Nicola—Tenemos problemas con los invitados, —dijo Lorenzo acercándose a mí para hablarme en voz baja.Mis ojos se movieron automáticamente, buscando entre la multitud. Valentina caminaba hacia el baño, su espalda recta y su andar nervioso. Algo en su manera de moverse me decía que aún estaba preocupada, atrapada en sus pensamientos.—Deja un par de guardias cuidando a mi prometida, —le ordené sin apartar la mirada de Valentina.El calor de la rabia comenzó a arder en mi pecho. Todavía no me acostumbraba a verla alejarse de mi vista, especialmente cuando sabía que había tantos peligros a su alrededor.Lorenzo asintió y tecleó un mensaje a los hombres de confianza, cuando los vimos en posición, ambos nos dirigimos hacia el sótano.Al bajar las escaleras, mis pasos resonaban en las paredes frías del pasillo que llevaba a las salas de tortura, y cada eco me recordaba el control que tenía sobre este lugar, sobre cada persona que se atreviera a cruzar mi camino y terminaba aquí.La primera
Nicola—Es solo un pedazo de carne, un objeto para ser usado. Y te garantizo que no tiene ningún valor fuera de tu cama.—Eres un hombre despreciable, —dije, mi voz tan controlada que hizo que su sonrisa se tambaleara. —No puedo imaginar cómo ella ha sobrevivido tantos años a tu lado sin arrancarte la garganta.El padre de Valentina rió, un sonido hueco y desprovisto de alma.—Ella sabe cuál es su lugar. —Sus palabras salieron con veneno, y su mirada se volvió aún más oscura. —Lo ha aprendido a la fuerza. Ella solo existe para cumplir con lo que se le manda, para ser el trofeo de algún hombre poderoso. Y si no fuera por mí, seguiría siendo una inútil, un desecho.Cada palabra que ese desgraciado soltaba me carcomía por dentro.Me giré hacia Antonio, el bastardo que había aprovechado de la necesidad de mi principessa, que había sido parte de todo este infierno en su vida.—Te duele, —dijo Antonio en voz baja, intentando provocarme una vez más. —Te quema por dentro pensar que la cogí an
ValentinaTodo mi cuerpo dolía.El calor de la habitación era sofocante, y el saco sobre mi cabeza solo lo hacía peor.Mi respiración era irregular, luchando por mantenerse constante mientras intentaba no perder la calma. Mis manos seguían atadas por detrás de la espalda, el roce áspero de la cuerda había comenzado a lastimarme.Bianca estaba cerca de mí, lo sabía aunque no podía verla. Solo escuchaba su respiración temblorosa, el leve sollozo que intentaba contener.La puerta chirrió al abrirse de nuevo, y ambas nos sobresaltamos. Los pasos que se acercaban hicieron que mi estómago se retorciera.—Oh, qué triste escena. —La voz de la mujer llegó a nosotras, cargada de una burla afilada. Fingía tristeza, pero lo único que se podía distinguir en su voz era desprecio.Sentí las manos de alguien agarrar el saco de mi cabeza, y en un rápido tirón, la luz me golpeó los ojos. Parpadeé, cegada por un momento, hasta que mi visión empezó a aclararse.Lo primero que vi fueron los cuerpos.Sofía
Prólogo La noche era la más oscura que jamás había visto. Las estrellas parecían apagadas, como si también lloraran por la ausencia que me afectaba ahora. El viaje de regreso a casa fue silencioso, solo se escuchaba el sonido de mis sollozos ahogados. No quería que papá me oyera llorar; ya estaba sufriendo demasiado. Él se veía destrozado. Las lágrimas que caían por sus mejillas le dificultaban ver el camino, pero seguía adelante, como si no supiera qué más hacer.El auto se detuvo frente a nuestra casa de verano, un lugar modesto en medio del campo que ahora parecía más solitario que nunca. La casa era pequeña, pero había sido siempre nuestro refugio, el lugar donde mamá solía cantar mientras cocinaba y donde papá me enseñaba a jugar a las cartas. Pero esa noche, el silencio lo llenaba todo, un silencio que me hacía sentir el dolor por la ausencia de mi mamá.—Estaremos bien aquí, piccola —dijo papá, pero su voz sonaba hueca, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo
