LorenzoTenía a mi mujer entre mis brazos, su cabeza estaba descansando en mi pecho mientras sus dedos dibujaban círculos perezosos sobre mi piel.Moría de ganas por saltarle encima y hacerla mía... Pero ya me había "informado" de los arreglos que había hecho a mis espaldas con sus amigas...—¿Qué tal si cancelamos todos nuestros planes y nos quedamos aquí? —murmuré, inclinándome para besarle la frente.Mis manos comenzaron a deslizarse por su espalda con un propósito claro, y está vez no sería tan duro con ella. Al fin y al cabo, era mi esposa y no el objeto que había intentado mostrarle la noche anterior.Ella levantó la cabeza y me miró con una sonrisa divertida.—¿"Todos nuestros planes"? —preguntó levantando una ceja—. Tenemos un plan, y es ir a almorzar con tu jefe, tu único amigo, quien también es mi hermano, por si se te olvidó.Solté un gruñido bajo, frustrado, y dejé caer la cabeza contra la almohada.—Valentina fue la que inventó esa locura del secuestro, ¿por qué tendría q
ShadowEstaba en la iglesia, admirando el lugar, aunque más por falta de algo mejor que hacer que por verdadero interés en los detalles.Miré mi traje, ese que Gabriella había elegido cuidadosamente para mí, y que, según ella, me hacía ver “sofisticado". Lo único que sabía era que me apretaba demasiado y que la corbata parecía diseñada para estrangularme.Casi ocho meses habían pasado desde que me había arrodillado frente a ella con un anillo en la mano, y cada día después de eso había sido un auténtico tormento.Las flores. Las invitaciones. Los postres. Mierda.Había sobrevivido a disparos, torturas y misiones suicidas, pero nada me había preparado para el infierno de planear una boda.Suspiré, acomodándome el cuello del traje mientras mi mirada recorría el altar.Gabriella me había explicado cada detalle del lugar, pero, sinceramente, no recordaba nada de lo que me había dicho. Solo asentí como un idiota enamorado porque sabía que verla feliz valía todo ese esfuerzo.Aunque, claro,
NicolaLa ceremonia había sido un éxito total.Conocía bastante bien a mi capo para saber que, decir esas palabras tan sinceras en público, le había sido un esfuerzo enorme. Y, aunque nunca se lo diría, estaba muy orgulloso de él.Ellos avanzaban tomados de la mano, mirándose de reojo, cada uno con una enorme sonrisa en sus rostros.Valentina iba a mi lado, con una mano apoyada en mi brazo. Estaba cada día más hermosa, aunque ella dijera lo contrario.Aunque fue toda una odisea, me sentía muy feliz de haber visto día a día como crecía su vientre.Acompañarla a cada revisión médica, cada ecografía dónde veía a mi hijo, era lo mejor que me había pasado en la vida.Desde que lo sentí moverse en el vientre, hacíamos competencias con Lorenzo para ver cuál de nuestros bebés pateaba más fuerte, cosa que no era muy divertido para mí hermana y mi mujer.Mi teléfono ya no tenía más espacio, tenía fotos y videos de cada momento del embarazo, y, al pensar en todo eso, no podía dejar de mirar a mi
NicolaTodo mi mundo estaba reducido en esa sala y a la mujer que estaba quejándose en la cama, a punto de darme un hijo.Me acerqué a Gabriella cuando se acomodó para revisar a mi mujer. La vi moverse con profesionalismo, levantando la sábana para examinar algo que yo, en mi estupidez, no había anticipado.—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —rugí, mi voz resonó en la sala como una explosión.Gabriella levantó la vista y me miró con ese maldito aire de doctora paciente.—Estoy revisando la dilatación, Nicola, cálmate.—¡¿Qué demonios es eso?! —grité, señalando hacia la entrepierna de mi esposa.Al ver tanta sangre y la amplitud del sexø de mi mujer, sentí como me bajaba la presión.Gabriella suspiró, como si estuviera lidiando con un niño en plena rabieta.—Eso, Nicola, es tu mujer dando a luz. ¿Qué esperabas? ¿Magia?—¡Eso no es natural! ¡Es… es…! —No podía ni terminar la frase. ¿Cómo demonios iba a soportar Valentina algo así?Era una locura, una maldita locura.Lorenzo, en un intento
