Nicola
Estaba de pie frente al espejo, ajustando el nudo de mi corbata con movimientos lentos y precisos.
Mis manos, entrenadas para el control y la fuerza, se movían con una calma que no se reflejaba en mi cabeza.
Miraba mi propio reflejo, el traje perfecto, el cabello peinado hacia atrás, la expresión impasible.
No sentía nada especial, solo una ligera presión en el pecho que ya me era familiar. Una sensación de resignación, de inevitabilidad.
Esta noche era mi fiesta de compromiso, y aunque debería haber algo de emoción, lo cierto es que todo me daba igual.
Este era mi deber, mi responsabilidad. Vivía por y para la familia, y eso significaba hacer lo que se esperaba de mí sin preguntas.
La puerta de la habitación se abrió, y sin necesidad de girarme, supe que era mi padre.
Su presencia era inconfundible, llena de autoridad, el tipo de autoridad que hacía que el aire en la habitación se volviera más denso.
—Nicola —dijo, su voz profunda rompiendo el silencio mientras cerraba la puerta detrás de él. —Esta noche es importante para nuestra familia.
No respondí de inmediato, seguí ajustando la corbata, asegurándome de que estuviera perfectamente alineada.
No era la primera vez que escuchaba esas palabras, y probablemente no sería la última. Giré un poco la cabeza para mirarlo a través del espejo.
Su rostro, tan severo y lleno de expectativas, no mostraba ninguna emoción. Solo determinación.
Ese era Don Vittorio Moretti, mi padre, un hombre que vivía y respiraba por el poder y el control.
—Lo sé —respondí con la voz tranquila.
Mi padre se acercó, deteniéndose justo detrás de mí, y vi cómo su reflejo se imponía junto al mío.
Nos parecíamos mucho, en el porte, en la mirada fría, pero mientras él siempre había tenido claro su propósito, yo solo sentía un vacío donde debería estar algo más.
—Este compromiso es importante —continuó, y noté un tono más serio en su voz. —La familia de tu prometida es influyente, sus lazos en el norte nos serán útiles. Su matrimonio fortalecerá nuestra posición, nos asegurará más control. No es solo una cuestión de alianzas, es una cuestión de poder.
Poder.
Esa palabra lo resumía todo. Para él, el mundo giraba en torno a eso, y yo, como su primogénito, había sido criado para entenderlo, para aceptarlo y un día, para ocupar su lugar.
No esperaba menos de mí que la obediencia absoluta.
Y eso era lo que iba a darle.
Asentí, girándome para enfrentarlo. Podía ver el peso del mundo en sus ojos, un peso que algún día recaería completamente sobre mis hombros.
—Entiendo, padre —dije, con una firmeza que no sentía por dentro, pero que sabía debía mostrar. —Sé lo que significa y estoy listo para hacerlo.
Mi padre me observó en silencio durante unos segundos, evaluándome, como siempre lo hacía. Quería asegurarse de que no solo cumplía, sino que lo hacía con la convicción necesaria para mantener el legado de nuestra familia.
—Bien. No puedes permitirte fallar, —asintió, una pequeña señal de aprobación en su mirada.
Fallarle a la familia era impensable, un concepto que ni siquiera consideraba. Fallar no era una opción, nunca lo había sido. La familia era lo único que importaba, lo único que había conocido.
—No fallaré —repliqué, con la convicción que él esperaba.
Mi padre dio un paso atrás, alejándose, pero no sin antes colocar una mano en mi hombro, un gesto raro en él, casi… humano.
—Eres un buen hijo, Nicola —dijo, su voz bajó un poco antes de continuar... —Tu madre estaría muy orgullosa de tí.
Esas palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba.
Mi madre, la mujer que siempre había tenido una forma de suavizar la dureza de la vida en esta familia, había sido la única que podía hacerme sentir algo más que frío.
Sentí una punzada en el pecho, algo que rápidamente reprimí, porque no había espacio para sentimientos ahora.
La vida era lo que era, y yo tenía que seguir adelante, por la familia.
—Gracias, padre —le respondí con la voz controlada.
Él asintió, retirando su mano y girándose para salir de la habitación, dejándome solo de nuevo.
Me volví hacia el espejo una vez más, mirando a ese hombre que me devolvía la mirada.
