La crisis bancaria se ocultaba en las oficinas del INTERBANK, era inevitable, y los cuentahabientes pronto se percatarían de que sus ahorros se habían esfumado por culpa de los hermanos Centeno Roque. Y, estos cuentahabientes harían enormes filas en las sucursales del banco para ir a solicitar si acaso les quedó algo de dinero. Mientras tanto a las siete de la noche, Roger Guevara conducía su auto con dirección a su casa. El tráfico estaba pesado, y Roger se desesperaba en los semáforos de Enel Central, tenía mucha hambre, y también ganas de una cerveza, las ganas eran desesperante, deseaba estar en un bar tomando cerveza tras cerveza, la idea le revoloteaba en la mente, se imaginaba la fría cerveza en la barra tomándola despacio, y deslizándose el líquido amargo de una Toña, prefería la Toña porque es más amarga, siempre ha tenido una obsesión por la Toña, una vez probó la Victoria y por poco vomita, no le agradó el sabor ligero; seguía con la idea de la cerveza, pero su esposa Norma lo esperaba en casa con los niños y la cena servida, ya no eran los tiempos de antes de cuando salía a tomar hasta embriagarse, los años le pasaron encima y se convirtió en barrigón con familia, prefería no haber tenido hijos, su esposa pensaba que eran una bendición, pero él pensaba que le arruinaron la vida, ya no podía hacer las cosas que hacía antes, como pasarla de farra día y noche.
El tráfico no avanzaba, Roger se fijó en las bolsas a orillas de la pista, no solo bolsas de agua, también de frituras y de supermercado, a Roger le parecía detestable las personas que desde su auto lanzan b****a a la calle, arrugó la cara y volvió la vista al semáforo; había un accidente, una moto se estrelló contra un bus. Roger tocaba el claxon al igual que muchos conductores desesperados. Abrió la guantera y sacó los cigarros, prendió uno y empezó a fumar, la adicción al tabaco lo comenzó cuando nació su primer hijo, Adrián, y no lo abandonó desde entonces, fumaba constantemente, antes de acostarse, al despertar, mientras conducía, y después del almuerzo. Había encontrado un deleite en el cigarro, fumaba Marlboro rojo, su esposa odiaba su sucio hábito, pero era la única libertad que tenía y por eso se lo permitía, durante años le dijo que abandonara el tabaco, pero desistió en insistir porque Roger por supuesto, no le hizo caso a su esposa, y continuó con el maldito cigarro.
Un policía de tránsito daba vía en la pista, pero eran demasiados autos transcurriendo a la misma hora, los cuatro semáforos no daban abasto, mientras pasaban los autos que se dirigían al norte, los del este esperaban impacientemente. Avanzaron diez autos, y Roger se aproximó al frente donde podía ver el choque. La moto se pasó el alto y mientras un bus transitaba, éste se estrelló, pero antes el hombre saltó de la moto y se escapó de morir. Se fracturó la rodilla, y se provocó varias raspaduras en los brazos.
El policía dio paso a los autos que se dirigían al norte. Roger avanzó y pensó que ya estaba a salvo del tráfico, pero mientras avanzó un taxista se detuvo repentinamente y Roger puso el pie en el freno y se escapó de provocar un accidente por no guardar distancia. Adelantó al taxista, bajo la ventana y le gritó “taxista hijueputa” y continuó su camino con dirección a los semáforos de Tiscapa; para su sorpresa se encontró con una larga fila de autos que esperaban que un policía diera vía; era un quince de abril, la gente estaba eufórica por gastar la quincena en bares y discotecas. A Roger la habían pagado su salario, pero cada quince era lo mismo, tenía que pagar la luz, el agua, el cable, la comida, la colegiatura de sus hijos que estudiaban en el Colegio Centroamérica, las clases de pintura de Olga, y las clases de piano de Adrián. Todo su salario invertido en la casa, y en cigarros; cada día fumaba un paquete de diez cigarrillos que costaba para ese entonces trece córdobas. De vez en cuando compraba cervezas y se las tomaba en casa con su esposa que no era tan adicta al alcohol porque no quería fomentar esa conducta frente a sus hijos.
