NicolaEntré, y lo primero que vi fue a Valentina, tendida en la cama, inmóvil.—Amore mio, —murmuré, mi voz apenas un susurro mientras pasaba una mano por su mejilla. Su piel estaba cálida, pero verla con esos tubos y máquinas me hizo sentir más impotente de lo que jamás había estado—. ¡Por Dios, principessa... no vuelvas a asustarme de está manera!Desvié la mirada hacia la cuna que estaba junto a la cama. Me detuve, dudando por un segundo antes de acercarme.No podía apartar los ojos de Valentina, pero el bebé estaba allí, esperándome.Di un paso hacia la cuna. Mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba para mirar.Y ahí estaba mi bebé, envuelto con una mantita blanca y con los ojos cerrados.Mientras que yo no sabía qué sentir.Todo lo que podía hacer era mirar esa pequeña figura que ahora formaba parte de mi mundo.Mi mano tembló cuando la llevé hacia la manta, pero me detuve antes de tocarlo.No quería perturbar ese momento, ese frágil pedazo de paz que había encontrado en
NicolaTenía frente a mí un montón de papeles y carpetas con las diferentes actividades de la organización, y las estábamos clasificando por logradas o no.No se escuchaba nada más que él silencio en mi oficina. Lorenzo jugueteaba nervioso con sus dedos sobre el escritorio, mientras leía los informes de los últimos movimientos.—No tiene sentido, —dijo de repente, con el ceño fruncido mirándome desde el otro lado del escritorio—. La entrega debió concretarse hace dos días. Si no fue una falla de los nuestros, entonces…—La Camorra, —completé, mi voz baja y cargada de fastidio. Me recosté en la silla, cruzando las manos sobre el estómago mientras miraba a Lorenzo—. Sabía que no se quedarían quietos. Es cuestión de tiempo hasta que hagan otra jugada sucia.Lorenzo asintió, dejando caer el bolígrafo sobre la mesa.—¿Qué hacemos entonces?Estaba por responderle cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe, sin que nadie tocara antes de entrar.Mi mandíbula se tensó automáticamente al
ShadowHabíamos logrado irnos de Palermo para disfrutar nuestra luna de miel, la cual tuvimos que suspender por el nacimiento de mis sobrinos.Y yo no tenía ninguna prisa por empezar ese día.No cuando mi hermosa esposa estaba a mi lado, su cabello desordenado sobre la almohada y su respiración regular.Me acerqué a ella, dejando un beso suave en su hombro desnudo. Apenas se movió, murmurando algo que no entendí.Sonreí y me acerqué más, besando su cuello, trazando un camino lento hacia su oído.—Buenos días, Signora Conti, —murmuré contra su piel, mi voz aún ronca por el sueño.Mi esposa. Aún me costaba creerlo.Besé su frente, y luego la punta de su nariz. Ella gruñó alguna cosa antes de enterrar la cabeza en su almohada.—Mmm... cinco minutos más —murmuró con su voz ronca y apagada.—Cinco minutos... —respondí sonriendo—, es demasiado tiempo sin tí.Deslicé mi mano por su cintura para acercarla más a mí—¿Desde cuándo eres tan impaciente? —preguntó sin abrir los ojos.Pero la sonri
ValentinaEstaba sentada en el sillón cerca de la ventana, con Vittoria acurrucada en mi pecho mientras se alimentaba.Sus pequeños ojos abiertos me miraban, sin perder ninguno de mis movimientos.—Eres lo más hermoso que he hecho, principessa, —le susurré, inclinándome para besar su cabecita con cuidado.Ella dejó de succionar por un instante y soltó un pequeño sonido, como una risita.Sonreí, acariciando su espalda con delicadeza mientras ella volvía a su tarea con la concentración de una pequeña guerrera.Durante un momento, solo nos miramos. Yo, perdiéndome en sus ojos, y ella, como si estuviera dibujando cada rasgo de mi rostro en su memoria.Este era el único espacio donde podía sentir algo de paz, lejos del caos que Nicola había instaurado en nuestra vida desde que nació nuestra hija.Nicola adoraba a Vittoria más de lo que adoraba a cualquier ser en este mundo, pero su obsesión por mantenernos a salvo rayaba en lo absurdo.Había limitado hasta el número de veces que yo podía c