Estaba listo, o al menos eso era lo que me había convencido de creer.
Alisé una última vez el frente de mi chaqueta y respiré hondo. Esta noche no era para mí, no se trataba de lo que yo quería. Se trataba de lo que la familia necesitaba.
Y yo, Nicola Moretti, haría lo que fuera necesario para asegurar nuestro poder.
Llegué al restaurante puntual, como siempre.
Afuera, la noche era oscura y fría, pero el interior del lugar estaba cálido y lleno de luz.
Las paredes decoradas con elegancia, las mesas cubiertas de manteles blancos y el suave murmullo de las conversaciones formaban un ambiente que debería haberme tranquilizado.
Pero no lo hizo.
Cada paso que daba hacia el salón privado donde se realizaría el compromiso sentía una presión invisible apretándome el pecho. No era nerviosismo, sino una sensación extraña, como si fuera un mal augurio.
Al entrar, lo primero que vi fue a mi futuro suegro, el jefe de una familia influyente del norte.
Era un hombre robusto, de cabello canoso y ojos oscuros que parecían medirlo todo en cuestión de segundos.
Junto a él, una chica mucho más joven que yo. Me detuve un segundo al verla, sintiendo una ligera inquietud.
No era lo que esperaba.
Claro que sabía que sería joven, pero verla, de pie junto a su padre, con un rostro que apenas había empezado a perder la niñez, hizo que me invadiera una sensación incómoda.
No podía negar que era hermosa, pero la diferencia de edad y lo que representaba este compromiso me hacían pensar en todas las diferencias que tendríamos.
Aun así, dejé que mi expresión se mantuviera neutral. Esto era lo que tenía que hacer, lo que debía hacerse.
—Nicola —dijo mi padre al acercarse a nosotros. —Te presento a Pietro Ricci, nuestro nuevo aliado. Pietro, este es mi hijo, Nicola.
Él asintió, su mirada recorriéndome de arriba abajo antes de extender la mano. Se notaba que también me evaluaba, tratando de ver si era digno de casarme con su hija.
Apreté su mano con firmeza, devolviendo la misma mirada evaluadora. Si él buscaba debilidades, no encontraría ninguna en mí.
—Pietro —dije con un tono respetuoso. —Es un honor.
—Nicola —respondió él, con una voz grave. —Estoy seguro de que esta unión traerá grandes cosas para ambas familias.
Mis ojos se desviaron hacia la chica que estaba a su lado. Ella me miraba con una mezcla de curiosidad y algo de timidez.
Era bella, en eso no había duda, con un rostro delicado enmarcado por un cabello castaño que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Me recordaba a una muñeca de porcelana, frágil y hermosa.
—Nicola, —dijo Pietro, rompiendo el breve silencio, —te presento a mi hija, Claudia.
Claudia. Un nombre suave para una chica que parecía igual de suave. Me acerqué a ella, intentando apartar cualquier duda de mi mente. Esto no era una cuestión de sentimientos, sino de deber.
Aun así, mientras tomaba su mano, noté que era pequeña y fría en comparación con la mía, lo que me produjo una punzada de algo que no supe identificar.
—Claudia, —dije con una suavidad que no sabía que podía tener, —es un placer conocerte.
Levanté su mano hacia mis labios, besando suavemente el dorso, tal como dictaban las formalidades. Pude ver que ella me daba una pequeña sonrisa, pero también noté una leve tensión en sus ojos. Esto era algo nuevo para los dos, y nos incomodaba a ambos por igual.
—El placer es mío, Nicola —respondió con su voz tan suave como su apariencia. —Mi padre me ha hablado mucho de ti.
Antes de que pudiera responder, mi padre intervino, dirigiéndose a Pietro mientras nos observaba.
—Nuestros hijos construirán un futuro sólido juntos —dijo con la convicción de quien está acostumbrado a hacer planes y verlos realizados.
Tal vez por esa razón, no se esperaba lo que la noche nos deparaba.
Mi mente estaba dividida entre el deber que representaba este compromiso y la sensación constante de incomodidad que me recorría el cuerpo.
Justo cuando Claudia se disponía a tomar su asiento, la puerta del restaurante se abrió de golpe. El sonido de pasos apresurados, pesados, llenó el lugar.
