Solo bastaron treinta segundos para que Rafael reaccionara. Dentro de sí, una mezcla de sentimientos se agolpaba, nublando su cordura.
¿Sería posible? ¿Tantos años amando en silencio a Diana, sin saberlo? ¿Era por esa razón, que se volvía loco, tan solo de pensar que algo le llegara a suceder? ¿Habría sido esa la razón de su mal humor, hacía siete años atrás, cuando supo que Diana fue enviada muy lejos? Mal humor, que cabe destacar, le duró casi un año superar.
¿Sería posible que su madre tuviera razón? ¿Había estado enamorado de esa niña de ojos grises durante todo ese tiempo? ¿Sería esa la razón de que ninguna mujer lograra llenar sus expectativas? Siempre, inconscientemente, las comparaba. Ninguna tenía el cabello rizado, enmarañado. Ninguna tenía esos ojos felinos, d
Volvió a fijar la mirada en la puerta de entrada del lugar. Hizo un ademán, con la mano, al mesero, para que le sirviera otra copa de vino. Volvió a mirar el reloj de pulsera en su muñeca. Ocho con veintitrés minutos. Resopló de impaciencia. Si había algo que odiaba en el mundo, era tener que esperar.Todo el malestar que estuvo sintiendo durante los últimos minutos, se esfumó, al divisar a Diana en la distancia. Llevaba puesto un vestido de cóctel, color verde menta, de escote en V en la espalda y con encaje, que le llegaba un poco más abajo de la rodilla. No se detuvo a mirar de qué color eran sus zapatos ni sus accesorios. Su mirada quedó atrapada entre la densa cabellera de rizos castaños rojizos que bailaban libres contra el viento.Diana miró su entorno. Una decena de recuerdos llegaron a su mente. Le había indicado a Rafael el nombre de ese restaurante
Sus ojos verdes estaban fijos al frente, mientras se sumergía más y más en sus pensamientos. Había tantas cosas que no entendía, tantas preguntas sin respuestas. Fue la noche más larga de su vida, pensando y pensando.¿Por qué Diana se marchó de la manera en que lo hizo?¿Por qué no paraba de pedirle disculpas?A esa hora de la noche, se vio tentado a llamar a Raquel para que le facilitara el número telefónico de su hija, pero decidió no llamarla a tan altas horas para no molestarla, ni mucho menos preocuparla. Al fin de cuentas, la vería a primera hora del día siguiente, pues ella lo acompañaría a una nueva ganadería para finiquitar los detalles de un contrato que llevaban un tiempo gestando. Hacer tratos con Amanda, ya fuera directa o indirectamente, le agradaba en lo más mínimo. Sus nuevos proveedores ser&iac
Abrió los ojos con pesadez y farfulló un par de improperios. Con lo mucho que le había costado conciliar el sueño, pensando tanto en Rafael y el enorme cargo de conciencia que sentía por lo que hizo. Pasó toda la noche en vela, y se vino quedando dormida casi a las nueve de la mañana. Solo durmió una hora y media.—¡Claudine! —gritó—. ¡CLAUDINE! —volvió a vociferar, pero no obtuvo respuesta alguna—. ¡Joder! —dijo entre dientes.El timbre volvió a sonar.De mala gana, refunfuñando, salió de la cama. Se dirigió a la puerta, y no se detuvo ni siquiera a ver por la mirilla. Estaba demasiado adormilada como para pensar con claridad. Entreabrió la puerta y se asomó, dejando entrever sus característicos ojos grises.—¿Mamá? —Diana bostezó—. ¿Qu&ea
Rafael no podía creer lo que veía. Un montón de imágenes llegaron a su cabeza, como una cascada de agua helada. Ató cabos a una velocidad sorprendente. Recordó cada segundo vivido en las últimas semanas. Se vio a sí mismo, como un espectador mudo. Vio como todo ocurría a su alrededor, como todas las piezas encajaban a la perfección. ¿Cómo es que no se dio cuenta antes? ¡Él no era un idiota! ¿O sí? En ese momento, no supo ni lo que era.Se sintió como el hombre más estúpido del planeta.Todo ese tiempo había sido ella. ¡Él vio las señales!Pero en algún momento se entregó a la negación. ¡No! Ella no podía ser capaz de montar todo ese circo, ¿y qué decir del día que la vio en la escuela? ¡Estaba también Diego allí! ¿Y el dí
