ValentinaEl sonido de la música y los latidos desbocados de mi corazón, eran lo único que podía escuchar en mi mente. Y ninguno de ellos callaba el lío de emociones que había empezado a sentir.La ceremonia en la iglesia había terminado, y ahora estábamos en nuestra casa, donde se decidió, bueno, mi marido ordenó, que se realizara la fiesta.Pero a pesar de la alegría que debería estar sintiendo por mi amiga, no podía dejar de pensar en lo que estaba por venir.Sabía que, al llegar el final de esta noche, también llegaría el fin de la vida de Alessandro.Era su destino, uno que él mismo había ganado. Sin embargo, algo en todo aquello me dejaba un sabor amargo.No podía descifrarlo.Quizás era el peso de los recuerdos, de todo lo que había significado para mí y para Shadow, aunque eso ya no tuviera lugar en nuestras vidas.Caminé hasta la barra en un rincón de la sala, donde las botellas exclusivas brillaban, esperándome.Tomé una copa limpia y me serví un poco de whisky, el líquido á
ValentinaEn ese momento, la puerta se abrió de golpe. Alessandro giró la cabeza bruscamente y sus gritos se silenciaron de inmediato.Nicola entró primero, su presencia oscura y autoritaria llenando la sala como siempre lo hacía, seguido de Bianca y Lorenzo.Mi marido vino directamente hacia mí; su mirada pasó primero a Alessandro y luego se clavó en mis ojos, evaluándome detenidamenteSin decir una palabra, rodeó mi cintura con su brazo, su contacto fuerte y firme, demostrando a todos que yo era suya... pero también mostrándome a mí su apoyo incondicional.Bianca caminó con una lentitud digna de un depredador. Sus ojos nunca abandonaron a Alessandro, que ahora era más una sombra del hombre que había sido hace unas semanas atrás.Ella se detuvo frente a él, cruzándose de brazos mientras lo miraba con algo que no era solo odio, sino una especie de calma helada.—Yo decidiré tu final, Alessandro, —dijo, su tono controlado pero cargado de odio—. Pero... no voy a ensuciarme las manos con
NicolaEl humo y el olor a metal quemado aún impregnaban el aire del sótano.Alessandro había encontrado su final, pero a decir verdad, la satisfacción que debería sentir no estaba.Estaba de nuevo en ese lugar, tres días después, con las manos en los bolsillos de mi pantalón, mirando el toro de hierro, ahora frío y silencioso.Solo quería que esto terminara de una vez, que limpiaran todo el maldito desastre y que yo pudiera salir de allí.Dos de mis hombres trabajaban en silencio, sus movimientos mecánicos mientras sacaban lo que quedaba del cuerpo de Alessandro. No los miraba directamente; no tenía interés en los detalles.—Sean rápidos, —ordené con voz grave—. No quiero rastro alguno de esto por la mañana.Asintieron sin hablar, y uno de ellos cerró una bolsa negra antes de seguir limpiando."¿Por qué mierda estoy aquí?" Esa era la única pregunta que me atormentaba.En ese momento, no me importaba la limpieza, ni el maldito cadáver, ni siquiera el hecho de que Alessandro había sido
NicolaEstaba sentado en mi silla de cuero de la oficina, con Lorenzo y Shadow revisando informes a mi lado.Llevábamos horas leyendo los documentos para que las próximas entregas salieran a la perfección.—Parece que todo está en orden con el último pedido, —dijo Lorenzo, dejando un informe sobre la mesa—. No se preveen retrasos ni inconvenientes.—Era lo mínimo que esperaba, —respondí con seriedad, echándome hacia atrás en la silla.Shadow bostezó desde el otro lado de la mesa y apoyó las piernas en la superficie con descaro.—Qué aburridos se han vuelto, —comentó, girando el bolígrafo entre los dedos hasta que lo lanzó a la papelera—. Extraño los días en que no había que revisar informes y sí partirle la cara a alguien.—Hazlo otra vez y te parto la cara yo, —le gruñí sin mirarlo, aunque mi tono no era de verdadera amenaza.Soltó una risa burlona, pero en ese instante el sonido de una notificación nos interrumpió. Mi teléfono vibró sobre el escritorio, al igual que el de Lorenzo, q