Lo único que le importaba a Roger era hacer dinero, como estudiante de derecho se creyó todas esas fantasías de que los abogados hacen dinero; primero lo esclavizaron en las practicas pre profesionales, luego aplicó a un pasantía en un bufete y ahí también lo hicieron sufrir, fue hasta que por medio de un amigo de su papá que trabajaba en el BANEX, consiguió que lo contrataran como cobrador judicial.
A Roger la habían costado sus estudios, entró a la facultad a los dieciséis años, era el menor de su generación, a pesar de eso, era muy listo, pero lo terrible fue el abuso de sus compañeros, se burlaban de él por su afro, le decían cabello de pubis, una vez la profesora de Introducción al estudio del derecho hizo mención que había muchachos que aún lucían como la época del auge de la música disco. Todos se rieron y dijeron “como Roger”. Al principio Roger se dejaba crecer el afro porque le gustaba andar el cabello así, se sentía en onda, pero después de las burlas de sus compañeros en primer año, decidió cortárselo. Por poco y se deja calvo, se hizo un corte en el cual se le veían las grandes entradas de su frente.
Se le acabaron los cigarros, todavía tenía muchas ganas de seguir fumando, se encontraba intranquilo y estresado, esperó que avanzara el tráfico de los semáforos de Tiscapa, cuando por fin salió de ahí, fue a una estación de servicios a comprar más cigarros. Salió del auto, se dirigió al estante de cigarros, tomó medio paquete Marlboro rojo, y le pagó al cajero. Entró a su auto, suspiró, encendió el motor, y retrocedió y luego aceleró con dirección a Villa Tiscapa. Se paró frente a la casa para fumar el último cigarro. Le impacientaba reunirse con su familia, sabía que iba a reunirse con sus hijos y le hablarían del colegio y de sus demás actividades. No le entusiasmaba la idea de sentarse a cenar con su familia, deseaba sentarse frente al televisor y cenar tranquilamente, pero la costumbre familiar era sentarse a cenar juntos. Norma era la que insistía en vivir bajo una armonía familiar, para eso era la mesa, para sentarse a cenar y compartir un buen momento en familia.
Norma sí que amaba a sus hijos y el tiempo que pasaba con ellos. Estaba dedicada a criar a sus hijos y tenía la convicción de que era una buena madre, a Roger no le importaba tanto ser un buen padre, es decir, ser cariñoso, atento y darles apoyo moral a sus hijos, le bastaba con trabajar como esclavo en el banco, y para él eso era suficiente. Su aporte era meramente económico, como llegaba cansado después del arduo trabajo, lo único que hacía era comer, ver televisión y acostarse en cuanto antes para despertarse a las cinco de la mañana, tomar la ducha, alistarse e irse al trabajo. Todos los días era los mismo, pero qué podía hacer, se había comprometido con una esposa y decidió tener hijos sin pensarlo dos veces, pensó que eso le daría nuevos propósitos, pero más bien esa carga le trajo la ruina, o es lo que él pensaba. Norma era mujer de bello semblante, castaña y con ojos de color almendra. Nunca antes tuvo un hombre en su vida, el único había sido Roger, ni siquiera había tenido novio hasta que lo conoció a él. Hasta era virgen, y no sabía mucho de posiciones sexuales. Todo eso lo fue descubriendo con Roger. Aun a los treinta ocho años permanecía con un cuerpo hermoso, a pesar de que no hacía ejercicio, tenía el aspecto de quien practica ejercicios cardiovasculares. En cambio, Roger era un panzón, con una papada caída, y unos cachetes de perro bulldog. No siempre fue así, durante su juventud fue flaco, de huesos secos y alto, con aire de hombre triste.
Los niños habían salido iguales a su preciosa madre, con nariz aguileña y cabello liso, ninguno heredó el afro de su padre. Olga amaba a su padre a pesar de que el no sentía mucho afecto por ella, pensaba que su padre era su héroe, en cambio, Adrián lo detestaba por los fuertes castigos que de pequeño le dio. Como Adrián era el primogénito, sufrió la furia de su padre al verse incapacitado de tratar con un niño tan insolente como Adrián. Le dio fajazos hasta los quince años; una vez Roger le dio una tunda a Adrián porque de un puñetazo hizo a Olga tragarse un diente. Roger nunca la pegó a Olga, cuando lo intentó Norma se lo impidió. La pobre niña con aspiraciones de pintora dejó las paredes de la cocina llena de garabatos, y eso enojó muchísimo a Roger. A Norma le parecía que la creatividad de su hija debía ser potenciada, y por eso la inscribió a clases de pintura desde pequeña.
