Estiró su brazo, y con un raudo movimiento, haló la cortina, dejando que los rayos del sol entraran sin clemencia en la habitación. Diana apretó los parpados de sus ojos y se removió sobre el colchón, a la vez que se colocaba una almohada sobre la cara para cubrirse de la molesta luz.
Claudine dio un par de patadas al jergón de la cama.
—¡Pero bueno! —la francesa se colocó ambas manos en las caderas, en jarrón y puso los ojos en blanco—. ¿Hasta cuando piensas quedarte allí tirada?
—Déjame en paz —farfulló Diana, sin siquiera molestarse en mirarla.
La rubia exhaló un suspiro de frustración, mezclado con un gruñido de molestia. Se arremangó la camisa y se dispuso a halar a su amiga de los pies.
—A
Volvió a masajearse las manos de forma nerviosa, mientras volvía a lanzar una rápida mirada a su entorno. Era un lugar pequeño, pulcro y muy acogedor. Se llevó la mano a la boca y se secóel sudor con la palma. Miró a su derecha, donde se abría un amplio ventanal, y se vio tentado a ponerse de pie y salir al balcón para refrescarse un poco. Hacía un calor del infierno, así que se quitó la chaqueta.Miró el reloj de pulsera en su muñeca. Habían transcurrido quince minutos desde que se sentó sobre ese mueble a esperar a Diego. No entendía porque tardaba tanto. Tampoco entendía porque la mujer que lo recibió, no se había acercado, ni un segundo, a ofrecerle aunque fuese, un vaso con agua. Es lo mínimo que él haría, por cortesía.Pero lo cierto era que Claudine estaba muy ocupada, ayudando a Diana a luc
Diana despertó con el sonido del despertador, se vistió como Diego y salió a toda prisa hacia la escuela. Al llegar a su destino, fue recibido como si fuese un héroe de guerra, a excepción de Gustavo y Fabián, que lo miraban con cierto desdén, y permanecieron al margen de, según ellos, esa ridícula celebración por el regreso del muchacho.—Nos alegra mucho que estés de vuelta, chico —lo saludó Joey, seguido de Enrique y los demás.—Bueno, no perdamos tiempo. Diego tiene que ponerse al día, así que, al patio —dijo Rafael en el tono autoritario de un buen maestro.El día transcurrió con toda normalidad. Diego se volvió a lucir con sus movimientos, y Rafael parecía no poder estar más impresionado por la gran capacidad que el novillero demostraba tener, pero esa tarde, no pudo evitar volver a notar la gra
Diana aceleró su paso en cuanto llegó a la recepción. Miró a Marta, quien estaba muy entretenida tecleando algo en su ordenador, la saludó, y ésta, respondió con amabilidad, pero sin dejar de mirar la pantalla de su computadora. En vez de seguir el camino hacia la salida, dobló a la izquierda y se adentró en la escuela, dirigiéndose hacia los sanitarios, en específico al de caballeros, donde previamente, había dejado un bolso con todo lo que necesitaba para convertirse en Diego.Se sentó un momento sobre la tapa del retrete, dejó escapar un suspiro, entre frustración y ensueño. Su corazón palpitaba muy deprisa, y sus manos temblaban. Se llevó la mano derecha a la cabeza, dispuesta a quitarse la peluca de un halón, pero el sonido de la puerta del baño, indicándole que acababa de entrar alguien, la frenó.—¿
Solo bastaron treinta segundos para que Rafael reaccionara. Dentro de sí, una mezcla de sentimientos se agolpaba, nublando su cordura.¿Sería posible? ¿Tantos años amando en silencio a Diana, sin saberlo? ¿Era por esa razón, que se volvía loco, tan solo de pensar que algo le llegara a suceder? ¿Habría sido esa la razón de su mal humor, hacía siete años atrás, cuando supo que Diana fue enviada muy lejos? Mal humor, que cabe destacar, le duró casi un año superar.¿Sería posible que su madre tuviera razón? ¿Había estado enamorado de esa niña de ojos grises durante todo ese tiempo? ¿Sería esa la razón de que ninguna mujer lograra llenar sus expectativas? Siempre, inconscientemente, las comparaba. Ninguna tenía el cabello rizado, enmarañado. Ninguna tenía esos ojos felinos, d
