NicolaEstábamos en casa, y mi madre me abrazó fuerte, su vientre estaba grande y redondo.Mi madre siempre había sido cariñosa, pero ese día, su abrazo fue diferente. Lo sentí más cargado de todo el amor que me tenía.—Nicola, amore mio, —susurró, su voz era suave. —Voy a necesitar que hagas algo muy importante para mí.La miré con los ojos grandes, sin comprender del todo, pero asintiendo. Ella siempre sabía lo que era correcto.—Voy a darte un regalo muy especial hoy, —me dijo, colocando una mano sobre mi rostro, acariciando mi mejilla. —Una hermana. Pero tienes que prometerme algo, Nicola. Prométeme que siempre la protegerás. Que estarás allí para ella, que no dejarás que nada ni nadie le haga daño.Su mirada era más seria de lo que había visto antes. Algo en su tono me hizo sentir que lo que me pedía era una responsabilidad de vida o muerte.Asentí, aunque no sabía lo que todo eso implicaba. ¿Protegerla de qué? ¿De quién? Pero mi madre no respondió esas preguntas. Solo sonrió y
NicolaLos disparos comenzaron a sonar en el almacén como una melodía macabra.Era una masacre, pero yo no sentía nada. Mi mente estaba en otro lugar, en otro momento, con la imagen de Valentina en mi cabeza.Cada disparo, cada vida que arrebataba, era por ella. Era por Bianca. Por mi familia.Lorenzo y los demás no se quedaron atrás.Mis hombres eran profesionales, letales en cada movimiento. Cada integrante de la Camorra que se encontraba en el almacén caía como piezas de dominó.El olor a pólvora llenó el aire. Los cuerpos comenzaron a apilarse en el suelo, y cada uno de ellos me dejaba más cerca de mi objetivo: eliminar a todos.Avancé, mi mente fría y calculadora. El miedo que solía generar la Camorra en sus víctimas no me afectaba. Sabía que ellos también tenían miedo, pero no les iba a dar tiempo para reaccionar. No esta vez.De repente, algo llamó mi atención.Mientras revisaba los cuerpos de los caídos, me agaché junto a uno que aún respiraba, jadeando por el dolor de las bal
PanteraCaminar por los pasillos de la mansión Moretti era tan fácil como caminar por mi propia casa.Lo que hacía todo esto fuera tan ridículamente simple.Aquellos que se creían invulnerables, rodeados de guardias y seguridad, siempre olvidaban el detalle más insignificante: la confianza.Había sido un juego sencillo. Los hombres que se suponía la cuidaban... pobres excusas de soldados.Bastó con una droga, algo tan básico como una distracción y un sedante disuelto en sus bebidas, para que cayeran. Ni siquiera tuvieron tiempo de darse cuenta de lo que les había pasado.Saboreé el recuerdo con una pequeña sonrisa. Deshacerse de ellos fue más fácil de lo que esperaba.Mientras me movía en la penumbra, Shadow apareció a mi lado, su figura alta y tensa. Siempre a mi sombra, siempre con esa mezcla de lealtad y desconfianza.—La doble se pasó, Pantera. —Su voz era baja, pero llena de reproche. —No debía dejarlas tan marcadas. —Me miró de reojo, evaluando mi reacción.—¿Tú crees? —respondí
ValentinaHoras, tal vez habían pasado días.La oscuridad de la habitación nos envolvía, solo rota por la tenue luz que se filtraba por una pequeña ventana en lo alto de la puerta.Mi cuerpo estaba adolorido, el frío de las cadenas alrededor de mis muñecas y tobillos me hacía temblar, pero lo peor era el hambre, la sed… y el miedo.Había visto al tipo, el hombre al que la Pantera llamaba Shadow, entrar en la habitación varias veces.Se había llevado los cuerpos de Ana y Sofía, como si fueran nada más que sacos de basura.También había dejado algo de comida. Bianca y yo apenas habíamos tocado esos pedazos de pan seco y agua. Sabía que tenían algún tipo de somnífero, porque cada vez que comíamos un poco, el sueño nos vencía. Nos mantenían medio dormidas, casi sin fuerzas.Bianca estaba justo a mi lado, su respiración entrecortada me indicaba que había estado llorando, pero ya no le quedaban lágrimas. Estaba agotada, su cuerpo temblaba, pero más por el miedo que por el frío.—Tenemos que
