Capítulo 3
Miré con calma las manos entrelazadas de Lucas y Fiona, luego giré la cabeza y, sin apuro, respondí:

—Ya para qué, no hace falta.

Mi respuesta, tan serena, dejó a los tres completamente atónitos.

Marco, que ya se acercaba, se rio de manera burlona:

—Celia, basta ya. ¿Crees que todos somos igual que tú, buscando drama? ¿Piensas que así vas a conseguir llamar nuestra atención? Qué ridícula. Te lo digo sin pelos en la lengua, aunque estés embarazada, jamás serás como Fiona. ¡Nunca!

Al ver que mi expresión seguía impasible, Lucas también perdió la calma. Su cara se endureció y, con voz severa, me reprendió:

—Celia, ya basta de seguirme y arruinar mi trabajo. Mi paciencia tiene un límite. Fiona necesita tranquilidad, y tu presencia solo empeora las cosas. ¡Lárgate ya!

Y, tras esas palabras, me agarró de la mano, intentando arrastrarme fuera del lugar.

Pero justo en ese momento, comenzó una réplica. Lucas y Marco, al mismo tiempo, se lanzaron hacia Fiona, que estaba de pie en medio del campo vacío.

Instintivamente, Lucas me empujó al suelo. Vi cómo un poste de cemento caía justo detrás de mí y me golpeaba la pierna izquierda con fuerza. El dolor fue tan insoportable que perdí la conciencia al instante.

Cuando desperté, estaba en el hospital, con la pierna izquierda enyesada. La habitación estaba vacía, nadie estaba cerca.

Una enfermera se acercó al verme despertar, retirándome con cuidado la vía intravenosa, visiblemente preocupada.

—Por suerte, solo fue en la pierna. Si no, habrías perdido al bebito.

Miré al techo con calma y, en voz baja, respondí:

—No quiero este bebé, por favor, ayúdame a abortar.

Cuando la enfermera me sacó en silla de ruedas, me comentó que quien me había traído al hospital era el alcalde del pueblo.

Lucas solo me había enviado un mensaje: Fiona se desmayó a raíz del susto por tu pierna rota. La llevé a Lindante para que se mejore.

Y con Marco, se fueron en un helicóptero de rescate para regresarla a la ciudad.

¿Y yo? A él no le importó lo más mínimo. Una desesperación me apretó el pecho, y una punzada de dolor, sutil, pero creciente me recorrió.

La cirugía estaba programada para dentro de tres horas. Aproveché ese tiempo para cerrar el acuerdo de divorcio con mi abogado.

Al salir del chat, vi que, en el grupo familiar, mi padre, Marco y Lucas estaban, a su manera, preocupados por la salud Fiona.

Miré por la ventana, observando a los pájaros que volaban apresurados, y una tristeza profunda me envolvió. Me reí amargamente. Así que, ellos sí se acordaron del cumpleaños de Fiona.

Mi padre le transfirió 5,000 dólares, con un mensaje que decía: ¡Feliz cumpleaños, Fiona, mi niña!

Marco giró 10,000, con el mensaje: ¡Que mi querida hermana siempre sea feliz!

Lucas, por su parte, envió una captura de pantalla con una transferencia bancaria de 50,000, con un mensaje que decía: No importa qué acontezca, siempre seré tuyo Fiona.

Observé en silencio esa escena tan "tierna", y después salí del grupo. Justo cuando lo hice, Lucas me llamó. Su tono era visiblemente burlón:

—¿Qué pasa, Celia? ¿Otra vez con los celos? ¿No puedes soportar ver cómo nos portamos bien con Fiona? Cuando estábamos en el instituto, acusaste a Fiona y su madre de matar a la tuya, pero ¿qué pasó después? Carlos ya me contó todo. Tu madre tenía problemas mentales... ¡se suicidó! Y luego dijiste que Isabel te había engañado a ti y a Marco para meterlos en un internado. Eres una mentirosa de cabo a rabo.

El desprecio en su voz era gigantesco.

—Ya investigué. Ese internado ni siquiera existe. Marco me dijo que fuiste tú quien lo engañó para que fueran a una escuela abandonada, y por eso se golpeó la cabeza y perdió la memoria. Al final, fue Fiona quien lo socorrió durante un mes.

Parecía que finalmente encontraba una puerta para desahogarse. Lucas empezó a gritarme sin contenerse, dejando salir toda su ira:

—La verdad, nunca quise ser tu esposo. Si no fuera por Fiona, que es tan buena y se preocupa por ti, esa noche ni siquiera habría entrado al hotel a beber la copa de licor que me preparaste…

Lo escuché en silencio, pero de repente, una voz interrumpió bruscamente a Lucas:

—Señora Celia, por favor, venga a la sala de operaciones para el aborto.

Lucas quedó anonadado, su respiración se aceleró de golpe:

—¿Vas a abortar?

No sé por qué, pero su voz sonaba incrédula, como si no lo creyera.

Justo cuando iba a responder, escuché a Fiona reír suavemente:

—Lucas, eres tan tonto. Si Celia está a tus pies, ¿cómo podría hacer un aborto?

Al escuchar esto, Lucas cambió su tono al instante:

—Tienes razón. Celia, ya con esto me acabas de decepcionar. No me esperaba que fueras tan cruel. Para casarte conmigo no tuviste escrúpulos, pero ahora quieres amenazarme con el bebé, ¿verdad? Te lo digo claro: no voy a caer en tus juegos. Si sigues con tus tonterías, ¡nos divorciamos ya!

Después de soltar esas palabras, Lucas se quedó con una sonrisa expectante, seguro de que yo iba a llorar y pedirle perdón.

Pero me quedé en silencio unos cuantos segundos, luego suspiré, aliviada, y le respondí con calma:

—Está bien, entonces nos vemos en el registro civil pasado mañana.

Colgué la llamada y me dirigí a la sala de operaciones.
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