Roger era un adicto a la televisión, podía pasar horas tras horas viendo sus partidos de béisbol, el canal de Fox, TNT, y los canales nacionales. Parecía que le atraía algo además de entretenimiento, era la sensación de no hacer absolutamente nada, de solo concentrarse en las imágenes y el sonido que produce el televisor, Norma detestaba muchas cosas de Roger, a tal punto que no sabía cómo podían estar juntos si odiaba tantas cosas de él, pero al mismo tiempo lo amaba por las buenas cosas que juntos habían pasado, buenos recuerdos, y buenos momentos, a pesar de eso, odiaba la forma en que Roger se desconectaba de la familia por su obsesión con la televisión que pasaba viendo toda la noche hasta que era la hora de dormir; anteriormente tenían el televisor en la alcoba, pero como Roger no dejaba dormir a Norma, lo pasaron a la sala.
Mientras Roger continuaba fumando en el carro recordaba que creció en una familia paupérrima, para cuando era pequeño su padre no tenía el dinero que tuvo cuando Roger se hizo mayor; vivían en un barrio pobre de Managua, las madres de sus amigos lo sacaban a escobazos cuando llegaba a ver televisión, y por eso cuando creció encontró en la televisión cierto descanso y alivio, para él, ver la televisión era algo sagrado, era su rito nocturno, y nadie podía liberarlo de ese hábito, Roger se quedaba absorto viendo televisión y aullaba cuando celebrara una carrera del Bóer, no sabía que cada que vez la televisión lo atrapaba y lo volvía idiota. Pero que más podía hacer, estaba gordo, algo viejo y cansado, y solo quería disfrutar sus años viendo películas, deportes y las noticias nacionales. Norma no era tan obsesiva con la televisión, veía sus novelas y las noticias para estar informada, a diferencia de Roger ella podía abstenerse de la televisión y ocuparse leyendo Doña Perfecta, disfrutaba ver telenovelas así como leer a los clásicos decimonónicos. Los chicos también veían televisión, pero no tanto como su padre, para Olga crecer con un padre adicto a la televisión fue terrible porque ella urgía de atención con su arte, en cambio, Adrián se espantaba apenas escuchaba a su papá llegar del trabajo. Roger sí que disfrutaba acostarse en su querido sofá reclinable con portavasos, pasaba ahí hasta que Norma lo llamaba para ir a acostarse. Amaba ese sofá, nadie lo tocaba, era algo sagrado, a nadie se le ocurría sentarse en el sofá de Roger. Norma lo sacudía a diario y limpiaba las migas de frituras que Roger dejaba. El sofá lo compró en La Curacao, lo pagó en cuotas de seis meses, casi quince mil córdobas, fue para navidad cuando lo compró, a los niños esa navidad les dio regalos, una muñeca Barbie a Olga y un carro a control remoto para Adrián. A Norma le dio unos aretes de plata que le salió un ojo de la cara, pero el aguinaldo le dio para comprarlo
Roger salió del auto, tocó el timbre y salió Norma de la casa a abrir el portón del porche. Roger se subió al auto y esperó que Norma abriera el portón. Cuando lo abrió, Roger entró y estacionó el auto. Suspiró, abrió la puerta y en seguida Norma lo saludó con un beso en la boca. Norma estaba contenta por ver a su esposo, ella lo amaba a pesar de muchas cosas, era el amor de su vida, y eso no lo cambiaba nadie, a Roger desde hace tiempo que el amor se le había vencido, ya no sentía lo mismo, no era por culpa de Norma sino por la vida que llevaba.
Entró por la puerta, vio su amado televisor, y caminó hasta su alcoba, se quitó la corbata, los zapatos, y se puso unas sandalias. Fue a la mesa y esperó la cena. Y con un grito llamó a los chicos: la cena. Adrián estaba nervioso al ver a su padre con la misma cara amargada de siempre. Olga abrazó a su papá y le dio un beso en la mejilla.
