No era suficiente con que Edán hubiera destrozado su vida personal, ahora también su profesionalismo se veía en juego por no haber sabido comportarse ante Helios Darner, el joven magnate que podía, con una sola decisión, poner fin a su empleo en el banco. ¿Cómo podía haber sido tan torpe? Su corazón latía con fuerza, un pulso rápido y errático que la mantenía en alerta, como si en cualquier momento todo pudiera desmoronarse aún más.El miedo de haber arruinado su carrera se mezclaba con la sensación de impotencia. Era como si todo lo malo que había sucedido últimamente se hubiera alineado para golpearla de una sola vez, y no podía encontrar una salida. Su vida era una serie de errores, traiciones y fracasos, y ahora, frente a Helios, esa realidad se hacía aún más evidente. No era solo una mujer que había sido engañada y traicionada por su esposo, ni tampoco una mujer que estaba atrapada en deudas impagables; ahora era también alguien que había faltado al respeto, por pura confusión y
Helios estaba inmerso en sus propios pensamientos, aunque su exterior pareciera imperturbable. Observaba a Herseis de reojo, notando los pequeños temblores en sus manos y cómo intentaba ocultar su nerviosismo. Era una mujer fuerte, eso lo sabía desde que la vio por primera vez en el banco, luchando por mantener la compostura a pesar de las circunstancias que claramente la afectaban. Su rostro, aunque apagado y marcado por el dolor, seguía siendo bello, con una dignidad natural que no había desaparecido pese a todo lo que debía estar atravesando. Era inevitable no sentirse atraído, no solo por su apariencia física, sino también por la vulnerabilidad que mostraba en ese momento.A pesar de su juventud, Helios había aprendido a leer a las personas con precisión. Sabía que Herseis estaba rota, no solo por lo que había visto en ella desde que la observaba de lejos, sino por la forma en que su cuerpo se mantenía tenso, como si estuviera al borde de derrumbarse en cualquier momento. Podía in
Herseis cerró el paraguas, lo saludó y vio como el auto del señor Helios desaparecía en la lluvia a través del cristal de la puerta del edificio. Así, con la bolsa que le había comprado se dirigió al ascensor y fue al piso de su apartamento. No sabía ni cómo habría llegado, si no fuera por él. De cierta manera era el único rastro de luz en su oscuridad e incertidumbre. Ese jovencito era su sol. Al ingresar, dejó la sombrilla y fue a la ducha. Cuando salió preparó el té que le había regalado.Avanzó hasta y se quedó inmóvil frente a la ventana, mirando cómo las gotas de lluvia trazaban caminos desordenados sobre el cristal. Cada una de ellas parecía contar una historia, como si el agua que caía del cielo fuese el reflejo de sus propios pensamientos, dispersos, desorientados, sin dirección clara. Afuera, las luces de la ciudad parpadeaban entre la niebla y el diluvio, mientras ella permanecía allí, en silencio, con la taza de té humeante entre las manos, sin realmente percibir su calor.
