Edmond.—¡Ya suéltame, Jerome, carajos! Le exijo, pero hasta que no me hace entrar en el auto a empujones limpios no para. Cierra la puerta y entra al lado del conductor, nuestras respiraciones jadeantes se toman el lugar. Nos observamos por un momento, mi mente es un desastre estoy desorientado y todo lo que quisiera hacer ahora mismo es totalmente ilegal. Jerome refleja incógnita, espera que hable, pero apenas puedo juntar toda la información pasando a enormes velocidades por mi cabeza. El móvil vuelve a sonar, mi vista recae en él, es el detective.—¡¿Puedes atender el jodido teléfono aunque sea?! —asiento, inhalo profundo antes de contestar.—Esteban...—Señor Edmond, necesitamos vernos, no me dejó terminar de decirle lo que he encontrado.—Ya sé que Éline es la hija de Simone y mía que estuve casado con una asesina y una secuestradora todo este tiempo. La voy a meter a la cárcel.—No es solo eso, señor, hay más... y acusar a su esposa no le convendría en estos momentos. Aún no l
Capítulo 1.Grasse, Francia, La Fiesta del Jazmín, hace 5 años.Edmond.La ciudad baila, ríe, agasajada bajo de los jazmines que adornan la plaza. Turistas y pueblerinos disfrutan la fiesta, la música que se mezcla con el aroma de las flores. Este era un acontecimiento local que amaba desde niño, soñaba con ser uno de sus mayores exponentes, y hoy lo soy; los arreglos florales, los aromas que se esparcen como olas por estas callejuelas estrechas y laberínticas son mías, llevan la marca: “Arnaud”, mi apellido, el cual gobierna el mundo del perfume. Sí, siento orgullo, pero no me complace, tengo la necesidad de algo más, mi vida aclama algo nuevo. Tal vez sea la razón por la que me encuentro sentado en uno de los reservados de este palacete, teniendo mi sexta cita con la mujer que se acerca ofreciéndome una amplia sonrisa. Karine Dufour, la hija mayor de una de las familias más influyentes de Francia; hermosa, y ambiciosa, perfecta para reinar a mi lado en el mundo de la perfumería. Ll
Capítulo 2.Simone.Miro hacia varios lados, buscando a quién pertenece la pequeña. No me suelta, parece que me ha confundido, ya que me llama mamá. Su sonrisa es tan dulce que el que tenga los ojos tan parecidos al ogro de Edmond Arnaud me hace dudar que tenga algún parentesco con él. Sin embargo, no encuentro otra solución lógica.—Eres mi mami, hueles rico —vuelve a afirmar y por más pena que me cause tengo que decirle que está equivocada.—Cariño, yo no soy tu ma…—Éline, deja a la señorita Bonnet —su voz vuelve a erizarme la piel.No puedo ocultar el sobresalto que me causa tenerlo cerca, ni siquiera sentí cuándo llegó. Sus iris dorados me analizan, siento que me traspasan, que pueden ver hasta el más íntimo de mis secretos.—Pero, papi, yo la quiero.Él nos sigue observando a ambas, suspira y se acerca a la niña. Logra separarla de mí, a pesar del berrinche que esta forma.—¿Qué te he dicho de subir en el elevador sola? —la regaña—. Tienes que esperarme en el auto. Despediré a e
Edmond.Éline piensa que no siento cuando se escurre de la cama, es una niña demasiado inteligente, supongo que por eso me tiene a sus pies, es mi princesa, haría lo que fuera por verla feliz. Es la principal razón por la que no la regaño cuando se va de hurtadillas al amanecer, quiere que yo y su nueva madre estemos solos. «Simone Bonnet…», la desconocida que de un momento a otro llegó a nuestras vidas. A veces creo que tomé la decisión a la ligera, que me apresuré sin conocer a la chica, pero soy un hombre de instintos, estos nunca me han fallado. Esa mujer tiene algo que me incita a rondar alrededor de ella, a la espera, no sé de qué. Las primeras luces matutinas se cuelan por los cristales de la ventana. Hace más de una hora que ella yace abrazada a mí. Una ligera sonrisa se escurre en mis labios; con lo clara que fue respecto a las relaciones íntimas, lo último que imaginé es que disfrutara de mi cercanía. Sé que lo hace, su respiración es lenta, los cabellos castaños descansan