Nicola—Hubo una complicación, —respondió con un tono neutro, como si esa frase no pudiera destruirme en mil pedazos—. La doctora Bianchi está trabajando con ella ahora. Saldrá para informarle tan pronto como sea posible.—¿Qué tipo de complicación? —insistí, preguntando entre dientes.Donaba una generosa cantidad de dinero a este maldito hospital como para que me dieran ese tipo de respuesta.La doctora me observó sin inmutarse, manteniendo una expresión impasible. Sin embargo, su respuesta nunca llegó. Se limitó a asentir a Lorenzo con la cabeza antes de regresar a la sala de Bianca, cerrando la puerta tras de sí.Un peso insoportable se instaló en mi pecho.Mi mandíbula se tensó, y di un paso hacia la puerta de Valentina, pensando en entrar a la fuerza y hacer algo para arreglar todo.—Nicola, no, —dijo mi cuñado, poniéndose en mi camino y levantando una mano.—Quítate, —gruñí, mi voz tembló con una mezcla de rabia y desesperación.—No ayudarás a nadie si entras y armas un revuelo,
Nicola"Lo siento mucho..."Algo se rompió dentro de mí, algo que sabía que no se podría arreglar jamás."Lo siento mucho..."Mi mente quedó en blanco. El mundo dejó de existir en ese momento. Las paredes del pasillo parecieron encogerse a mi alrededor, mientras aquellas palabras se repetían en mi cabeza, como un eco que no me dejaba respirar."Lo siento mucho..."El alma se me cayó al suelo. O tal vez abandonó mi cuerpo, incapaz de soportar el dolor que estaba sintiendo. No podía moverme, sentía un peso insoportable aplastando mi cuerpo."Lo siento mucho..."Saqué el arma de la cintura de mi pantalón. Mis movimientos eran automáticos, guiados por la desesperación. La doctora me miró con horror, inhalando con brusquedad. Mis manos temblaban mientras quitaba el seguro del arma."Lo siento mucho..."El clic del arma resonó en el pasillo. Lorenzo y Shadow se giraron de golpe hacia mí, pero yo no aparté la mirada de la doctora. Avancé un paso, mi voz era un gruñido salido directamente de
NicolaEntré, y lo primero que vi fue a Valentina, tendida en la cama, inmóvil.—Amore mio, —murmuré, mi voz apenas un susurro mientras pasaba una mano por su mejilla. Su piel estaba cálida, pero verla con esos tubos y máquinas me hizo sentir más impotente de lo que jamás había estado—. ¡Por Dios, principessa... no vuelvas a asustarme de está manera!Desvié la mirada hacia la cuna que estaba junto a la cama. Me detuve, dudando por un segundo antes de acercarme.No podía apartar los ojos de Valentina, pero el bebé estaba allí, esperándome.Di un paso hacia la cuna. Mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba para mirar.Y ahí estaba mi bebé, envuelto con una mantita blanca y con los ojos cerrados.Mientras que yo no sabía qué sentir.Todo lo que podía hacer era mirar esa pequeña figura que ahora formaba parte de mi mundo.Mi mano tembló cuando la llevé hacia la manta, pero me detuve antes de tocarlo.No quería perturbar ese momento, ese frágil pedazo de paz que había encontrado en
NicolaTenía frente a mí un montón de papeles y carpetas con las diferentes actividades de la organización, y las estábamos clasificando por logradas o no.No se escuchaba nada más que él silencio en mi oficina. Lorenzo jugueteaba nervioso con sus dedos sobre el escritorio, mientras leía los informes de los últimos movimientos.—No tiene sentido, —dijo de repente, con el ceño fruncido mirándome desde el otro lado del escritorio—. La entrega debió concretarse hace dos días. Si no fue una falla de los nuestros, entonces…—La Camorra, —completé, mi voz baja y cargada de fastidio. Me recosté en la silla, cruzando las manos sobre el estómago mientras miraba a Lorenzo—. Sabía que no se quedarían quietos. Es cuestión de tiempo hasta que hagan otra jugada sucia.Lorenzo asintió, dejando caer el bolígrafo sobre la mesa.—¿Qué hacemos entonces?Estaba por responderle cuando la puerta de la oficina se abrió de golpe, sin que nadie tocara antes de entrar.Mi mandíbula se tensó automáticamente al