En ese momento era hermosa, deseada y estaba dispuesta a disfrutar de cada instante de esa transformación. Las preocupaciones, los remordimientos y el dolor quedaban atrás, al menos por ahora. No importaba lo que sucediera después, lo que dijera la sociedad o lo que pensara el mundo. Este momento era suyo y estaba decidida a aprovecharlo. Se besaban, una y otra vez. Sus lenguas pronto se unieron a la intensa sesión. Sus labios se humedecían y se tornaban más de rojo ante su acto de exploración y gusto. Se abrazaban, se tocaban y el nivel aumentaba.Helios sintió una mezcla de sorpresa y deseo intenso al ser guiado por Herseis. Ella no era una mujer que dudara, ni que se detuviera a preguntarse si lo que hacía estaba bien o mal. No, había algo mucho más crudo en ella, algo que lo atraía de una manera que no había experimentado antes. No era la primer