NicolaEl humo y el olor a metal quemado aún impregnaban el aire del sótano.Alessandro había encontrado su final, pero a decir verdad, la satisfacción que debería sentir no estaba.Estaba de nuevo en ese lugar, tres días después, con las manos en los bolsillos de mi pantalón, mirando el toro de hierro, ahora frío y silencioso.Solo quería que esto terminara de una vez, que limpiaran todo el maldito desastre y que yo pudiera salir de allí.Dos de mis hombres trabajaban en silencio, sus movimientos mecánicos mientras sacaban lo que quedaba del cuerpo de Alessandro. No los miraba directamente; no tenía interés en los detalles.—Sean rápidos, —ordené con voz grave—. No quiero rastro alguno de esto por la mañana.Asintieron sin hablar, y uno de ellos cerró una bolsa negra antes de seguir limpiando."¿Por qué mierda estoy aquí?" Esa era la única pregunta que me atormentaba.En ese momento, no me importaba la limpieza, ni el maldito cadáver, ni siquiera el hecho de que Alessandro había sido
NicolaEstaba sentado en mi silla de cuero de la oficina, con Lorenzo y Shadow revisando informes a mi lado.Llevábamos horas leyendo los documentos para que las próximas entregas salieran a la perfección.—Parece que todo está en orden con el último pedido, —dijo Lorenzo, dejando un informe sobre la mesa—. No se preveen retrasos ni inconvenientes.—Era lo mínimo que esperaba, —respondí con seriedad, echándome hacia atrás en la silla.Shadow bostezó desde el otro lado de la mesa y apoyó las piernas en la superficie con descaro.—Qué aburridos se han vuelto, —comentó, girando el bolígrafo entre los dedos hasta que lo lanzó a la papelera—. Extraño los días en que no había que revisar informes y sí partirle la cara a alguien.—Hazlo otra vez y te parto la cara yo, —le gruñí sin mirarlo, aunque mi tono no era de verdadera amenaza.Soltó una risa burlona, pero en ese instante el sonido de una notificación nos interrumpió. Mi teléfono vibró sobre el escritorio, al igual que el de Lorenzo, q
ShadowLlegué a casa tarde por la noche.Apenas entré me di cuenta que estaba solo.Una sonrisa tiró de mis labios sabiendo que, a pesar de lo solitario que se sentía, este silencio no duraría mucho tiempo.Me senté en el sofá, buscando el mando de la televisión. Cuando lo encontré, escuché el sonido de la llave girando en la cerradura.Gabriella entró, con una cara de cansada, pero hermosa como siempre. Traía su mochila al hombro, todavía vestía el uniforme y el cabello desordenado en un moño alto.—Hola, —suspiró exhausta.A pesar de eso, me regaló una sonrisa tierna antes de acercarse y darme un beso.Ella tenía esa habilidad casi mágica: borraba todos mis problemas con una sonrisa o un beso.—¿Cómo estuvo tu día? —pregunté mientras ella dejaba el bolso a un lado.—Interminable. Pero sobreviví, como siempre, —respondió con una sonrisa agotada, caminando a la cocina—. ¿Tienes hambre? Voy a preparar algo rápido.—Te ayudo, —dije, levantándome del sofá y siguiéndola.Gabriella ya esta
ValentinaEstaba recostada en la cama, la casa estaba en silencio, como si hasta las paredes estuvieran esperando a que Nicola volviera con mi tan ansiado helado de pistacho.Mi teléfono vibró al lado mío. Lo desbloqueé automáticamente y vi que el mensaje era del grupo que tenía con Bianca y Gabriella: “Las reinas”, cortesía de Bianca, obviamente.Gabi: "Renzo la cagó."Fruncí el ceño, enderezándome un poco en la cama.B: "¿Qué pasó?"Yo: "¿Qué hizo ahora ese idiota?"Gabi: "Asumió que no quiero casarme ni tener hijos. ¿Puedes creerlo? Como si nunca hubiera querido algo serio con él."Solté una risa seca y negué con la cabeza. Ese era Renzo, siempre tan idiota con las cosas importantes.B: "¿Qué le pasa? Gabi, él es un bruto. Pero te digo algo, te ama. Solo que su cerebro no siempre funciona como debería."Yo: "B tiene razón. Renzo tiene el corazón en el lugar correcto, pero su cabeza… bueno, eso es otro asunto. ¿Dónde estás ahora?"Gabi: "En el taxi. Estoy llegando a mi apartamento.