NicolaEl sonido de mi teléfono vibrando sobre el escritorio me sacó de mis pensamientos.Lo tomé y vi un mensaje en el grupo que compartía con Lorenzo y Renzo.Renzo: Necesitamos hablar.Fruncí el ceño. Renzo no era de los que escribía esas cosas si no era algo realmente importante.Respondí rápidamente.Yo: Estamos en la oficina.Lorenzo estaba sentado frente a mí. Levantó la cabeza en el momento que escuchó que dejé el teléfono sobre la mesa.—¿Qué pasó? —preguntó, sin mucho interés, revisando unos papeles.—Renzo. Quiere hablar, —respondí, encogiéndome de hombros.Lorenzo soltó un resoplido.—Esperemos que no sea otra vez Gabriella regañándolo por algo, —dijo con sarcasmo.Renzo estuvo con nosotros en menos de diez minutos. Entró hecho una furia y sin decir una palabra, caminó hasta el escritorio.Sacó un sobre de su chaqueta y lo dejó caer sobre la mesa frente a nosotros.Del sobre cayeron unas imágenes que creí que jamás volvería a ver.Lorenzo y yo saltamos de nuestras sillas c
EpílogoRenzo esperaba en una de las sillas de la sala de espera, tamborileando los dedos contra su rodilla mientras miraba de reojo a su esposa.Ella estaba a su lado, mirando una revista médica con una calma que él no lograba comprender... mucho menos sentir.Aunque ya habían pasado meses desde que Gabriella le dio la noticia, seguía sintiendo que cada consulta era una misión de alto riesgo.Gabriella bajó la revista y lo miró, como si pudiera leerle la mente. Su mirada suave contrastaba con el humor nervioso que él sentía en el estómago.—¿Siempre tienes que parecer que estás a punto de iniciar la tercera guerra mundial? —bromeó, su tono ligero pero con ese deje de cariño que nunca fallaba en calmarlo un poco.Renzo resopló, cruzando los brazos y recostándose contra el respaldo de la silla.—No sé cómo puedes estar tan tranquila, amore. Es como si no te dieras cuenta de que vamos a tener dos bebés...Ella sonrió, sin poder evitar la ternura que le provocaba verlo así: tan fuerte y
Prólogo La noche era la más oscura que jamás había visto. Las estrellas parecían apagadas, como si también lloraran por la ausencia que me afectaba ahora. El viaje de regreso a casa fue silencioso, solo se escuchaba el sonido de mis sollozos ahogados. No quería que papá me oyera llorar; ya estaba sufriendo demasiado. Él se veía destrozado. Las lágrimas que caían por sus mejillas le dificultaban ver el camino, pero seguía adelante, como si no supiera qué más hacer.El auto se detuvo frente a nuestra casa de verano, un lugar modesto en medio del campo que ahora parecía más solitario que nunca. La casa era pequeña, pero había sido siempre nuestro refugio, el lugar donde mamá solía cantar mientras cocinaba y donde papá me enseñaba a jugar a las cartas. Pero esa noche, el silencio lo llenaba todo, un silencio que me hacía sentir el dolor por la ausencia de mi mamá.—Estaremos bien aquí, piccola —dijo papá, pero su voz sonaba hueca, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo
NicolaEstaba de pie frente al espejo, ajustando el nudo de mi corbata con movimientos lentos y precisos. Mis manos, entrenadas para el control y la fuerza, se movían con una calma que no se reflejaba en mi cabeza. Miraba mi propio reflejo, el traje perfecto, el cabello peinado hacia atrás, la expresión impasible. No sentía nada especial, solo una ligera presión en el pecho que ya me era familiar. Una sensación de resignación, de inevitabilidad. Esta noche era mi fiesta de compromiso, y aunque debería haber algo de emoción, lo cierto es que todo me daba igual. Este era mi deber, mi responsabilidad. Vivía por y para la familia, y eso significaba hacer lo que se esperaba de mí sin preguntas.La puerta de la habitación se abrió, y sin necesidad de girarme, supe que era mi padre. Su presencia era inconfundible, llena de autoridad, el tipo de autoridad que hacía que el aire en la habitación se volviera más denso. —Nicola —dijo, su voz profunda rompiendo el silencio mientras cerraba