Gwyneviere pisó el césped y el portal se cerró rápidamente detrás de ella. Se encontraban fuera de la prisión del Nigromante, pero todavía no estaban a salvo. Sólo había podido transportarlos algunas millas más allá, y los ocultaban las copas de los árboles.
- No puedo transportarnos más lejos que esto. Tendremos que caminar un poco hasta que pueda reponer mis energías.
Caminaron en silencio. El peligro todavía estaba muy cerca y nadie pronunció palabra alguna por un largo rato.
La sangre de la mordida del lobo corría por el brazo de Gwyneviere, pero no importaba. P
Después de comer en casa de Eamon, fueron a visitar al mejor herrero de la Ciudadela, Jaydon, un artesano muy hábil. Lo conocían desde hacía tiempo y confiaban en que haría un buen trabajo. Gwyneviere llevó consigo un boceto de cómo quería que fuera su báculo, junto con las pociones de Vandrell y una reliquia que había estado en su familia por generaciones. Se pusieron al día con su amigo y le contaron lo que habían vivido en la prisión del Nigromante. Jaydon aceptó de inmediato el trabajo, aunque
Atravesaron el portal en dirección a Emyrddrin. Gwyneviere probó su báculo en las afueras de la ciudad y respondía a la perfección a sus comandos. Era ligero y, además, muy bonito. Estaba realmente encantada con su nueva adquisición. La vara le confería cierto profesionalismo y le daba seguridad. Se dirigieron directo al centro de la ciudad, donde Gwyneviere sabía que podía encontrar a unas hechiceras que conocía hacía tiempo. Golpearon la puerta de un hogar y un joven respondió.
- ¿Cuál sería el siguiente destino? -preguntó Vandrell. - ¿A dónde te gustaría ir primero? ¿Eeyostend, Wosnugg o las Montañas de Lhyr? Sabemos que en Eeyostend quizá encontremos algunos guerreros, pero en Wosnugg sólo hay campesinos… y con respecto a los gigantes, veremos si nos creen. Luego tenemos Vaahldar… sinceramente no quiero ir allí. Y nos queda Elven Hudolk, el reino de los elfos… - ¿Qué hay de Liandalyd y Mirkalandre? - Había olvidado Liandalyd. Quizá encontremos
Por la mañana habían visitado Eeyostend y se dirigieron luego a Liandalyd. Allí hablaron con los gobernantes del lugar y de mala gana les proporcionaron algunos guerreros sólo porque habían recibido un cuervo de Eeyostend momentos antes, que les indicaba que tenían que unirse a la lucha, y como eran reinos que tomaban las decisiones en conjunto (la hija del rey de Eeyostend se iba a casar con el príncipe de Liandalyd), les concedieron los guerreros.Ya era media tarde y habían estado paseando por las calles del pueblo. Gwyneviere propuso quedarse en una choza que estaba deshabitada para continuar al día siguiente, camino al reino de los Elfos.
Entraron a la casa de Gwyneviere con el abrigo de la noche. Vandrell dejó sus cosas en el suelo y depositó la cena que había ido a comprar sobre la mesa. - Estoy hambrienta. - ¿No quieres asearte y cambiarte? - Qué más da. El daño ya está hecho -dijo ella. Vandrell la observó por un momento, pero no dijo nada. Sirvió la comida en dos platos
Gwyneviere los transportó cerca de la Ciudadela a un paraje repleto de árboles. Cerca de ellos pasaba un arroyo. - Descansemos un momento aquí -dijo Gwyneviere-. Continuaremos a pie el resto del camino. - Esa reunión fue un éxito -dijo Vandrell, contento-. Tenemos elfos y probablemente también gigantes en nuestro equipo. Es pan comido. - Todavía quedan cosas por hacer, me gustaría hacer algunos encantamientos a tu espada, y… En ese momento, Vandrell la interrumpió tomándola de la nuca y dándole un fuerte beso en los labios, mientras la acercaba a él con la otra mano, tomándola de las caderas. Gwyneviere cerró los ojos y se dejó llevar. Vandrell acarició su cabello y ella pasó sus manos por debajo de su ropa, acariciando su espalda y luego su trasero, atrayéndolo hacia ella, y sintiendo su duro miembro contra su abdomen. - ¿Quieres hacer esto después de…? -preguntó Vandrell. Ella le quitó la camisa, acarició y besó su pecho, y l
Ya era realmente tarde, pero Gwyneviere no tenía sueño. Muchas cosas daban vueltas en su cabeza en ese momento. Encendió una vela y se dispuso a leer un libro recostada en su cama. En medio de la lectura, sintió una presencia y se puso en alerta. La puerta de su casa se abrió con un conjuro y el destello de luz la cegó por un instante. La luz de la luna iluminó la figura en la noche, recortándola. No podía ver su rostro aun, pero la reconocería donde fuera. Era Nimh. Gwyneviere no se inmutó. Permaneció en su lugar en la cama y observó como Nimh entraba y cerraba la puerta detrás de ella. La luz de las velas iluminó su rostro. - Hola, Gwyn -dijo, radiante. Su perfume inundó la habitación. Nimh se acercó a Gwyneviere y tomó su rostro entre sus cálidas manos y la
- No sé si quiero saberlo… -dice Vandrell- En realidad estoy bien así contigo, pero a veces me encuentro pensando, ¿qué sientes realmente por Nimh, y qué sientes por mí? Gwyneviere abrió la boca para contestar, pero Vandrell volvió a hablar. - Bueno, no digas nada. Está bien si no quieres hacerlo. - Van, creo que ni yo sé lo que siento. Está claro que me gustas, sino no hubiese estado contigo todo este tiempo. Y también eres mi mejor amigo, siempre nos hemos llevado bien