NicolaTenía el tiramisú en el asiento del copiloto, y en mi interior una mezcla de irritación y resignación.Valentina me estaba volviendo loco con sus antojos y demandas, pero no podía negarle nada, no a la mujer de mi vida.El sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. La pantalla del auto mostró que era una llamada grupal del maldito grupo que Lorenzo había nombrado como "Los tres idiotas". Chasqueé la lengua, aceptando la llamada mientras seguía conduciendo.—¿Qué pasa ahora? —pregunté con mi tono seco y algo cansado.La voz de Shadow explotó al otro lado de la línea, acelerada y tensa.—¡Nicola! ¡Es Gabriella! Llegué a su apartamento y estaba todo hecho un desastre. Almohadas, muebles, todo tirado. Había una nota… —se detuvo un segundo, respirando pesado—. Una maldita nota que decía: "Pronto te contactaremos."Fruncí el ceño, mi mandíbula apretándose al escucharlo.—Cálmate, Renzo, —dije con voz firme, tratando de mantenerlo bajo control—. Dime exactamente qué viste.—¡Y
ValentinaRigel cortó la llamada y tiró el teléfono a un lado.En un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado, sacándose la máscara de la cabeza, antes de agacharse para intentar darme una mano. Aunque no podía coordinar ni un movimiento.Podía ver en sus ojos desorbitados, y su rostro, el terror que sentía.—Lo siento mucho, mi señora, —dijo con su voz entrecortada, evitando mi mirada—. Se me fue la mano, no fue mi intención…Levanté un dedo, deteniéndolo antes de que siguiera disculpándose.—No te preocupes, —respondí mientras sacudía el polvo de mi ropa—. Hiciste lo que te pedí, y lo hiciste bien.A pesar de mis palabras, el hombre parecía a punto de desmayarse.—No tuve mucha opción… —murmuró, su voz aún temblando—. Usted me amenazó con matarme si no lo hacía.Una pequeña sonrisa curvó mis labios mientras me encogía de hombros con indiferencia.—Bueno, y cumpliste. Así que aún podrás respirar. No te quejes tanto.Bianca y Gabriella se levantaron del suelo, quitándose la sangre fals
NicolaLa lluvia golpeaba mi rostro, pero no me importaba.Ni siquiera sentía el agua que empapaba mi ropa, pegándola a mi piel.Mi mente estaba en un solo lugar, en un solo pensamiento: Valentina.Todo lo demás era ruido de fondo.El dolor en mis manos, la sangre seca en mis nudillos, los cuerpos que habíamos dejado atrás… nada de eso significaba nada.Ella lo era todo, y cada segundo que pasaba sin encontrarla era una agonía que me carcomía por dentro.Avancé hacia la última puerta del escondite de la Camorra, con Lorenzo y Shadow siguiéndome de cerca. Pero ellos no hablaban. Sabían que no había espacio para distracciones. Sabían que yo estaba al borde del colapso, o peor, algo que ni ellos podrían controlar.Dos hombres custodiaban la entrada, fumando con una tranquilidad que me enfermó. No pensé, no dudé. Levanté mi pistola y disparé, directo a sus cabezas. No esperé a que cayeran.Ni siquiera me detuve a ver cómo sus cuerpos golpeaban el suelo. Mi respiración era pesada, mis paso
NicolaEl golpe vino rápido, directo a mi mandíbula.Apenas lo vi venir. Tropecé hacia atrás, llevándome una mano al rostro mientras lo miraba, sorprendido, pero aún más enfurecido.—¿Eso es lo que piensas? —gritó Lorenzo, su voz llena de rabia—. ¿Qué no soy capaz de protegerla? ¿Después de todo lo que hemos vivido juntos?—¡No eres suficiente! —le respondí, lanzándome sobre él con un puño que golpeó en su estómago.Se encorvó por un segundo, pero no cayó. Le tomó poco tiempo recuperarse. Pero cuando lo hizo, me devolvió el golpe con todas sus fuerzas.Nos enredados en una pelea que ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.Shadow se levantó de un salto, intentando separarnos.—¡Basta ya, maldita sea! —gritó, separándonos a ambos con fuerza—. ¡¿En qué demonios están pensando?!Nos miramos, respirando con dificultad, ambos con los puños levantados pero sin dar el siguiente golpe. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, y mi mente aún estaba nublada por la furia.—¿Eso es todo para ti?