M*****a enfermedad

Cuando Kitt comenzó a toser de camino a casa después de haber regalado a sus compañeras de clase los gatitos que había estado cuidando por dos meses, supo de inmediato que su racha de buena salud finalmente se había roto. Al menos duró casi cinco meses, eso superaba por mucho al record anterior.

—¿Cómo estás tan seguro de que estás enfermo otra vez? —preguntó Kelly curiosa mientras lo acompañaba a casa—. Solo fue un poco de tos —señaló como la cerebrito que era.

—Nunca es "solo un poco de tos" y lo sabes —dijo imitando su tonito de boba—. Primero es tos, luego estornudos, y antes de que lo sepas ya tengo fiebre de cuarenta grados. —Pisoteó—. Lo cual apesta porque el campeonato se acerca y no podré practicar y soy el vice-capitán del equipo. No es justo. —Frunció el ceño.

¿Por qué había tenido que nacer con esta maldición? Era un chico inquieto, le gustaba correr, jugar, explorar, trepar, no pasar sus tardes enclavado en la cama con trapos mojados en la frente.

Lo peor era que siempre
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