Volvió a fijar la mirada en la puerta de entrada del lugar. Hizo un ademán, con la mano, al mesero, para que le sirviera otra copa de vino. Volvió a mirar el reloj de pulsera en su muñeca. Ocho con veintitrés minutos. Resopló de impaciencia. Si había algo que odiaba en el mundo, era tener que esperar.Todo el malestar que estuvo sintiendo durante los últimos minutos, se esfumó, al divisar a Diana en la distancia. Llevaba puesto un vestido de cóctel, color verde menta, de escote en V en la espalda y con encaje, que le llegaba un poco más abajo de la rodilla. No se detuvo a mirar de qué color eran sus zapatos ni sus accesorios. Su mirada quedó atrapada entre la densa cabellera de rizos castaños rojizos que bailaban libres contra el viento.Diana miró su entorno. Una decena de recuerdos llegaron a su mente. Le había indicado a Rafael el nombre de ese restaurante
Sus ojos verdes estaban fijos al frente, mientras se sumergía más y más en sus pensamientos. Había tantas cosas que no entendía, tantas preguntas sin respuestas. Fue la noche más larga de su vida, pensando y pensando.¿Por qué Diana se marchó de la manera en que lo hizo?¿Por qué no paraba de pedirle disculpas?A esa hora de la noche, se vio tentado a llamar a Raquel para que le facilitara el número telefónico de su hija, pero decidió no llamarla a tan altas horas para no molestarla, ni mucho menos preocuparla. Al fin de cuentas, la vería a primera hora del día siguiente, pues ella lo acompañaría a una nueva ganadería para finiquitar los detalles de un contrato que llevaban un tiempo gestando. Hacer tratos con Amanda, ya fuera directa o indirectamente, le agradaba en lo más mínimo. Sus nuevos proveedores ser&iac
Abrió los ojos con pesadez y farfulló un par de improperios. Con lo mucho que le había costado conciliar el sueño, pensando tanto en Rafael y el enorme cargo de conciencia que sentía por lo que hizo. Pasó toda la noche en vela, y se vino quedando dormida casi a las nueve de la mañana. Solo durmió una hora y media.—¡Claudine! —gritó—. ¡CLAUDINE! —volvió a vociferar, pero no obtuvo respuesta alguna—. ¡Joder! —dijo entre dientes.El timbre volvió a sonar.De mala gana, refunfuñando, salió de la cama. Se dirigió a la puerta, y no se detuvo ni siquiera a ver por la mirilla. Estaba demasiado adormilada como para pensar con claridad. Entreabrió la puerta y se asomó, dejando entrever sus característicos ojos grises.—¿Mamá? —Diana bostezó—. ¿Qu&ea
Rafael no podía creer lo que veía. Un montón de imágenes llegaron a su cabeza, como una cascada de agua helada. Ató cabos a una velocidad sorprendente. Recordó cada segundo vivido en las últimas semanas. Se vio a sí mismo, como un espectador mudo. Vio como todo ocurría a su alrededor, como todas las piezas encajaban a la perfección. ¿Cómo es que no se dio cuenta antes? ¡Él no era un idiota! ¿O sí? En ese momento, no supo ni lo que era.Se sintió como el hombre más estúpido del planeta.Todo ese tiempo había sido ella. ¡Él vio las señales!Pero en algún momento se entregó a la negación. ¡No! Ella no podía ser capaz de montar todo ese circo, ¿y qué decir del día que la vio en la escuela? ¡Estaba también Diego allí! ¿Y el dí