NicolaLa lluvia golpeaba mi rostro, pero no me importaba.Ni siquiera sentía el agua que empapaba mi ropa, pegándola a mi piel.Mi mente estaba en un solo lugar, en un solo pensamiento: Valentina.Todo lo demás era ruido de fondo.El dolor en mis manos, la sangre seca en mis nudillos, los cuerpos que habíamos dejado atrás… nada de eso significaba nada.Ella lo era todo, y cada segundo que pasaba sin encontrarla era una agonía que me carcomía por dentro.Avancé hacia la última puerta del escondite de la Camorra, con Lorenzo y Shadow siguiéndome de cerca. Pero ellos no hablaban. Sabían que no había espacio para distracciones. Sabían que yo estaba al borde del colapso, o peor, algo que ni ellos podrían controlar.Dos hombres custodiaban la entrada, fumando con una tranquilidad que me enfermó. No pensé, no dudé. Levanté mi pistola y disparé, directo a sus cabezas. No esperé a que cayeran.Ni siquiera me detuve a ver cómo sus cuerpos golpeaban el suelo. Mi respiración era pesada, mis paso
NicolaEl golpe vino rápido, directo a mi mandíbula.Apenas lo vi venir. Tropecé hacia atrás, llevándome una mano al rostro mientras lo miraba, sorprendido, pero aún más enfurecido.—¿Eso es lo que piensas? —gritó Lorenzo, su voz llena de rabia—. ¿Qué no soy capaz de protegerla? ¿Después de todo lo que hemos vivido juntos?—¡No eres suficiente! —le respondí, lanzándome sobre él con un puño que golpeó en su estómago.Se encorvó por un segundo, pero no cayó. Le tomó poco tiempo recuperarse. Pero cuando lo hizo, me devolvió el golpe con todas sus fuerzas.Nos enredados en una pelea que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.Shadow se levantó de un salto, intentando separarnos.—¡Basta ya, maldita sea! —gritó, separándonos a ambos con fuerza—. ¡¿En qué demonios están pensando?!Nos miramos, respirando con dificultad, ambos con los puños levantados pero sin dar el siguiente golpe. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, y mi mente aún estaba nublada por la furia.—¿Eso es todo para ti?
ValentinaTerminamos en un enorme sillón frente a una televisión plana en una suite del hotel más caro de la ciudad.Una de ellas había elegido una película para cerrar la noche. Las tres teníamos un gran tarro de helado que devorábamos con ansias.En la televisión veíamos una película romántica y cursi. No me interesaba lo más mínimo, pero decidí no decir nada, porque, por primera vez, parecía que estábamos disfrutando de una noche tranquila.Gabriella se burlaba de los clichés, y Bianca hacía preguntas tontas que, sorprendentemente, ambas respondíamos.Me recosté, sintiéndome cómoda, aunque una parte de mí sabía que esta calma era temporal.Mi teléfono vibró sobre la mesa, y supe que algo más estaba pasando. Lo sentí incluso antes de ver la notificación.Tomé el teléfono y desbloqueé la pantalla, viendo el mensaje que acababa de llegar. Era de Rigel. Una foto.Mis ojos se clavaron en la imagen y sentí cómo la sangre me hervía.Nicola estaba sentado en un bar, con una expresión sombr
ShadowMe movía en la ciudad, pasándome el límite de velocidad establecido, pero ya nada importaba.Después de la paliza que nos dimos en la casa de Nicola, lo único que me importaba era seguir buscando a mi mujer. Aunque tuviera que hacerlo solo.Me estaba volviendo loco, no podía dejar de pensar en Gabriella, en el secuestro, la nota, su rostro en esa videollamada...Nicola, Lorenzo y yo habíamos quemado cada rincón de Palermo buscando a nuestras mujeres, y aún no teníamos ni una puta respuesta.Giré en una esquina y, de repente, mi mirada se fijó en algo que no esperaba ver. Frente a un hotel, bajo las luces titilantes del letrero, estaban Gabriella y Bianca, de pie en la acera, esperando un taxi.Mis manos apretaron el manubrio con tanta fuerza que sentí los nudillos tensarse.Frené con brusquedad, deteniendo la motocicleta de golpe. El chirrido de las ruedas al detenerse hizo que algunos peatones se giraran a mirarme.Apenas me dió el tiempo de poner la pata a la motocicleta y cr