Olga se levantó y fue a buscar la hoja de la prueba. La semana pasada había realizado una prueba de factorización, estudió arduamente, y logró obtener el diez. Además de la prueba de matemáticas, Olga trajo un cuadro que pintó toda la tarde con acuarelas. El cuadro traía el dibujo de un pez pintado con colores azul, verde y rojo. Olga se lo mostró a su padre, y de manera indiferente, Roger la felicitó —Muy bien hija, sigue así y pronto venderemos tus cuadros—. Adrián no le comentó a su padre sus avances con las clases de piano, tampoco del libro que había leído (Cinco semanas en globo de Julio Verne) prefería no contarle nada a su padre porque solo lo criticaba y probablemente le diría lo mismo que a su hermana —Muy bien hijo, sigue así y serás un gran compositor y escritor de novelas. No era lo que Adrián quería escuchar, deseaba que su padre fuera un gran lector, como su madre, con ella si podía hablar de literatura.
Norma estudió dos años de filología hispánica en la UNAN, y por eso leía con pasión. Además porque siempre había sido una estupenda lectora. Antes de conocer a Roger ya había leído El Quijote dos veces, y muchas novelas de Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Le encantaba Benito Pérez Galdós, la primera novela que leyó fue “Marianela”, luego “Miau”, y “Gloria”. También había leído “La Regenta” de Leopoldo Alas Clarín. El dinero que Roger le daba para comprar sus cosas lo invertía en libros, tenía en la sala un hermoso librero con una buena biblioteca de clásicos. Disfrutaba su momento de lectura, amaba cada página que pasaba, encontraba en la literatura una fe salvadora igual de maravillosa que el mismo cristianismo. A pesar de haber crecido en la Primera Iglesia Bautista de Managua, nunca obtuvo la fe necesaria como para continuar una vida espiritual, nunca sintió una experiencia sensorial mientras meditaba en la palabra del Señor, ella pensaba que no encajaba en ningún tipo de espiritualidad, los libros eran sus consejeros y eso le bastaba.
El reloj marcaba las siete y cincuenta. Roger veía constantemente su reloj de mano, el juego entre el Bóer y Chinandega comenzaba a las ocho. No quería perderse ese juego. Vio a sus hijos que comían despacio, en especial Olga, que parecía un chocoyo derramando la comida por el plato. Adrián comía como un león hambriento. A sus quince años medía uno con ochenta, era el más alto de su clase, y el más guapo también, tenía unos rasgos femeninos bien marcados. Con pómulos delicados y ojos pequeños. No le gustaban los deportes, a pesar de las insistencias de su padre, no es que lo animara a practicar baloncesto, sin embargo, alguna que otra vez le dijo que con su altura podría ser un buen jugador, pero Adrián prefería tocar el piano. Ya había dado su primer recital de nivel básico en el Teatro Rubén Darío. Sus padres asistieron a la presentación, Norma hasta lloró de la emoción al ver a su hijo tocando Moonlight Sonata. Adrián también tocaba guitarra, había practicado desde los cinco años, amaba el jazz y el blues, y con un grupo de amigos daban presentaciones en eventos a los que los invitaban.
Adrián era muy bueno con los covers de Miles Davis en guitarra. También tocaba flamenco, el grupo se llamaba Andalucía. Y por supuesto que cantaba como Chet Baker. Era un niño prodigio, gracias a su abuelo que tocaba piano en la Primera Iglesia Bautista de Managua él aprendió lo básico, luego de la muerte de su abuelo, sufrió tanto porque extrañaba sentarse en sus piernas y tocar junto con él en el piano. Comenzó así, tocando himnos bautistas, se sabía casi todos los himnos del himnario de la Primera Iglesia Bautista de Managua. Norma nunca obligó a sus hijos asistir a la iglesia, pero ella siempre iba para entretenerse con el coro, Olga por su parte tenía cierto temor a la religión, le parecía espantoso el coro, le daba terror escucharlos cantar, le daba la sensación que estaba en una película de horror.
