Nicola
El primer disparo resonó como un trueno, y vi a Pietro, mi ex futuro suegro, tambalearse hacia atrás, su cuerpo rígido mientras caía sobre la mesa, llevándose todo en su camino al suelo.
Claudia, que estaba justo a su lado, gritó, un sonido agudo que se mezcló con el estallido de más disparos. Pietro había caído tratando de protegerla, empujándola hacia un lado en un intento desesperado de salvarla.
Mi cuerpo se movió por instinto, lanzándome hacia ella antes de que fuera demasiado tarde, pero el caos alrededor me ralentizaba.
Las balas volaban por todas partes, perforando paredes, mesas y cuerpos. La sangre salpicaba por todos lados, manchando de rojo el blanco inmaculado de los manteles.
—¡Claudia! —grité, intentando alcanzar su mano, que estaba extendida hacia mí mientras ella caía al suelo.
Pero no fui lo suficientemente rápido.
Una bala atravesó su pecho, y vi cómo sus ojos se apagaban, su cuerpo se desplomaba al suelo, sus manos cayendo sin fuerza. La sangre brotaba de la herida, manchando su vestido.
El caos era absoluto.
No había orden, no había control, solo el sonido ensordecedor de los disparos y los gritos de dolor de los heridos. Mi visión se nubló mientras corría hacia Claudia, deslizándome sobre el suelo ensangrentado, mi corazón latiendo tan rápido que sentía que explotaría.
La tomé en mis brazos, sintiendo el calor de su sangre empapando mis manos, mi traje, todo. Su cuerpo estaba aún tibio, sus ojos abiertos pero vacíos, y supe en ese instante que se había ido.
Una vida arrebatada antes de que hubiera siquiera comenzado.
Escuché más disparos y giré la cabeza para ver a mi padre, agazapado detrás de una mesa, disparando con precisión fría a los hombres enmascarados.
Su rostro era una máscara de concentración, los labios apretados y los ojos llenos de una ira feroz.
No por nada él era el Don, un hombre hecho para la guerra, para la muerte. Y en ese momento, no había duda de que haría lo necesario para sobrevivir.
Pero mientras él disparaba, otra ráfaga de balas atravesó la habitación, destrozando las sillas y la vajilla, arrancando pedazos de las paredes y del mobiliario.
Los gritos seguían llenando el aire, mezclándose con el sonido de los disparos, el olor acre de la pólvora y el hierro de la sangre que empapaba todo a mi alrededor.
—¡Nicola! —la voz de mi padre me alcanzó a través del caos. —¡Aquí, ahora!
Lo vi haciendo señas para que me moviera hacia él, sus ojos fijos en mí, llenos de urgencia.
No era una petición, era una orden, una que mi cuerpo obedeció sin dudar. Solté el cuerpo sin vida de Claudia, y me lancé hacia donde estaba mi padre, deslizándome detrás de la mesa justo cuando otra bala pasó zumbando por encima de mi cabeza.
Saqué mi arma mientras intentaba hacer lo mismo, pero cada vez que apretaba el gatillo, sentía que faltaba algo, como si todo se estuviera desmoronando en mis manos.
Había fallado a mi familia, a nuestra misión, a todo por lo que había trabajado. Sentía un peso en el pecho que casi me impedía respirar, una mezcla de culpa, rabia y desesperación que me carcomía por dentro.
Estaba perdido en esos pensamientos oscuros cuando, de repente, algo me golpeó por el costado con una fuerza brutal.
No vi de dónde venía, solo sentí el impacto y luego el suelo bajo mi cuerpo mientras rodaba, luchando por mantener el equilibrio. Intenté reaccionar, pero era demasiado tarde.
La figura oscura, vestida de negro, me empujó con una velocidad y fuerza que no esperaba, y antes de darme cuenta, estábamos girando en el suelo, enredados en una lucha desesperada.
Rodamos hasta llegar al pasillo que llevaba a los baños, lejos del caos principal.
Mi espalda golpeó contra la pared, el dolor recorrió mi columna, pero lo ignoré. Intenté apuntar con mi arma, pero una mano rápida me la arrebató antes de que pudiera hacer algo.