Raquel escuchó con atención, cada palabra. No dijo nada, no juzgó, no aconsejó... solo oyó todo lo que su hija le contó. Estaba sorprendida, pero al mismo tiempo, un poco triste. Se sentía culpable de que su hija hubiese hecho ese montón de locuras, para poder hacer lo que tanto le gustaba hacer. Diana hablaba, y con cada frase, le hacía entender en que fue lo queseequivocó con ella. Nunca la dejó ser ella misma y siempre procuró que fuera como ella quería que fuese.Dejó que Diana llorara hasta que drenara todo. Casi media hora transcurrió, entre lamentaciones y sollozos. Cuando su hija por fin estuvo un poco calmada, Raquel se animó a hacer la primera pregunta.—Si tanto anhelabas hacer eso, ¿por qué no fuiste a hablar conmigo?—Has tratado de alejarme de todo lo relacionado a papá, desde que tengo uso de
La promesaMadrid, primavera de 1998El sol iluminaba con gran intensidad un tercio de la plaza. La brisa fresca rozaba el rostro de los presentes, aliviando un poco el ardor producido por el beso del astro rey. Por momentos, leves remolinos de arena se elevaban, dificultando la visión de quienes se encontraban en las gradas posteriores. El sonar de un pasodoble indicó que el espectáculo iba a comenzar. Para quienes se aglomeraron esa tarde allí, era una sublime expresión de arte; valor que enardece al público y lo emociona hasta la grandeza. Entre algarabía, las bailaoras danzaron al ritmo del flamenco, y un hombre galante, con pasión desbordante, se paseó por el escenario de la fiesta brava, luciendo el oro y el azul del cielo en su traje de luces.Armando Vidal fue por décadas, una de lasfigura más destacadasd
Maldijo mentalmente, por enésima vez. No lograba concentrarse en la clase que estaba impartiendo. Tenía casi media hora, tratando de demostrar a sus alumnos, como debía ejecutarse una estocada perfecta, con suerte natural y recibiendo, pero parecía ser que su cerebro estaba desconectado de sus funciones motoras.—Mierda —masculló.—Hostias, tío. Deberías relajarteun poco. Estás muy tenso —comentó alguien a su derecha.—Te recuerdo que soy tu maestro, Joey. Me debés respeto —soltó, sin molestarse en girarse a mirar al nombrado.—¡Joder! Anda de un humor de perros—musitó alguien.—Desde hace tres días que Diego no viene, está insoportable—escuchó susurrar a otro.—Váyanse a la mierda —escupi&oac
Sus ojos grises no podían dejar de mirar en dirección a las escaleras mecánicas, mientras esperaba que le entregaran el ticket con la numeración de su equipaje. A su derecha, Raquel la ayudaba a llevar un bolso de mano, a su izquierda, su amiga Claudine no dejaba de parlotear acerca de lo que tenía que decirle a su madre, cuando fuera a visitarla y entregarle el paquete que le enviaba. Gracias al cielo, a su amiga le fue muy bien en el curso de verano, y pensaba quedarse mucho más de lo pensado en Madrid, pues le ofrecieron una oferta de trabajo como ayudante de un escultor de renombre en la ciudad, quien se encargaba de la restauración de monumentos y edificaciones que eran patrimonio del estado.Pero por más que lo intentaba, Diana no podía dejar de mirar en dirección a cualquier acceso de entrada del aeropuerto. Albergaba la esperanza de que en cualquier momento, Rafael llegara, impidiendo que s