Terminaron de cenar, cada quien llevó su plato a la cocina, Roger se dirigió a su sofá y prendió el televisor para sintonizar el partido entre el Bóer y Chinandega. Estiró sus pies, tomó el control y aumentó el volumen. Estaba tan relajado que por poco se duerme pero continuó viendo el partido. Le entraron unas ganas de fumarse un cigarrillo, así que fue al auto y sacó de la guantera el paquete que había comprado en la estación de servicios. Se quedó en el patio fumando mientras miraba la luna. Después de fumar volvió a la sala a ver televisión y continuó viendo el partido. Se levantó y fue a la cocina en busca de una Coca-Cola. Abrió la refrigeradora y encontró que al parecer alguien se había tomado sus latas, le pareció inaudito. Pensó que había sido Adrián, entonces, fue a buscar a Norma. Ella estaba en la mesa leyendo, al ver a Roger, se quitó los lentes, cerró el libro, y le preguntó qué buscaba. Roger le dijo que alguien se había tomado sus latas de Coca-Cola. Parecía furioso, y para calmarlo, Norma le dijo que ella se las había tomado. Roger se calmó y le dijo que tenía muchas ganas de tomar Coca-Cola. Así que tomó las llaves del auto, abrió el portón y salió en busca de sus latas de Coca-Cola. Llegó a la estación de servicios, en vez de una Coca-Cola le apeteció una cerveza y se compró un six pack de toñas. Regresó a la casa con el six pack en mano, se sentó en su sofá, abrió una botella, y se la engulló, pasada la media hora, ya se había tomado tres cervezas y se sentía relajado, terminó de ver el partido, el Bóer le gano nueve a cinco al Chinandega, Roger se levantó, apagó el televisor y se fue a la cama.
La mañana parecía que anunciaba un presagio maligno, y en efecto, Norma fue la primera en levantarse a las cuatro y cuarenta para alistar el desayuno de sus hijos. Prendió la radio y el presentador anunciaba la quiebra del INTERBANK. Al escuchar esas palabras –INTERBANK-, corrió a su habitación para despertar a Roger.La familia Guevara iba a presenciar uno de los episodios más desagradables de la historia nacional. Roger se desperezó y vio con malos ojos a su esposa por despertarlo diez minutos antes de las cinco. Sin embargo, Norman se tiró a la cama, y le dijo que se vistiera de inmediato y fuera a a escuchar la radio. Roger estiró los brazos, pensó que se trataba de la muerte de alguna figura pública, pero nunca de la quiebra del banco donde trabajaba como cobrador judicial. “Pero apurate”, le dijo Norma. Y, Roger con toda la pereza y lentitud del mundo salió
El parque de diversiones de la ciudad volvió en verano, y como siempre, estaba ubicado cerca del Puerto de Walsh, podíamos llegar en veinte minutos caminando desde nuestra casa en la Avenida Gilbert. Los rumores de mis vecinos eran sobre la nueva casa embrujada, con mejores atractivos y espantos que me harían temblar de miedo. A René le apetecía más el carrusel, pero ya estábamos algo grande para eso, en su defensa agregó que el ciclo infinito del aparato combinada con la música circense le ayudaba a pensar con claridad. No entendí nada de lo que decía, sin embargo, le pedí que me acompañara. Primero elaboramos una coartada para que nuestra madre no tuviera sospechas de nuestras travesuras. Fue algo sencillo, la idea se le ocurrió René, le dijo a mamá que iríamos a la biblioteca. Ella estaba o
Monk me recomendó un motel, dijo que era el mejor de la ciudad y que debía ir en cuanto antes. Así que una noche decidí ir con Laura. Mientras ella se daba una ducha, yo me encontraba en la cama pensando en que nunca antes había visitado un motel por todas las cosas que dicen acerca de los moteles. Cosas como que son desaseados y graban a las personas con cámaras ocultas. A pesar de eso, le dije a Laura que íbamos a pasar una noche espectacular. Vi el vestido que había colgado en el closet. El vestido era de rayas blancas y negras, en una ocasión Laura lo usó y me pareció que le quedaba perfecto. Lo compró en una tienda de ropa usada. Laura salió del baño, y guiñó el ojo izquierdo, se quitó la toalla y empezó a secarse. Yo estaba con muchas ganas de coger, quería comerla en ese mismo instante, pero me contuve las ganas. Cuando terminó de v