La rabia me inundó, caliente y explosiva. No podía fallar otra vez, no podía dejar que esto terminara así.
Grité, más por frustración que por miedo, mientras lanzaba un puñetazo directo al rostro de mi atacante.
Sentí el impacto en mis nudillos, un breve momento de victoria, pero se fue tan pronto llegó. La figura esquivó mi siguiente ataque con una gracia peligrosa, su puño me golpeó en el estómago, robándome el aliento. Mi cuerpo se dobló por el dolor, y otro golpe me derribó por completo.
Caí de espaldas, el aire escapando de mis pulmones, y en un parpadeo, estaba sobre mí.
Sentí el peso de su cuerpo apretándome contra el suelo, sus rodillas clavándose a ambos lados de mis costillas, inmovilizándome. Intenté luchar, pero mis fuerzas se agotaban, y me di cuenta de que estaba atrapado.
Se subió un poco la máscara, y lo noté. Sus labios... eran carnosos, parecían suaves, un contraste sorprendente con la violencia de sus acciones.
Fue entonces cuando todo en mí se detuvo al darme cuenta de que era una mujer, una mujer demasiado fuerte y peligrosa...
—Eres fuerte, —dijo, su voz baja, teñida de una ironía que me hizo hervir la sangre, pero en dos sentidos completamente opuestos, —es un desperdicio que tenga que matarte.
En ese instante, algo se movió dentro de mí, algo que no esperaba sentir en medio de una situación tan desesperada. Era una emoción que no podía identificar del todo, y que no tenía sentido en este momento.
Su aliento cálido rozó mi rostro y la tensión en el aire se hizo casi insoportable, no sabía si era por el hecho de estar a su merced o por algo más profundo, más visceral.
Vi sus labios curvarse en una sonrisa... una sonrisa que me desarmó más que cualquier golpe que hubiera recibido en toda mi vida.
Antes de que mi mente pudiera registrar lo que estaba sucediendo, ella se inclinó hacia mí y presionó sus labios contra los míos.
El beso no fue suave ni dulce, y pronto me encontré correspondiendo el movimiento de sus labios.
Fue ardiente, desesperado, lleno de una intensidad que me atravesó como una descarga eléctrica. Sentí su aliento mezclarse con el mío, el calor de su lengua encendiendo algo en mi interior que no había sentido jamás.
Era un caos, como todo lo demás en esa noche, pero este caos... este caos era... diferente.
Mi cuerpo que había estado tenso, listo para luchar hasta el final, se rindió por un instante. Mi mano había estado tratando de empujarla, se quedó inmóvil, atrapada entre la necesidad de seguir luchando y el impulso primario de atraer su cuerpo al mío.
Y algo en mí, algo oscuro y profundo, se despertó con un rugido animal. Ess parte que ni siquiera sabía que existía se encendió, haciendo que mi corazón latiera aún más rápido, no por el miedo... sino por algo mucho más peligroso.
El beso duró solo unos segundos, pero fueron suficientes para dejarme aturdido, con una necesidad desesperada por más de sus labios, más de ella.
Cuando se apartó, su mirada se clavó en la mía, como si estuviera leyéndome, como si fuera consciente de lo que acababa de desatar dentro de mí.
Su sonrisa no se desvaneció mientras se levantaba, dejándome allí, tirado en el suelo, respirando con dificultad, tratando de entender qué demonios acababa de pasar.
—Recuerda esto, querido Nicola, —susurró, y su voz tenía una mezcla de promesa y amenaza. —No es el final.
Sentí un dolor agudo en la cabeza, un golpe seco que resonó en mi cráneo como el eco de una campana.
Todo se volvió borroso de inmediato, la realidad desmoronándose en un caleidoscopio de colores y sombras.
La oscuridad se cerraba a mi alrededor, mis párpados se volvían pesados, y sentí cómo me deslizaba hacia un abismo profundo, incapaz de luchar, incapaz de resistir.
Su silueta, oscura y borrosa, fue lo último que vi antes de que todo se apagara, su figura desapareciendo en la penumbra, dejándome solo con el eco de su voz y el dulce sabor de sus labios en mi boca.