Al girarme, vi a varios hombres vestidos de negro, con máscaras que ocultaban sus rostros. Mi estómago se hundió de inmediato. No tuve tiempo de pensar, solo de reaccionar.
Y en un instante, todo se volvió un infierno.
NicolaEl primer disparo resonó como un trueno, y vi a Pietro, mi ex futuro suegro, tambalearse hacia atrás, su cuerpo rígido mientras caía sobre la mesa, llevándose todo en su camino al suelo. Claudia, que estaba justo a su lado, gritó, un sonido agudo que se mezcló con el estallido de más disparos. Pietro había caído tratando de protegerla, empujándola hacia un lado en un intento desesperado de salvarla.Mi cuerpo se movió por instinto, lanzándome hacia ella antes de que fuera demasiado tarde, pero el caos alrededor me ralentizaba. Las balas volaban por todas partes, perforando paredes, mesas y cuerpos. La sangre salpicaba por todos lados, manchando de rojo el blanco inmaculado de los manteles.—¡Claudia! —grité, intentando alcanzar su mano, que estaba extendida hacia mí mientras ella caía al suelo. Pero no fui lo suficientemente rápido. Una bala atravesó su pecho, y vi cómo sus ojos se apagaban, su cuerpo se desplomaba al suelo, sus manos cayendo sin fuerza. La sangre brotaba d
Valentina Caminé por el campus de la universidad con una sonrisa que no podía quitarme del rostro. Palermo, una ciudad nueva, llena de posibilidades y, lo más importante, lejos de los ojos vigilantes de mi padre. Me sentía ligera, como si me hubieran quitado un peso de encima. Finalmente, estaba sola, en control de mi vida, sin que nadie metiera las narices en mis asuntos. Había algo casi poético en empezar de cero, en una ciudad que apenas conocía.Mientras caminaba, observaba todo a mi alrededor con curiosidad. Los edificios antiguos, los árboles que se alineaban a lo largo del camino principal, y los grupos de estudiantes que charlaban y reían. Era una escena que parecía sacada de una película, todo tan normal, tan cotidiano, que me hizo sentir como si al final estuviera donde se suponía que debía estar. No podía evitar imaginar todas las cosas que me esperaban aquí. Esta era mi oportunidad de ser solo Valentina, sin secretos, sin mentiras, sin presiones.Pero entonces, al gi
Valentina Estaba en mi apartamento, rodeada por el caos que siempre me acompañaba cuando estaba empacando para un viaje. Mi cama estaba cubierta de ropa, zapatos y un par de libros que no había decidido si llevar o no. Me mordí el labio mientras metía un par de jeans y una blusa en mi bolso, asegurándome de no olvidar nada. Bianca estaba en el otro lado de la habitación, sentada en el borde de la cama, mirando su teléfono con una expresión distraída pero se la notaba más feliz. Llevábamos ya un semestre siendo las mejores amigas.Sin embargo, aunque habíamos llegado a conocernos bastante bien, aún no había tenido la oportunidad de conocer a su familia. Sabía que había algo detrás de eso, pero nunca había querido presionarla. Ahora, eso estaba a punto de cambiar.Bianca me había invitado a pasar el fin de semana en su casa, algo que había esperado durante meses, y que no admitiría en voz alta. Su cumpleaños era mañana, y había planeado una fiesta por la noche. —¿Estás lista? —me
NicolaEstaba sentado en mi habitación, frente a las computadoras, la luz de las pantallas iluminaba mi rostro en la penumbra.El sonido constante de los ventiladores de las máquinas llenaba el aire, un zumbido casi hipnótico que solía calmarme, pero no hoy.No cuando cada fibra de mi ser estaba alerta, cada músculo en mi cuerpo tenso como un resorte a punto de soltarse.Desde que Bianca me había dicho que traería a una amiga a pasar el fin de semana, mis alertas se dispararon en todos los sentidos.Tenía su expediente delante de mí, uno de esos informes detallados que mis contactos podían conseguir con un simple pedido.Valentina Rinaldi, italiana de veinte años, hija única de un empresario en ascenso y una ama de casa. Estaba estudiando Relaciones Internacionales en la universidad de Palermo.Era una ficha limpia, al menos en la superficie, sin conexiones visibles a nada que pudiera representar una amenaza para mi familia.Y sin embargo, no podía evitar el impulso de saber más. De c