Zenthan se presentó con dos oficiales más para averiguar qué había sucedido en la Calle Billy the Kid. Salió de la patrulla y se acercó al cuerpo ensangrentado que yacía en el pavimento. De inmediato reconoció que se trataba del guitarrista y cantante de blues Philip Blast por sus ropas coloridas y el bigote castaño que ahora estaba empapado de sangre. Una joven alta y rubia de ojos azules permanecía en la puerta del edificio. El detective conocía a Philip por sus tocadas en el famoso bar bohemio Salambó donde se reunían poetas y escritores como Solaris, autor de varias novelas también amigo del guitarrista. La joven tenía los brazos cruzados y su rostro se veía inflamado. Zenthan levantó la mirada y observó que la ventana del quinto piso del edificio estaba hecha peda
Zenthan revisaba en su gabinete de metal los archivos de algunos casos resueltos en Ciudad Macabria. Mientras leía el desafortunado asesinato del periodista “Lenin Martí” el teléfono empezó a sonar. Llamó a su asistente para que atendiera, pero ella había salido a conseguir el café matutino. El teléfono sonó por tercera vez así que no tuvo más opción que contestar. Quien hablaba desde el otro lado era el magnate Benito Altare dueño de la empresa constructora “Fortune”. Hacía semanas que Benito lo había invitado a una cena privada en su yate para discutir sobre asuntos de la ciudad. Sin embargo, esta vez se trataba de algo diferente a una charla amena. El magnate le solicitó a Zenthan venir a su casa lo más pronto posible. Era algo que el detective vivía a diario, pero que su amigo Benito Altare lo llamara de emergencia era demasiado ex
Elías Munguía entró al edificio y la secretaria del detective Boris Jacob le dijo que en un momento lo atenderían. Afuera se escuchó la sirena de un camión de bombero. Elías se levantó del asiento para tomar agua, mientras permanecía de pie, vio que el detective abrió la puerta de su despacho para hablar con su secretaria. Elías llevaba gafas oscuras y una bufanda que cubría su rostro para evitar que lo identificaran. Temía por su vida. A los pocos minutos, un obrero constructor salió por la puerta del despacho, y la joven secretaria le dijo a Elías que podía entrar. Elías abrió la puerta, vio al detective al lado de una ventana fumando un cigarro y dijo “buenos días”. Boris le estrechó la mano y le pidió tomar asiento. Elí
El Departamento de Policía de Ciudad Macabria recibió una llamada de un joven para alertar sobre la escena de un crimen en la Avenida Gilbert. La asistente del detective Zenthan entró a su oficina para explicarle lo sucedido. El detective se levantó de su silla y se encaminó en su Ford Fairlane a la dirección indicada. Las casas de la Avenida Gilbert eran para ciudadanos pudientes con trabajos ejecutivos en el centro de la ciudad. Nunca antes se había escuchado de un doble asesinato en ese lugar seguro y alejado de los barrios aledaños donde proliferaba la delincuencia. Sin embargo, al llegar veinte minutos después, un joven caucásico con cuerpo de defensa de algún equipo de fútbol americano temblaba afuera de la casa junto a la puerta. Zenthan estacionó el auto, encendió un cigarro y se acercó al joven para preguntarle qué había ocurrido. Terminó de fumar el
Siempre quise sus abrazos, reconocí a mi madre a temprana edad, lo supe al instante y, cuando la veía asomar la cabeza en la habitación donde yo jugaba solitario con mis juguetes preferidos, ella sonreía y salía del cuarto. Su sonrisa era superior a cualquier lujo y exceso de mi infancia. Reconocía su rostro a lo lejos, esa sonrisa perfecta la tenía memorizada, pero me era imposible recordar sus manos, sus caricias de madre no existían en mi registro sensorial. Al despertar sobresaltado, con miedos y angustias desconocidos, alguien permanecía a mi lado presto a atenderme, pero no era mi madre. Me dic cuenta de su rechazo a amantarme. Alguien me comentó que al nacer me entregaron en sus brazos y ella se limitó a mirarme, sonrió cansada, debería de estarlo, e hizo un gesto con su débil mano para retirarme de su vista. Desde entonces anduve de regazo en regazo. Me alimentaron con suplementos de la leche materna. De los mejores, no me quejo. Recuerdo tantas voces y tantas caras,