El mundo se fue desvaneciendo, y lo último que sentí fue el frío del suelo bajo mi mejilla, el calor de la sangre corriendo lentamente por mi cabeza y la certeza de que, cuando despertara, nada volvería a ser igual.
Y luego, nada. Solo el silencio. Solo la oscuridad.
Valentina Caminé por el campus de la universidad con una sonrisa que no podía quitarme del rostro. Palermo, una ciudad nueva, llena de posibilidades y, lo más importante, lejos de los ojos vigilantes de mi padre. Me sentía ligera, como si me hubieran quitado un peso de encima. Finalmente, estaba sola, en control de mi vida, sin que nadie metiera las narices en mis asuntos. Había algo casi poético en empezar de cero, en una ciudad que apenas conocía.Mientras caminaba, observaba todo a mi alrededor con curiosidad. Los edificios antiguos, los árboles que se alineaban a lo largo del camino principal, y los grupos de estudiantes que charlaban y reían. Era una escena que parecía sacada de una película, todo tan normal, tan cotidiano, que me hizo sentir como si al final estuviera donde se suponía que debía estar. No podía evitar imaginar todas las cosas que me esperaban aquí. Esta era mi oportunidad de ser solo Valentina, sin secretos, sin mentiras, sin presiones.Pero entonces, al gi
Valentina Estaba en mi apartamento, rodeada por el caos que siempre me acompañaba cuando estaba empacando para un viaje. Mi cama estaba cubierta de ropa, zapatos y un par de libros que no había decidido si llevar o no. Me mordí el labio mientras metía un par de jeans y una blusa en mi bolso, asegurándome de no olvidar nada. Bianca estaba en el otro lado de la habitación, sentada en el borde de la cama, mirando su teléfono con una expresión distraída pero se la notaba más feliz. Llevábamos ya un semestre siendo las mejores amigas.Sin embargo, aunque habíamos llegado a conocernos bastante bien, aún no había tenido la oportunidad de conocer a su familia. Sabía que había algo detrás de eso, pero nunca había querido presionarla. Ahora, eso estaba a punto de cambiar.Bianca me había invitado a pasar el fin de semana en su casa, algo que había esperado durante meses, y que no admitiría en voz alta. Su cumpleaños era mañana, y había planeado una fiesta por la noche. —¿Estás lista? —me
NicolaEstaba sentado en mi habitación, frente a las computadoras, la luz de las pantallas iluminaba mi rostro en la penumbra.El sonido constante de los ventiladores de las máquinas llenaba el aire, un zumbido casi hipnótico que solía calmarme, pero no hoy.No cuando cada fibra de mi ser estaba alerta, cada músculo en mi cuerpo tenso como un resorte a punto de soltarse.Desde que Bianca me había dicho que traería a una amiga a pasar el fin de semana, mis alertas se dispararon en todos los sentidos.Tenía su expediente delante de mí, uno de esos informes detallados que mis contactos podían conseguir con un simple pedido.Valentina Rinaldi, italiana de veinte años, hija única de un empresario en ascenso y una ama de casa. Estaba estudiando Relaciones Internacionales en la universidad de Palermo.Era una ficha limpia, al menos en la superficie, sin conexiones visibles a nada que pudiera representar una amenaza para mi familia.Y sin embargo, no podía evitar el impulso de saber más. De c
Valentina"Nicola" Escuché que alguien decía ese nombre, el hombre que me tenía atrapada en sus brazos apretó la mandíbula con fuerza. Podía sentir la tensión en su cuerpo, como su agarre se apretó, y el calor de su piel pasaba a través del poco espacio que quedaba entre nosotros.Mis pensamientos estaban fragmentados, como si estuviera suspendida en un estado de trance. El modo en que me sujetaba contra él, su fuerza tan evidente y controlada, me dejó sin aliento.Cada fibra de mi ser estaba al tanto de su proximidad, de la forma en que su respiración se volvía más profunda, más pesada, al sentirnos tan cerca.Mi mente había dejado de lado cualquier lógica, y solo podía pensar en lo fácil que sería perderme en el calor de sus labios, en lo inevitable que se sentía todo esto.Por un instante, pensé que estaba enojado por la interrupción, o tal vez... algo más. Algo que él estaba intentando controlar, que, posiblemente, no quería mostrar al mundo. Sentí su respiración en mi cuello, cá