NicolaEstaba de pie frente al espejo, ajustando el nudo de mi corbata con movimientos lentos y precisos. Mis manos, entrenadas para el control y la fuerza, se movían con una calma que no se reflejaba en mi cabeza. Miraba mi propio reflejo, el traje perfecto, el cabello peinado hacia atrás, la expresión impasible. No sentía nada especial, solo una ligera presión en el pecho que ya me era familiar. Una sensación de resignación, de inevitabilidad. Esta noche era mi fiesta de compromiso, y aunque debería haber algo de emoción, lo cierto es que todo me daba igual. Este era mi deber, mi responsabilidad. Vivía por y para la familia, y eso significaba hacer lo que se esperaba de mí sin preguntas.La puerta de la habitación se abrió, y sin necesidad de girarme, supe que era mi padre. Su presencia era inconfundible, llena de autoridad, el tipo de autoridad que hacía que el aire en la habitación se volviera más denso. —Nicola —dijo, su voz profunda rompiendo el silencio mientras cerraba
NicolaEl primer disparo resonó como un trueno, y vi a Pietro, mi ex futuro suegro, tambalearse hacia atrás, su cuerpo rígido mientras caía sobre la mesa, llevándose todo en su camino al suelo. Claudia, que estaba justo a su lado, gritó, un sonido agudo que se mezcló con el estallido de más disparos. Pietro había caído tratando de protegerla, empujándola hacia un lado en un intento desesperado de salvarla.Mi cuerpo se movió por instinto, lanzándome hacia ella antes de que fuera demasiado tarde, pero el caos alrededor me ralentizaba. Las balas volaban por todas partes, perforando paredes, mesas y cuerpos. La sangre salpicaba por todos lados, manchando de rojo el blanco inmaculado de los manteles.—¡Claudia! —grité, intentando alcanzar su mano, que estaba extendida hacia mí mientras ella caía al suelo. Pero no fui lo suficientemente rápido. Una bala atravesó su pecho, y vi cómo sus ojos se apagaban, su cuerpo se desplomaba al suelo, sus manos cayendo sin fuerza. La sangre brotaba d
Valentina Caminé por el campus de la universidad con una sonrisa que no podía quitarme del rostro. Palermo, una ciudad nueva, llena de posibilidades y, lo más importante, lejos de los ojos vigilantes de mi padre. Me sentía ligera, como si me hubieran quitado un peso de encima. Finalmente, estaba sola, en control de mi vida, sin que nadie metiera las narices en mis asuntos. Había algo casi poético en empezar de cero, en una ciudad que apenas conocía.Mientras caminaba, observaba todo a mi alrededor con curiosidad. Los edificios antiguos, los árboles que se alineaban a lo largo del camino principal, y los grupos de estudiantes que charlaban y reían. Era una escena que parecía sacada de una película, todo tan normal, tan cotidiano, que me hizo sentir como si al final estuviera donde se suponía que debía estar. No podía evitar imaginar todas las cosas que me esperaban aquí. Esta era mi oportunidad de ser solo Valentina, sin secretos, sin mentiras, sin presiones.Pero entonces, al gi
Valentina Estaba en mi apartamento, rodeada por el caos que siempre me acompañaba cuando estaba empacando para un viaje. Mi cama estaba cubierta de ropa, zapatos y un par de libros que no había decidido si llevar o no. Me mordí el labio mientras metía un par de jeans y una blusa en mi bolso, asegurándome de no olvidar nada. Bianca estaba en el otro lado de la habitación, sentada en el borde de la cama, mirando su teléfono con una expresión distraída pero se la notaba más feliz. Llevábamos ya un semestre siendo las mejores amigas.Sin embargo, aunque habíamos llegado a conocernos bastante bien, aún no había tenido la oportunidad de conocer a su familia. Sabía que había algo detrás de eso, pero nunca había querido presionarla. Ahora, eso estaba a punto de cambiar.Bianca me había invitado a pasar el fin de semana en su casa, algo que había esperado durante meses, y que no admitiría en voz alta. Su cumpleaños era mañana, y había planeado una fiesta por la noche. —¿Estás lista? —me