Valentina"Nicola" Escuché que alguien decía ese nombre, el hombre que me tenía atrapada en sus brazos apretó la mandíbula con fuerza. Podía sentir la tensión en su cuerpo, como su agarre se apretó, y el calor de su piel pasaba a través del poco espacio que quedaba entre nosotros.Mis pensamientos estaban fragmentados, como si estuviera suspendida en un estado de trance. El modo en que me sujetaba contra él, su fuerza tan evidente y controlada, me dejó sin aliento.Cada fibra de mi ser estaba al tanto de su proximidad, de la forma en que su respiración se volvía más profunda, más pesada, al sentirnos tan cerca.Mi mente había dejado de lado cualquier lógica, y solo podía pensar en lo fácil que sería perderme en el calor de sus labios, en lo inevitable que se sentía todo esto.Por un instante, pensé que estaba enojado por la interrupción, o tal vez... algo más. Algo que él estaba intentando controlar, que, posiblemente, no quería mostrar al mundo. Sentí su respiración en mi cuello, cá
Nicola—Nicola, —la voz de Renata tembló mientras me entregaba la carpeta con los documentos que había solicitado. —¿Qué pasó para que salieras?Levanté la vista de los papeles que sostenía en mis manos. Me la quedé mirando durante unos segundos, sin decir nada, solo observando cómo sus ojos nerviosos buscaban alguna señal en mi rostro.Pero no sentía nada. Ninguna presión en el pecho, ni ese familiar cosquilleo en la espalda que me recorría cada vez que consideraba la idea de abandonar mi habitación.Cinco años.Habían pasado cinco años desde que me encerré apartado del mundo exterior.Todo había comenzado después de esa maldita cena de compromiso fallida. Pasé semanas en coma después de lo que ocurrió aquella noche. Un error que casi me costó la vida.Cuando desperté, mi cuerpo estaba débil, mis movimientos torpes y descoordinados. Cada paso que daba me recordaba lo lejos que estaba de la fuerza y el control que solía tener.Los dolores de cabeza eran constantes, acompañados por mar
NicolaMis ojos se estrecharon mientras observaba con más detenimiento.Y entonces lo vi. La forma en que su cuerpo se arqueaba, la manera en que sus manos se movían bajo las sábanas, como si intentara sofocar una necesidad que se negaba a ignorar.Todo mi autocontrol comenzó a desmoronarse en cuestión de segundos.Sin poder contenerme, activé el sonido de la habitación, mis dedos moviéndose rápidos y ansiosos sobre el teclado.En cuanto lo hice, sus gemidos resonaron en mi habitación, llenando el aire con una intensidad que me hizo apretar los dientes. El sonido de su respiración entrecortada, sus suaves jadeos, era todo lo que necesitaba para hacerme perder la cabeza.Pero cuando la escuché gemir "Nicola", mi nombre escapando de sus labios en un susurro entrecortado, todo mi autocontrol se fue al carajo.Podía sentir el calor acumulándose en mi entrepierna otra vez, extendiéndose por mi cuerpo como un incendio incontrolable.Mi nombre. Valentina jadeaba mi maldito nombre, allí, en s
NicolaCuando salí de la mansión, un auto oscuro ya me esperaba en la entrada, su motor ronroneaba suavemente, preparado para llevarme directo al infierno, si era necesario.Mi respiración aún pesada, efectos de lo que había sucedido en la habitación de Valentina que seguían retumbando en mi mente y picando en mi piel.Cada paso que daba era un esfuerzo consciente por apartar esos pensamientos, por mantenerme enfocado en lo que tenía que hacer ahora y no volver corriendo a su lado.Mi deseo por ella seguía palpitando bajo mi piel, pero había otras prioridades, otras urgencias que no podían esperar.Este era mi mundo, donde un solo error podía costarte la vida. Ya no había tiempo para distracciones.Cuando abrí la puerta del auto y me acomodé en el asiento trasero, mi mirada se cruzó con la de Lorenzo, que estaba en el asiento del conductor.No dijo nada, pero sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que solo alguien que lo conocía bien podría interpretar. No era la sonrisa fría d