Bianca—Bianca —dijo, clavando los ojos en los míos—, ¿puedes explicarme qué demonios creías que estabas haciendo?—Lorenzo… —empecé, pero no me dejó continuar.—No, no digas nada —interrumpió, levantando una mano mientras respiraba hondo, intentando controlarse—. Estabas en un maldito hotel, desaparecida, mientras tu hermano, mi hermano y yo quemábamos media Palermo buscándolas. ¿¡En qué carajos estabas pensando!?Intenté respirar, mantenerme calmada pero su tono y la intensidad de su mirada, me hicieron temblar.—Valentina… —comencé de nuevo, pero él dio un paso más cerca, su mirada más oscura que nunca.—¡Valentina! Claro que fue idea de ella, ¿pero quién decidió seguirle el juego? —gruñó, señalándome con el dedo—. Tú, Bianca. Tú decidiste meterte en esto.Respiré hondo, cruzándome de brazos para intentar mantener el control de mi cuerpo.—Sí, lo hice —respondí, levantando el mentón en un gesto desafiante—. Quise hacerlo, fue mi elección. Valentina no me obligó.Lorenzo soltó una r
ValentinaNicola por fin se había dormido.Después de llegar a casa, me había hecho el amor como nunca antes; con una delicadeza y devoción que no había conocido antes.Cada beso, cada caricia cargada de amor. Terminamos exhaustos, no solo por el hecho en sí, si no que las emociones al final habían hecho mella en nosotros.Me había quedado recostada en la cama. Sus brazos estaban cruzados alrededor de mi cintura, su cabeza apoyada en mi pecho.Había llorado abrazado a mí, como un niño desbordado, sin barreras, sin máscaras. Su dolor había sido tan grande que me rompió por dentro.Tal vez todos piensen que fui cruel, que lo que le hice fue una maldita tortura... pero al verlo así, tan roto, comprendí que la verdadera tortura era para mí.El sonido del teléfono vibrando sobre la mesita de noche me hizo abrir los ojos de golpe.Moví la cabeza para verlo, pero no quise despertar a Nicola. Su rostro estaba relajado, sin rastros del dolor de antes, y no quería ser la responsable de arrebata
NicolaMe desperté sintiendo un vacío a mi lado que no debería estar allí.Mi mano tanteó entre las sábanas, pero no encontré nada más que el frío de la cama vacía. Abrí los ojos, el corazón golpeándome en el pecho, y miré a mi alrededor. No estaba. Mi esposa no estaba.Salí corriendo de la habitación, vistiendo solamente un boxer, sin importarme nada ni nadie. Mi mente llenándose imágenes de ella y mi hijo en peligro que se repetían una y otra vez.Bajé las escaleras saltándome escalones, y me encontré de frente con dos de los guardias en la entrada principal. Ambos miraron automáticamente al suelo apenas verme desnudo y con el rostro marcado por la ira.—¿Dónde está mi mujer? —arrastré las palabras.Ellos intercambiaban miradas incómodas. Uno se rascó la nuca, mientras que el otro carraspeó antes de responder:—En la cocina, señor.Me detuve por un segundo, parpadeando. Estaba asimilando ese escenario y conectándolo con las imágenes que mi mente se esmeraba en mostrarme para mi torm
LorenzoTenía a mi mujer entre mis brazos, su cabeza estaba descansando en mi pecho mientras sus dedos dibujaban círculos perezosos sobre mi piel.Moría de ganas por saltarle encima y hacerla mía... Pero ya me había "informado" de los arreglos que había hecho a mis espaldas con sus amigas...—¿Qué tal si cancelamos todos nuestros planes y nos quedamos aquí? —murmuré, inclinándome para besarle la frente.Mis manos comenzaron a deslizarse por su espalda con un propósito claro, y está vez no sería tan duro con ella. Al fin y al cabo, era mi esposa y no el objeto que había intentado mostrarle la noche anterior.Ella levantó la cabeza y me miró con una sonrisa divertida.—¿"Todos nuestros planes"? —preguntó levantando una ceja—. Tenemos un plan, y es ir a almorzar con tu jefe, tu único amigo, quien también es mi hermano, por si se te olvidó.Solté un gruñido bajo, frustrado, y dejé caer la cabeza contra la almohada.—Valentina fue la que inventó esa locura del secuestro, ¿por qué tendría q