En los días siguientes, durmió en otra habitación, sin reclamarle a Edán que lo había visto con otra mujer y los hijos que tenían, ni tampoco le habló sobre la deuda en la que la había metido. Antes había sentido amor, dulzura y cariño por él. Ahora, solo sentía repudio, desapego y náuseas por él. Le había dado todo de ella, lo poco que tenía, y aun así la había traicionado. En una oportunidad pidió permiso en el banco y reunió a su suegra y sus cuñadas para que la acompañaran. Entonces, tocó la puerta de la casa donde vivía con la amante.Herseis se quedó inmóvil al lado de la puerta mientras Edán las miraba boquiabierto, el color de su rostro palideciendo a medida que la sorpresa lo invadía. El momento que ella había anticipado tantas veces en su mente había llegado, y, sin embargo, no se sentía satisfecha. No había satisfacción en verlo así, acorralado, sin palabras, porque nada de lo que pudiera suceder en ese instante repararía el profundo dolor que cargaba. Había imaginado enfre
Esa frase, dicha con tanta naturalidad, hizo que Herseis sintiera que el mundo a su alrededor se desmoronaba. Era como si todo lo que había construido, todo lo que alguna vez había creído sobre el amor, la lealtad y la familia, se desvaneciera frente a sus ojos. El dolor emocional era tan intenso que apenas podía respirar. Sus manos temblaban mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. ¿Cómo era posible que alguien pudiera sugerir tal cosa, y con tanta indiferencia? No solo había perdido a su esposo, sino que ahora le estaban diciendo que lo adecuado era simplemente desaparecer de su vida, ser reemplazada, como si su existencia no tuviera valor.El llanto se apoderó de ella por completo. Se sentía humillada, destrozada, como si todo su ser se desmoronara. Había soportado tantas cosas en su vida, pero esto… esto era demasiado. Nunca había imaginado que la traición de Edán sería respaldada por su propia familia. Los sollozos de Herseis llenaron la sala, su cuerpo temblando m
Herseis comenzó a caminar hacia la puerta, con sus pasos pesados, pero decididos. La cabeza le daba vueltas, el mundo se desdibujaba a su alrededor. Sentía que se ahogaba en la oscuridad de sus pensamientos, en el vacío que ahora ocupaba el lugar de sus esperanzas y sueños. No había nada para ella allí. No había amor, no había respeto, no había futuro. Todo lo que alguna vez había querido se había evaporado, dejándola con una sensación de pérdida tan profunda que apenas podía pensar con claridad.Edán la siguió hasta la puerta y en un intento patético por detenerla, extendió la mano hacia ella. Sintió su toque en el brazo, suave, casi arrepentido. Pero era demasiado tarde para arrepentimientos. La furia y la desesperación que sentía dentro de sí eran más grandes que cualquier gesto que él pudiera hacer en ese momento. Con un movimiento brusco, sacudió su brazo con una fuerza que ni siquiera sabía que poseía, liberándose de su agarre.—No me toques —escupió Herseis con una mezcla de as
Un lujoso auto azabache se estacionó frente a un imperioso edificio. Un hombre con atuendo de chofer fue el primero en bajarse y luego una linda muchacha con ropa de secretaria.Ambos se colocaron al costado de la puerta trasera del vehículo. El chofer fue el encargado de abrir la puerta de manera sutil, como si estuviera por recibir a una reina de la edad media. Entonces, de manera espléndida, una esbelta pierna fue lo primero en mostrarse, cuyo tacón negro de aguja, se afirmó de modo firme en el asfalto. Así, como una poderosa soberana, que descendía de su carruaje real. Así, una espléndida mujer se manifestó con lentitud.Ella abandonó el coche con glamour y distinción. Tenía puesto en su cabeza un sombrero Hepbrum oscuro con un velo que tapaba la parte superior de su rostro, sol dejando ver la parte de su boca y fina barbilla. En su negra pupila se reflejó la maravillosa arquitectura empresarial que le pertenecía a ella.Hariella Hansen era conocida como La magnate. Era arrogante,
El sonido del elevador lo hizo volver a la realidad a un tímido muchacho. Había quedado absorto en sus pensamientos mientras lo esperaba. Al fin había bajado, pues el edificio era gigante, tenía más de cien niveles y le habían indicado que debía ir al piso setenta. Las puertas plateadas se abrieron a los lados, y arriba, en una pantalla tecnológica, aparecía ahora el número uno, en color rojo. Los nervios se apoderaron de él, porque después que diera un paso hacia adentro, ya no habría vuelta atrás, pero no perdería la calma. Respiró profundo por la nariz y lo soltó todo por la boca.Hermes Darner era un joven de veinticuatro años, recién egresado de la universidad por haber terminado no un grado, sino ya, a su corta edad, un posgrado en administración de empresas. Se había preparado para esta entrevista, había una vacante en el puesto de gerente de finanzas y en esa área él destacaba lo suficiente para tomar la iniciativa de presentarse en la empresa manufacturera de alimentos que, do