Nicola—Nicola, —la voz de Renata tembló mientras me entregaba la carpeta con los documentos que había solicitado. —¿Qué pasó para que salieras?Levanté la vista de los papeles que sostenía en mis manos. Me la quedé mirando durante unos segundos, sin decir nada, solo observando cómo sus ojos nerviosos buscaban alguna señal en mi rostro.Pero no sentía nada. Ninguna presión en el pecho, ni ese familiar cosquilleo en la espalda que me recorría cada vez que consideraba la idea de abandonar mi habitación.Cinco años.Habían pasado cinco años desde que me encerré apartado del mundo exterior.Todo había comenzado después de esa maldita cena de compromiso fallida. Pasé semanas en coma después de lo que ocurrió aquella noche. Un error que casi me costó la vida.Cuando desperté, mi cuerpo estaba débil, mis movimientos torpes y descoordinados. Cada paso que daba me recordaba lo lejos que estaba de la fuerza y el control que solía tener.Los dolores de cabeza eran constantes, acompañados por mar
NicolaMis ojos se estrecharon mientras observaba con más detenimiento.Y entonces lo vi. La forma en que su cuerpo se arqueaba, la manera en que sus manos se movían bajo las sábanas, como si intentara sofocar una necesidad que se negaba a ignorar.Todo mi autocontrol comenzó a desmoronarse en cuestión de segundos.Sin poder contenerme, activé el sonido de la habitación, mis dedos moviéndose rápidos y ansiosos sobre el teclado.En cuanto lo hice, sus gemidos resonaron en mi habitación, llenando el aire con una intensidad que me hizo apretar los dientes. El sonido de su respiración entrecortada, sus suaves jadeos, era todo lo que necesitaba para hacerme perder la cabeza.Pero cuando la escuché gemir "Nicola", mi nombre escapando de sus labios en un susurro entrecortado, todo mi autocontrol se fue al carajo.Podía sentir el calor acumulándose en mi entrepierna otra vez, extendiéndose por mi cuerpo como un incendio incontrolable.Mi nombre. Valentina jadeaba mi maldito nombre, allí, en s
NicolaCuando salí de la mansión, un auto oscuro ya me esperaba en la entrada, su motor ronroneaba suavemente, preparado para llevarme directo al infierno, si era necesario.Mi respiración aún pesada, efectos de lo que había sucedido en la habitación de Valentina que seguían retumbando en mi mente y picando en mi piel.Cada paso que daba era un esfuerzo consciente por apartar esos pensamientos, por mantenerme enfocado en lo que tenía que hacer ahora y no volver corriendo a su lado.Mi deseo por ella seguía palpitando bajo mi piel, pero había otras prioridades, otras urgencias que no podían esperar.Este era mi mundo, donde un solo error podía costarte la vida. Ya no había tiempo para distracciones.Cuando abrí la puerta del auto y me acomodé en el asiento trasero, mi mirada se cruzó con la de Lorenzo, que estaba en el asiento del conductor.No dijo nada, pero sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que solo alguien que lo conocía bien podría interpretar. No era la sonrisa fría d
ValentinaDesperté con el sudor pegado a mi cuerpo, como una segunda piel.Mis músculos aún estaban sensibles por el placer que había recorrido mi cuerpo, mientras me quedaba acostada en la cama, con los ojos aún cerrados, dejé que mis dedos se deslizaran hacia mi vientre, rozando mi piel aún caliente.Una chispa de deseo me atravesó cuando recordé el toque de Nicola. El placer que me había dado… el fuego que había encendido en mí en mis sueños...Abrí los ojos de golpe, sentándome bruscamente en la cama.No. No había sido un sueño.Él realmente había estado aquí, en esta misma habitación, su cuerpo tan cerca del mío, sus dedos dentro de mí, que el simple recuerdo hacía que mi corazón latiera con fuerza.Me mordí el labio con una mezcla de nerviosismo y excitación todavía vibrando en mi pecho.¡Ay no!Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de él, alguna evidencia de lo que había sucedido.Las sábanas estaban revueltas, empujadas hacia un lado, pero no había señales de mi consolado