Capítulo 4.Simone.Sabía que su rostro me era conocido, solo que en las novelas que protagoniza no se ve así; con la malicia adornándole la piel. Edmond Arnaud, el perfumista más reconocido del mundo sale con la actriz más famosa del cine en la actualidad, era de esperarse, el dinero y la belleza se llaman unos a otros. Él nunca estaría con alguien ordinario o de bajos recursos, alguien como yo debe parecerle inmundo e insignificante. Más con el estúpido gesto de asombro que no puedo borrarme de la cara, es iluso creer que un hombre como él iba a estar soltero, «mi novia…» Sus palabras se siguen repitiendo en mi mente, junto a la escena que tuve que presenciar mientras bajaba las escaleras; la forma en que él la besaba, no creí que podría existir tanta pasión en un beso, que alguien de apariencia tan fría pudiera tener ese fuego dentro. El dorado de sus ojos sigue fijo en los míos, siento que la cara me arde, no debí haber violado su privacidad. Ahora mismo quiero salir corriendo ha
Edmond.El resplandor de las luces de disímiles tonos se pasean por su rostro. Los labios se le mueven animados y deja escapar varias sonrisas para los dos hombres que la rodean. No sé porqué dentro de todas las personas que hay en este club mi atención fue directo a ella. ¿Cómo puedo deshacerme de la extraña sensación que me causa si la encuentro en cada lugar? —¿Podrías dejar de ver a la ordinaria de la niñera?La queja de Gísele hace que me gire hacia ella. Sigue molesta por lo de esta mañana, accedí a traerla a este sitio con la intención de que olvidara lo sucedido, pero el hecho de que Simone esté aquí hace que su enojo se acentúe. Me toma del brazo atrayéndome hacia ella con brusquedad. Odio cuando se transforma en una celosa maniática.—No formes una escena, no te conviene, recuerda que hay paparazzis en cualquier parte.—A ti tampoco te conviene que “la madre” de tu hija sea vista como una cualquiera, dejándose seducir por dos hombres, y mira…Vuelvo mi atención a Simone, la
Simone.«…Me perteneces…»Intento borrar esas palabras de mis recuerdos, pero así como el sabor de sus labios me ha sido imposible. Es una sensación completamente contradictoria al insulto que guardo en el pecho. Edmond Arnaud se burló de mí, me devaluó como mujer, y al final terminó besándome a su antojo. No comprendo sus intenciones, tampoco las mías al ceder ante aquel último beso. Tenía que haberme negado, pero algo en el brillo de sus iris dorados manipuló mi ser, mis ganas. La súplica aflojó mis piernas, el aroma desarmó cada sentido que se mantenía renuente a él. ¿Qué he hecho? Me besé con mi jefe, lo odio y me odio, «no debí caer ante él»—Entonces le presté mis lápices de colores y dibujamos toda la tarde.Éline me mira esperando respuesta a la historia que acaba de contar. Apenas si presté atención, llevo estos días abstraída, molesta, evitando todo tipo de contacto con su padre. La pequeña no tiene la culpa, pero la incomodidad que siento afecta mi desempeño. —Me alegra qu
Simone El dorado en sus iris se enciende bajo un fulgor que grita peligro. Puedo sentir el calor que emana su torso, la sensualidad que desprende la piel, y su aroma tan característico, digno del mejor de los perfumes. Sus ojos viajan a mis labios, estoy lista para detener cualquier ataque, aunque mis rodillas se aflojen como amenazan hacerlo. Ambos estamos preparados para defender lo que queremos, y esta vez no pienso dejar que su descaro gane. Se acerca, inclina su rostro hacia mí, estoy a punto de empujarlo cuando su móvil suena. El sonido nos sobresalta. Lo toma y sale de la habitación a pasos rápidos. Me permito respirar, pongo la mano en el pecho para aplacar los latidos acelerados de mi corazón. Escucho el estruendo de su voz afuera, parece que está discutiendo. Al cabo de unos minutos vuelve a entrar, yo sigo estática en el mismo lugar. Pienso decirle que se vaya, pero la actitud que emana al andar no es la del mismo hombre que estuvo aquí hace unos minutos. Me da escalofrío