NicolaEstaba sentado en mi oficina, la que estaba conectada directamente con mi habitación, evaluando una vez más todo lo que teníamos sobre los Camorra.Una pizarra grande ocupaba casi toda una de las paredes. En ella había fotos, mapas, diagramas de las rutas que usaban, las conexiones entre sus principales familias y las bases que ya habíamos atacado. Cruzaba información, líneas y flechas que se entrelazaban como una telaraña.Me froté el puente de la nariz. Estaba muriendo por dentro con cada minuto que pasaba.El ruido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos, aunque no giré para mirar. Sentí los pasos pesados de mi padre acercándose. Sabía que era él antes de que dijera una palabra.—Estoy sorprendido, —dijo con su tono habitual, mientras se acercaba a mi lado, deteniéndose frente a la pizarra. —En menos de 48 horas has desmantelado más de diez bases de los Camorra.Mi mandíbula se tensó, pero no me moví, mis ojos fijos en las fotos y conexiones que había trazado. Mi
NicolaEl sótano tenía ese aire pesado que siempre me había provocado tranquilidad, incluso cuando era un niño y mi padre me traía aquí para presenciar cómo se trataba a los traidores.Siempre olía a hierro oxidado, a humedad atrapada por años entre las paredes gruesas de piedra. La luz era tenue, apenas suficiente para guiarme, pero eso no importaba. Ya sabía cómo moverme aquí debajo.Con cada paso que daba, sentía el pulso en mi sien martillando con fuerza. La idea de que Valentina y Bianca pudieran estar tan cerca y que no lo hubiera notado antes me corroía por dentro.No podía permitirme otro error, no esta vez. Tenía que encontrarlas.Ella... mi principessa... estaba en algún lugar de este maldito sótano.Giré en una de las esquinas, acercándome al final del pasillo oscuro, cuando un golpe seco me alcanzó por detrás de la cabeza. El impacto fue tan fuerte que me dejó sin aire, cayéndome de rodillasLlevé una mano a la cabeza, sentí el calor del líquido pegajoso entre mis dedos.—
Prólogo La noche era la más oscura que jamás había visto. Las estrellas parecían apagadas, como si también lloraran por la ausencia que me afectaba ahora. El viaje de regreso a casa fue silencioso, solo se escuchaba el sonido de mis sollozos ahogados. No quería que papá me oyera llorar; ya estaba sufriendo demasiado. Él se veía destrozado. Las lágrimas que caían por sus mejillas le dificultaban ver el camino, pero seguía adelante, como si no supiera qué más hacer.El auto se detuvo frente a nuestra casa de verano, un lugar modesto en medio del campo que ahora parecía más solitario que nunca. La casa era pequeña, pero había sido siempre nuestro refugio, el lugar donde mamá solía cantar mientras cocinaba y donde papá me enseñaba a jugar a las cartas. Pero esa noche, el silencio lo llenaba todo, un silencio que me hacía sentir el dolor por la ausencia de mi mamá.—Estaremos bien aquí, piccola —dijo papá, pero su voz sonaba hueca, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo
NicolaEstaba de pie frente al espejo, ajustando el nudo de mi corbata con movimientos lentos y precisos. Mis manos, entrenadas para el control y la fuerza, se movían con una calma que no se reflejaba en mi cabeza. Miraba mi propio reflejo, el traje perfecto, el cabello peinado hacia atrás, la expresión impasible. No sentía nada especial, solo una ligera presión en el pecho que ya me era familiar. Una sensación de resignación, de inevitabilidad. Esta noche era mi fiesta de compromiso, y aunque debería haber algo de emoción, lo cierto es que todo me daba igual. Este era mi deber, mi responsabilidad. Vivía por y para la familia, y eso significaba hacer lo que se esperaba de mí sin preguntas.La puerta de la habitación se abrió, y sin necesidad de girarme, supe que era mi padre. Su presencia era inconfundible, llena de autoridad, el tipo de autoridad que hacía que el aire en la habitación se volviera más denso. —Nicola —dijo, su voz profunda rompiendo el silencio mientras cerraba