ShadowLlegué a casa tarde por la noche.Apenas entré me di cuenta que estaba solo.Una sonrisa tiró de mis labios sabiendo que, a pesar de lo solitario que se sentía, este silencio no duraría mucho tiempo.Me senté en el sofá, buscando el mando de la televisión. Cuando lo encontré, escuché el sonido de la llave girando en la cerradura.Gabriella entró, con una cara de cansada, pero hermosa como siempre. Traía su mochila al hombro, todavía vestía el uniforme y el cabello desordenado en un moño alto.—Hola, —suspiró exhausta.A pesar de eso, me regaló una sonrisa tierna antes de acercarse y darme un beso.Ella tenía esa habilidad casi mágica: borraba todos mis problemas con una sonrisa o un beso.—¿Cómo estuvo tu día? —pregunté mientras ella dejaba el bolso a un lado.—Interminable. Pero sobreviví, como siempre, —respondió con una sonrisa agotada, caminando a la cocina—. ¿Tienes hambre? Voy a preparar algo rápido.—Te ayudo, —dije, levantándome del sofá y siguiéndola.Gabriella ya esta
ValentinaEstaba recostada en la cama, la casa estaba en silencio, como si hasta las paredes estuvieran esperando a que Nicola volviera con mi tan ansiado helado de pistacho.Mi teléfono vibró al lado mío. Lo desbloqueé automáticamente y vi que el mensaje era del grupo que tenía con Bianca y Gabriella: “Las reinas”, cortesía de Bianca, obviamente.Gabi: "Renzo la cagó."Fruncí el ceño, enderezándome un poco en la cama.B: "¿Qué pasó?"Yo: "¿Qué hizo ahora ese idiota?"Gabi: "Asumió que no quiero casarme ni tener hijos. ¿Puedes creerlo? Como si nunca hubiera querido algo serio con él."Solté una risa seca y negué con la cabeza. Ese era Renzo, siempre tan idiota con las cosas importantes.B: "¿Qué le pasa? Gabi, él es un bruto. Pero te digo algo, te ama. Solo que su cerebro no siempre funciona como debería."Yo: "B tiene razón. Renzo tiene el corazón en el lugar correcto, pero su cabeza… bueno, eso es otro asunto. ¿Dónde estás ahora?"Gabi: "En el taxi. Estoy llegando a mi apartamento.
NicolaTenía el tiramisú en el asiento del copiloto, y en mi interior una mezcla de irritación y resignación.Valentina me estaba volviendo loco con sus antojos y demandas, pero no podía negarle nada, no a la mujer de mi vida.El sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. La pantalla del auto mostró que era una llamada grupal del maldito grupo que Lorenzo había nombrado como "Los tres idiotas". Chasqueé la lengua, aceptando la llamada mientras seguía conduciendo.—¿Qué pasa ahora? —pregunté con mi tono seco y algo cansado.La voz de Shadow explotó al otro lado de la línea, acelerada y tensa.—¡Nicola! ¡Es Gabriella! Llegué a su apartamento y estaba todo hecho un desastre. Almohadas, muebles, todo tirado. Había una nota… —se detuvo un segundo, respirando pesado—. Una maldita nota que decía: "Pronto te contactaremos."Fruncí el ceño, mi mandíbula apretándose al escucharlo.—Cálmate, Renzo, —dije con voz firme, tratando de mantenerlo bajo control—. Dime exactamente qué viste.—¡Y
ValentinaRigel cortó la llamada y tiró el teléfono a un lado.En un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado, sacándose la máscara de la cabeza, antes de agacharse para intentar darme una mano. Aunque no podía coordinar ni un movimiento.Podía ver en sus ojos desorbitados, y su rostro, el terror que sentía.—Lo siento mucho, mi señora, —dijo con su voz entrecortada, evitando mi mirada—. Se me fue la mano, no fue mi intención…Levanté un dedo, deteniéndolo antes de que siguiera disculpándose.—No te preocupes, —respondí mientras sacudía el polvo de mi ropa—. Hiciste lo que te pedí, y lo hiciste bien.A pesar de mis palabras, el hombre parecía a punto de desmayarse.—No tuve mucha opción… —murmuró, su voz aún temblando—. Usted me amenazó con matarme si no lo hacía.Una pequeña sonrisa curvó mis labios mientras me encogía de hombros con indiferencia.—Bueno, y cumpliste. Así que aún podrás respirar. No te quejes tanto.Bianca y Gabriella se levantaron del suelo, quitándose la sangre fals